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«La leyenda de Tarzán» (2016). El héroe más popular en el siglo XX intenta conquistar las generaciones del siglo XXI

“El hijo del rey apenas acababa de dar media docena de pasos a través del claro cuando el veloz nudo corredizo se cerró alrededor de su garganta. Tarzán de los Monos tiró de la cuerda con tal presteza y energía que el grito de alarma de la víctima quedó sofocado antes de llegar a las cuerdas vocales. Las manos de Tarzán se aplicaron a la tarea de arrastrar hacia sí el cuerpo del negro, que no cesaba de retorcerse y forcejear, en inútil resistencia, hasta que quedó suspendido en el aire, colgado por el cuello. Tarzán (…) ató allí la cuerda a una fuerte rama y luego descendió a través del follaje y hundió el cuchillo en el corazón de Kulonga. Kala estaba vengada“.

Así describe el creador de Tarzan, Edgar Rice Burroughs, en la primera novela que le dio vida (Tarzan of the Apes, 1912) cómo el héroe encuentra y mata su primer ser humano, Kulonga, el hijo de Mbonga, rey de la tribu que tanto protagonismo adquiere en La leyenda de Tarzán (2016), la nueva versión cinematográfica del Rey de la Selva que acaba de estrenarse en todo el mundo. A continuación, en la novela, Tarzán se dispone a comerse a su víctima de color, pero un instinto de repulsión le dice que aquella presa es de su misma especie, impidiéndole ejercer un involuntario canibalismo…

Es obvio que cien años después el público no aceptaría un Tarzán tan cruel en la gran pantalla, y de hecho no conozco una película que haya descrito como la novela (que por cierto tampoco tiene final feliz en su romance con Jane) la venganza sobre el joven que mató a Kala, su madre adoptiva. Al contrario: en casi todas sus adaptaciones al cine, Tarzán es sinónimo de camp, de divertimento ligero, de fantasía apta. Y este último relanzamiento no supone una excepción.

Y pese a todo, se trata de una buena película.

Hacía casi dos décadas que no se estrenaba una película con actores sobre el universo de Tarzán. La última, Tarzan and the Lost City, data de 1998 y salió horrorosa… Creo que fui de los pocos valientes que se animó a verla en el cine, por cariño a sus responsables: el director suizo Carl Schenkel, hoy muerto, enterrado y olvidado, fue responsable de varias buenas películas de serie B, como el estupendo thriller Knight Moves que dirigiera a mayor gloria de la entonces pareja formada por Christopher Lambert (lanzado a la fama por ser también Tarzán) y Diane Lane; y los actores Casper Van Dien, el gracioso protagonista de la obra maestra Starship Troopers (1997) y Jane March, la encantadora protagonista de El amante (1992).

Así que la principal referencia cinematográfica del inconsciente colectivo cumple ya más de tres décadas de antigüedad: Greystoke, la leyenda de Tarzán, el Rey de los Monos nació en 1984 y destaca a día de hoy como el esfuerzo más realista por capturar la esencia romántica del mito pulp. Con el tiempo, el filme de Hugh Hudson ha ganado mucho y en la actualidad resulta fascinante enfrentarse a sus recreaciones de la selva en estudio con unos asombrosos primates representados mediante actores disfrazados: no existían todavía los efectos digitales.

Ahora, la propuesta del británico David Yates (director célebre por sus películas de Harry Potter, que no he visto) sorprende por adoptar la forma de un reboot en toda regla: no sólo apuesta por una nueva aventura de un Tarzán verbalmente articulado como en las novelas, que ya ha asumido su pasado aristocrático y occidental, sino que mediante flashbacks condensa también su origen (en su juventud parece además el protagonista de la versión Disney de 1999, rastas incluidas), haciéndola una película TOTAL sobre el hombre mono.

Lo mejor de esta redefinición de Tarzán es precisamente que abraza TODA LA DIMENSIÓN FANTÁSTICAMENTE PULP E INVEROSÍMIL del héroe, sin renegar de su fuente literaria ni de los aderezos adquiridos en sus encarnaciones fílmicas: así, se incluye una mención a la famosa línea de diálogo “Yo Tarzán, tú Jane” que nunca existió en verdad, inventada por el público como derivado del “Tarzan, Jane” creado por el gran músico y actor gay Ivor Novello para el debut de Johnny Weissmuller como Hombre Mono en 1932; y hasta se atreven a desempolvar, para nuestra alegría, el grito de ese más famoso Tarzán de todos los tiempos, con una pátina más salvaje y rugida, pero inequívocamente clásica.

