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Las mejores autoras de género: Cinco escritoras que superaron los prejuicios sexistas e intelectuales de su tiempo

A la hora de escoger mis escritoras favoritas, a mí nunca se me ocurrirían nombres como el de Virginia Woolf, con cuya novela Al faro me aburrí soberanamente. Si pienso en escritoras cuya obra me llevaría a una isla desierta, me vienen a la cabeza de golpe Agatha Christie, Ruth Rendell, Pilar Pedraza, Anne Rice, Anaïs Nin, o la poco llorada y que a mí me emocionó con sus mundos de fantasía mucho antes que George R.R. Martin, la británica Tanith Lee. Hoy por hoy, claro, Daphne du Maurier sigue siendo la escritora con la que más me identifico, pero de eso ya hablé aquí.

Son todos nombres que cultivaron la literatura de géneros (policíaco, erótico, fantástico, terror, épico…), es decir, lucharon contra la menor exposición y apreciación pública a la que les condenaba el hecho de ser mujeres; así como, al mismo tiempo, contra el desprestigio y el desdén intelectual que conlleva cultivar esos géneros, considerados “menores” (tan menospreciados que la intelectualidad hispanoamericana no les dedica prácticamente atención, debido a que nuestra tradición cultural es mucho más presuntuosa y clasista ‒y a que nuestros complejos de inferioridad hacen que nos fiemos más de los anglosajones para estas lides‒: por eso no tenemos casi tradición de literatura popular ni de género consolidada… y la que teníamos la hemos condenado al olvido casi absoluto): estas autoras nunca ganarán Premios Nobel, no por su falta de calidad (al menos tres de esta lista lo merecerían de sobras), sino por las etiquetas en las que se encajaron sus libros; y además se enfrentaron contra ambos obstáculos juntos: tener que luchar en un mundo masculino hecho a la medida para que quienes cultiven esos géneros sean exclusivamente hombres.

Mientras resulte difícil hallar artículos dedicados a estas cinco escritoras por separado y su presencia mediática se cuantifique menor que la de sus colegas varones, es justo reunirlas para reivindicarlas como las grandes escritoras que son: escritoras de verdad, escritoras de género…

1. Joyce Carol Oates

Descubrí recientemente a este monstruo de la literatura en una compilación de los mejores autores de relatos policíacos USA titulada American Noir, con edición de James Ellroy y Otto Penzler. El cuento de Oates fue uno de los que más me impactó, y estamos hablando de una antología con nombres como James M. Cain, Mickey Spillane, Patricia Highsmith, Elmore Leonard o el propio Ellroy. Es decir, pesos pesados.

Su relato narraba la historia de una chica que abandona su pueblo natal y todas las habladurías maliciosas que corren en torno a su huida, hasta que descubrimos la terrible realidad… Espóiler: Sería un cuento idóneo para repartir gratuitamente mañana sábado durante la Marcha Ni Una Menos, por su capacidad de aunar belleza y conciencia.

Fascinado por la naturalidad con que esta dama del crimen cuenta los acontecimientos más atroces y espeluznantes, tomé en préstamo de la biblioteca de mi pueblo una compilación de nouvelles encargadas por el añorado Ed McBain a tres autoras, entre ellas Oates. Ahí confirmé la excelencia narrativa y audacia temática de esta escritora: The Corn Maiden narra la historia de una carismática menor que secuestra a una niña de once años para matarla en emulación de un viejo ritual indio con sacrificio humano incluido.

Finalmente acabo de leer Rape: A Love Story (editado en 2003: dudo que un escritor varón jamás se atreviera a titular así un libro suyo), terrorífica crónica de la violación múltiple sufrida por su protagonista y su sanguinario modo de superar tamaño trauma personal. Obviamente, Joyce Carol Oates es una escritora dura y sin demasiadas concesiones al sentimentalismo, pero con una veta emocional pura y consistente: ese contraste es lo que la hace fascinante. O, como ella misma comenta: “Cuando la gente dice que hay demasiada violencia en mis libros, lo que en realidad están diciendo es que hay demasiada realidad en la vida.”

Y a mucha gente, descubrir eso no le gusta, claro.

2. Shirley Jackson

Creo que los mejores cuentos de género fantástico y terrorífico que he leído en mi vida son las Crónicas marcianas de Ray Bradbury… y La lotería: aventuras del amante diablo de Shirley Jackson. Se trata de una autora californiana que murió relativamente joven (a los 48 años) y que os dejará enmudecidos con la calidad de su prosa y su capacidad de fabular situaciones terroríficas repletas de demonios interiores, introversión y lesbianismo.

Hay un cuento que no me quito de la cabeza: el de una novia gringa típicamente años 50’s que espera aterrada a que vuelva su prometido, tal como le aseguró éste, para terminar vagando en su busca como un fantasma por la ciudad… Sin embargo, todos sus cuentos son buenos y admirables en su economía expresiva y desnuda hermosura de fondo y forma.

