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«Los felinos» («Les Félins», 1964), de René Clément

Hace unos días mi corazón saltó del pecho al cruzar ante un kiosco y descubrir que Los felinos había sido por fin comercializada en España, dentro de una colección denominada “Film Noir – Clásicos de culto europeo”. Se anuncia edición restaurada y remasterizada digitalmente: el DVD que yo compré era muy correcto visualmente, pero el menú de subtítulos no “furula”: o se ve doblada en castellano o hablada en francés a pelo. Avisados quedáis.

Para mí, René Clement es como un Hitchcock con swing o un Welles visceral. Es como si tomaras Sed de mal y la trufaras de amour fou. O si le insuflaras a La sombra de una duda un toque de veleidosa clase parisina.

El escritor y guionista Charles Williams renegó siempre de Les Félins y de cómo Clément plasmó en imágenes su adaptación de la novela ajena Joy House. En su correspondencia privada, la que su hija me facilitó, se caga varias veces en el director francés y le insulta con saña. Creo que su alma texana jamás entendió la por otra parte gozosa frivolidad del artista galo.

Sin embargo, veleidades argumentales y visuales aparte, Los felinos es puro Williams. El triángulo amoroso, la fatalidad de la relación entre el operator vividor y desentendido, la viuda calculadora y secretamente apasionada, y la jovencita engañosamente ingenua y abusable, mantiene íntegro el clima emocional, incluso en su cínico desenlace telarácnido, de una de sus mejores novelas, The Hot Spot (aquí conocida como Labios ardientes en la versión cinematográfica de Dennis Hopper: resulta de lo más interesante compararlas).

Cada vez que veo Los felinos tengo que repetir al menos una vez la exhibición de su inicio: la cadencia cool que se establece entre el diamantino tema de Lalo Schifrin y el desfile de créditos me hace llorar de felicidad. Así de sencillo. Me derrito viéndolos. Soy feliz en el universo de Los felinos.

La realización de René Clément es pasmosamente soberbia. No llega a las cotas sensoriales de El pasajero de la lluvia, pero el tipo mueve la cámara como si estuviera bailando con una mujer a la que corteja. Tomen como ejemplo esa persecución al protagonista en una sola toma, danzando alrededor de la cámara.

Y qué decir de Alain Delon y Jane Fonda: ella está más guapa de lo que nunca volvería a estarlo; y él más guapo aún. La belleza de Delon es como una bofetada al orgullo masculino. Es como un insulto en la cara. Es como si llegara un hombre de verdad y se riera de la mierda que somos los demás. En Los felinos estás de su lado sólo porque se te figura una hecatombe de proporciones apocalípticas que nadie pueda perturbar tanta perfección humana.

Los felinos es una estupenda película de cine negro no suficientemente conocida en nuestro país. Es el tipo de cine que mataría por hacer, por encima de los maestros antes mencionados.

Está tocada por una gracia imperfecta y divina.

Copyright del artículo © Hernán Migoya. Previamente publicado en Comicsario, un blog para la fenecida editorial Glénat España. Reservados todos los derechos.

Hernán Migoya

Hernán Migoya es novelista, guionista de cómics, periodista y director de cine. Posee una de las carreras más originales y corrosivas del panorama artístico español. Ha obtenido el Premio al Mejor Guión del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, y su obra ha sido editada en Estados Unidos, Francia y Alemania. Asimismo, ha colaborado con numerosos medios de la prensa española, como "El Mundo", "Rock de Lux", "Primera Línea", etc. Vive autoexiliado en Perú.
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