Esa ausencia de miedo a asumir el legado fantasioso, naïf y antinaturalista del mito de Tarzán es lo que más me gustó de la película, que está notablemente dirigida: impresionantes además secuencias como la inicial en el Congo o la del enfrentamiento entre el héroe y el líder de los mangani, los gorilas gigantes. Lo peor, que el exceso de grandilocuencia la hace caer a veces en otras secuencias ridículas, como el abordaje con liana interminable del tren de soldados, o ese (atención: aguafiestas/espóiler) clímax de duelo a muerte con el Rey Mbonga (excelentemente encarnado por Djimon Hounsou) que debía terminar precisamente con una muerte y acaba pareciendo una reunión avant la lettre de las Naciones Unidas.

Pero no nos rasguemos las vestiduras ni nos golpeemos el pecho como monos: convertir a Tarzán en un adalid antiesclavista y anticolonialista no contradice un ápice la trayectoria y herencia del personaje.

Yates dirige mejor cuando nos introduce en ambientes majestuosos e intimidantes que narrando las minucias de los combates, algo confusos y atropellados. Sin embargo, desde luego no se merece la crítica nefasta que ha obtenido su versión: los críticos, como casi siempre, han estado más pendientes de detalles estúpidos que de apreciar la coherencia del conjunto.

A nivel estético, el gran acierto de The Legend of Tarzan es la presentación de atmósferas y paisajes, maravillosamente construidos; por desgracia, los efectos especiales no son tan acertados en la representación de la fauna que habita esos paisajes.

Alexander Skarsgård es definitivamente uno de los mejores Tarzanes que han asomado en una sala de proyección, si no el mejor: el físico que ha construido para la película es impresionante, a lo que también ayuda la exquisita atención del director al detalle muscular, así como el subrayado de sus impresionantes manos prensiles. El fan de Tarzán agradece estos enriquecedores matices.

Por su parte, Margot Robbie también moldea una estimable Jane (aunque los viejos no queramos olvidar nunca a la deliciosa Maureen O’Sullivan), apoyada por un guion que no deja de insistir en que ella es una heroína moderna, no una “damisela en apuros”, lo cual tampoco contradice la personalidad arrojada, individualista y carismática del personaje original.

Samuel L. Jackson cumple en su cometido de ayudante del héroe y alivio cómico (y sensato), con un par de buenas escenas (su rendición ante el gorila y su confesión en la subsiguiente “cura de termitas” de Tarzán), mientras Christoph Waltz compone el mismo villano que está acostumbrado a componer siempre (resaltado aquí con rasgos postizos ‒la prótesis del rosario utilizado como arma letal‒ que se toman prestados de la tradición villanesca de otro mito pop, James Bond).

Los animales de Tarzán (excepto los primates) se llevan la peor parte: es un poco triste ver al Rey de la Selva, en pleno 2016, frotando el hocico con leones dibujados o corriendo entre avestruces virtuales. Entiendo que así ha sido el mito de Tarzán a la largo de toda su historia: a través de las décadas, su materialización en el cine ha echado mano de la tecnología del momento (imposible olvidar ese cocodrilo de plástico que sólo podía girar sobre sí mismo en la Era Weissmuller), pero ser consciente de que esta versión ya está pasada de moda y tiene fecha de caducidad visual en el mismo instante de su nacimiento resulta cuando menos descorazonador.

Ya me imagino una conversación entre nieto y abuelo cuando dentro de medio siglo emitan esta película por TV:

‒Abuelo, ¿por qué todos los animales son dibujos?

‒Así eran de ingenuos y tontos en la década de los 10s.

Eso sí, confieso que en mi caso, ¡lo único que eché realmente de menos en esta versión fue el taparrabos!

Copyright del artículo © Hernán Migoya. Publicado previamente en Utero.Pe con licencia CC.

Hernán Migoya

Hernán Migoya es novelista, guionista de cómics, periodista y director de cine. Posee una de las carreras más originales y corrosivas del panorama artístico español. Ha obtenido el Premio al Mejor Guión del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, y su obra ha sido editada en Estados Unidos, Francia y Alemania. Asimismo, ha colaborado con numerosos medios de la prensa española, como "El Mundo", "Rock de Lux", "Primera Línea", etc. Vive autoexiliado en Perú.
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