Cualia.es

Una «Carmen» que necesita ascensor (Royal Opera House, 2017)

El sello videográfico Farao nos permitió, a veces con un poco de retraso, acceder a producciones operísticas provenientes de ese imponente teatro que domina la bahía de Sidney como un ave gigantesca a punto de emprender el vuelo. Con cantantes afectos a la Ópera Australiana, muchos de ellos de un nivel más que respetable y en producciones muy trabajadas, la mayoría de bastante interés, para las que se convocaba a profesionales de cierto prestigio internacional como Lofti MansouriMoshinskyHampeLazaridis, Negrín, ZambelloCopley y algunos otros.

También permitió descubrir a dos registas del lugar: el director de cine Baz Luhrmann (famosísimo por su filme Moulin Rouge con su coterránea la Kidman) y Barrie Kosky. De Luhrmann se difundió una Bohème nada convencional pero muy interesante; de Kosky, el Nabucco verdiano en una lectura a medias respetuosa y original.

Kosky, nieto de unos judíos europeos emigrantes, tras sus primeros y celebrados montajes operísticos en su natal Australia se instaló en Alemania, donde muy pronto comenzaron a destacar sus trabajos. En estos momentos, es director de la Komische Oper de Berlín, famosa por la modernidad de su repertorio y, sobre todo, por sus innovadores trabajos escénicos. A cuya práctica se adhirió sin titubeos Kosky, aunque ello no le impidió, ni que quiera ni sepa medirse, enfrentarse a las obras más manoseadas del repertorio, como ocurrió con La flauta mágica mozartiana, vista, disfrutada y aplaudidísima en el Liceo barcelonés (tras la anterior ideada por Comediants) y en el Real madrileño, sustituyendo felizmente al solemne y pretencioso bodrio previamente montado por La Fura y Jaume Plensa.

Kosky dirigió escénicamente en 2016 en la Royal Opera londinense La nariz de Shostakovich, y tanto les debió de satisfacer que, de inmediato, le contrataron para que se ocupara de la nueva producción de la Carmen de Bizet, una obra que hasta ahora había atareado en Covent Garden, con desiguales intenciones y fortuna, a dos féminas registas: Núria Espert y Francesca Zambello.

El cine Palacio de la Prensa, de Madrid, nos facilitó la asistencia al espectáculo de Kosky, una producción revisada (2017), ya que fue asimismo ofrecida en Fráncfort y en la que no hay decorados, únicamente una enorme escalinata que va del centro al fondo del escenario. En ella se desarrolla toda la acción, obra de Katrin Lea Tag que, válgame el cielo, poco hubo de dar rienda suelta a su imaginación. El vestuario sugiere una época actual y sólo resultó muy llamativo en la escena final, por la larga y enrevesada cola del vestido de la protagonista con la que Kosky hace jugar a la pareja amorosa, como en un enfrentamiento entre gato y ratón.

La coreografía se distingue como el elemento mas indispensable de la ópera. Todo el tiempo hay gente bailando, en particular cuatro ágiles, espléndidos bailarines uno de los cuales cierra, carcajeándose de manera estruendosa el acto primero. Otto Pichler fue, imaginativo, variado y a menudo brillante, su responsable acercando la ópera a la comedia musical norteamericana, lejos del gitanerío propuesto por Bizet y los libretistas. Hubo hasta un guiño al cine con la aparición de Carmen vestida de gorila, igual que Marlene Dietrich en La Venus rubia.

Las originalidades se extendieron a la propia música. No se utilizó la versión primeriza (con las partes habladas) ni la de Guiraud (con esos textos convertidos en recitativos musicados), ni las de Oeser o alguna otra más, sino una nueva, como pudo advertir de inmediato un oyente atento y circunspecto y luego ratificó la presentadora, de nuevo la guapa Clemency Burton-Hill, en esta ocasión no tan favorecida por vestido y peinado que todo hay que decirlo. Esta edición, aparte de algunos detalles en la orquestación, recuperó el número 2 bis, que son unos cuplés de Moralès (canción con pantomima en realidad), que Bizet dedicó al admirado barítono Davernoy (llegó a redactar tres versiones de los mismos), luego desechados tras las primeras funciones por el propio compositor. Además de la primera intervención cantada de Carmen, tras el recitativo que la introduce, una canción bastante anodina y que, con muy buena vista y oído, Bizet la sustituyó de inmediato por la (ya célebre) habanera de Yradier. Página que en apéndice había grabado Angela Gheorghiu en la versión integral de la obra en 2002. En el Covent Garden, para no inquietar a las audiencias, local o cinematográfica, se cantaron entremezcladas las dos composiciones.

Carmen está casi continuamente en escena, desde la introducción orquestal hasta el guiño final donde, una vez muerta, se levanta dirigiendo una mirada irónica al público como si dijera: “¡Esto es todo!”. Dentro de lo malo, este remate puede ser mejor que el propuesto en Florencia hace pocos meses, levantando no pocas protestas, ya que aquí quien muere es Don José ante una gitana muy beligerante y respondona. Responsable: Leo Muscato, que pasó del casi anonimato a que se hablara de él en medio mundo.

Volviendo a Londres, una voz en off ‒según programa (porque Claude parece masculina y quien peroraba era una voz femenina), es Claude de Demo, palabra que en gallego significa demonio, algo que ella ignorará siempre, sea o no un seudónimo‒ va narrando la acción, un discurso en lugar de diálogos o recitativos, que se ve reflejado a menudo en el rostro de la protagonista titular. Tal como fue muy bien captado por las atentas cámaras de Patti Marr, que hubo de enfrentarse a una iluminación del espectáculo más bien tenue y complicada para las cámaras televisivas, pero que Joachim Klein puso muy al servicio de la concepción de Kosky.

Con tales ingredientes, la labor del regista se centró en el movimiento actoral de solistas y coro, sube y baja por la enorme escalera, exagerándolo de manera un tanto excesiva como si se estuvieran burlando o caricaturizando las situaciones que se están viviendo. Se lograron momentos interesantes, con imágenes de enorme impacto, eso sí siempre que tales imágenes no se asocien con la ópera original y se acepte, en definitiva, que la música de Bizet es mero soporte sonoro a lo que está proponiendo el director en la escena.

Menos mal que musicalmente, prescindiendo claro está del añadido parlante de la narradora, sí se escuchó la Carmen asociada a MeriméeMelihacHalévy y Bizet. La brillante dirección del checo Jakub Hrusa se puso al servicio de la partitura, descubriendo su minuciosa y deslumbrante redacción, apoyando a los solistas y narrando la historia de manera impecable y directa. Un placer escuchar el jugo extraído a tan excelente orquesta, a lo que se sumó la labor intachable del coro que ahora dirige William Spaulding. El anterior, Renato Balsadonna, se dedica ahora a la dirección orquestal.

Anna Goryachova empezó cantando Rossini tras su paso por la academia de Pésaro; luego se metió en lo que se le ofreciera: de Chaikovsky (por orígenes) a Eötvös (una de las tres hermanas cuando se dejó de lado a los contratenores que las estrenaron), pasando por Mozart y Vivaldi. La potente voz y su atractivo físico le abrieron pronto las puertas para cantar Carmen, objeto de deseo de cualquier mezzo, que ofreció antes en el Real madrileño en esta misma temporada y que repitió en Londres con un canto más expresivo que volcado a las sutilezas, pero de un impacto sonoro y visual arrollador. Fue una delicia verla marcando a pie juntilla todas las complicadas exigencias escénicas que le pidió Kosky. Un impacto visual arrollador.

El pobre Francesco Meli no gana para sustos con sus recientes Don José; después del poco estimulante de Bieito en Madrid, homenajeando al coñac español por excelencia, donde se le notó manifiestamente incómodo. Helo aquí igualmente no muy a gusto por similares circunstancia. Si sigue así la mala racha, como para que se plantee dejar de lado por siempre al personaje. Pese a ello, cantó siempre muy atento al matiz, muy preocupado para definir el personaje hasta el punto de conseguirlo a pesar de que en la visión de Kosky Don José se queda un tanto en segundo plano frente a la omnipresente y omnipotente Carmen.

Kostas Smoriginas tiene el aspecto físico, atractivo y viril que le conviene a Escamillo, aunque en esta producción esa masculinidad esté algo en entredicho. El bajo-barítono lituano cantó bien toda su complicada parte en la que una voz de bajo le pueden agobiar los agudos y a la de un barítono las notas graves. Salió adelante sin problemas en aria y dúo con el tenor; Kosky no le evitó el traje de luces. Igual de eficaz resultó la Micaela, aquí descrita más tonta que de costumbre (rozando casi la Bette Davis de ¿Qué fue de Baby Jane?) a cargo de Kristina Mkchitaryan, quizás demasiado volcada a exhibir los poderosos medios vocales. Bien las dos compañeras gitanas, Jacqueline Stucker (Frasquita) y Aigul Akhmetshona (Mercedes), y sin problemas Gyula Nagy, que aprovechó para divertirse más él que el público con los recuperados cuplés donde más se evidenciaron influencias de la comedia americana. El resto el equipo, destacando el Remendado de Jean-Paul Fouchecourt, estuvo servido competentemente, Pierre Doyen (Dancairo) y David Soar (Zúñiga).

En fin, la Carmen de Bizet resultó ser en un mero soporte musical a la Kosky. Así vamos.

Anna Goryachova © ROH. Fotografía de Bill Cooper.

Copyright del artículo © Fernando Fraga. Reservados todos los derechos.

Fernando Fraga

Es uno de los estudiosos de la ópera más destacados de nuestro país. Desde 1980 se dedica al mundo de la música como crítico y conferenciante.
Tres años después comenzó a colaborar en Radio Clásica de Radio Nacional de España. Sus críticas y artículos aparecen habitualmente en la revista "Scherzo".
Asimismo, es colaborador de otras publicaciones culturales, como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Crítica de Arte", "Ópera Actual", "Ritmo" y "Revista de Occidente". Junto a Blas Matamoro, ha escrito los libros "Vivir la ópera" (1994), "La ópera" (1995), "Morir para la ópera" (1996) y "Plácido Domingo: historia de una voz" (1996). Es autor de las monografías "Rossini" (1998), "Verdi" (2000), "Simplemente divas" (2014) y "Maria Callas. El adiós a la diva" (2017). En colaboración con Enrique Pérez Adrián escribió "Los mejores discos de ópera" (2001) y "Verdi y Wagner. Sus mejores grabaciones en DVD y CD" (2013).