Típico caso de escritora elogiada cuando ya lleva décadas muerta, sus novelas también son hoy día muy apreciadas (yo sólo he podido leer Siempre hemos vivido en el castillo y La maldición de Hill House, repetidamente trasladada al cine). Personalmente sigo prefiriendo sus cuentos, un hito de perfección, aunque el primer título mencionado aglutina todos los méritos para ser libro de cabecera de adolescente gótica en plena crisis existencial. Me imagino perfectamente a Wednesday Addams leyendo esta delicada y morbosa novela antes de dirigirnos una mirada matadora.

En una reciente visita en Madrid a la editorial Valdemar, responsable de editar (de editar como el Demonio manda) La maldición de Hill House, comenté la posibilidad de que Shirley Jackson no fuese tan conocida entre los fans actuales del terror, la fantasía y la ci–fi como sus contemporáneos Richard Matheson o el propio Bradbury, por el simple hecho de haber sido mujer en un panorama monopolizado por hombres… y no me lo negaron, ni que ese detalle no repercutiera en las limitadas ventas de sus libros.

Sin embargo, estoy seguro de que algún día, tendrá cientos de miles de admiradores que reconocerán su tronío literario.

3. Patricia Highsmith

Aunque Carol, la última adaptación cinematográfica de la Highsmith, me pareció una complaciente sosería hípster (¡qué far de Far from Heaven, Todd!), sus libros siguen resultando desafiantes e incómodos: esa mezcla de feminismo y misoginia de sus historias descoloca a cualquiera.

Además de las novelas de su eterno antihéroe Ripley, el criminal más frío que haya protagonizado una saga literaria, recomiendo la recopilación de los cuentos nunca reunidos en vida de su autora, divididos en dos volúmenes por Anagrama: Pájaros a punto de volar y Una afición peligrosa.

Highsmith es capaz de maltratar a sus personajes con una virulencia inagotable, sin que se altere su cerquillo: de hecho, aunque los destroce, parece entenderlos a la perfección. Su narrativa me acompaña desde que a los 10 años leí El cuchillo y siempre que regreso a ella nunca decepciona.

Sus historias están repletas de mujeres incomprendidas por su sociedad y suicidas en potencia de los dos sexos, y esos dos volúmenes compendian en suma lo mejor del legado paradójicamente humano de una gran misántropa.

4. Ayn Rand

Digámoslo de una vez: está de moda odiar y ridiculizar a Ayn Rand porque es trendy detestar y reírse de su pensamiento. Pero su pensamiento, como idea literaria pura, ¡es brillante! Olvídense de su indeseable aplicación a la realidad: estamos ante una de las figuras más dementes (lo cual no es negativo en el campo creativo) y por ello mismo lúcidas y deslumbrantes del siglo XX.

Su primera novela, Los que vivimos (1936), es una descripción conmovedora de las atrocidades de la Revolución Rusa (uno se queda boquiabierto al leer que los depauperados rusos acudían al cine a ver las películas estadounidenses de los años 20 ‒recortadísimas y manipuladas por el gobierno para transformarlas en cantos heroicos al comunismo‒ con el solo fin de contemplar y recordar vestidos lujosos y joyas), pero con los matices y contradicciones de un recuento realista, incluyendo el punto de vista de un héroe revolucionario para nada ridiculizado.

Anthem (1938) es una aguda metáfora sobre el colectivimo impuesto, un cuento de ciencia-ficción narrado en primera persona del plural… porque en ese mundo no existe la persona singular.

Y si se pasan por alto las testarudas inconsistencias divagatorias y el abrazo desacomplejado del riesgo al ridículo de Atlas Shrugged (1957), su potencial épico resulta en muchos pasajes de un vigor extraordinario. O sea, a ver si lo entiendo: ¿podemos seguir disfrutando como adolescentes de los cuentos de Conan el Bárbaro y la limitada pero poderosa prosa de Robert E. Howard, pero no podemos hacer lo mismo con Ayn Rand, solamente porque ella quería aplicar su locura al mundo real?

¿Han leído ustedes las cartas de H. P. Lovecraft y lo que opinaba de las personas, las razas, las clases sociales? A él le permitimos ser racista, pero Rand no puede reinvindicar el culto al egoísmo… ¿No hay sexismo detrás de ese prejuicio a su literatura?

Por favor, un poco de seriedad y distancia: no es tan habitual leer en los años 30, 40 y 50 historias protagonizadas por mujeres ateas, individualistas, fuertes y decididas, que toman aquello que desean, y que viven además situaciones eróticas, casi pornográficas, de un voltaje epidérmico sorprendente para la tradición estadounidense: sus descripciones del cuerpo masculino en su desnudez parecen entresacadas de una literatura ancestral y mitológica.

¿Por qué ese odio febril hacia Ayn Rand? ¿Porque no era el modelo de mujer que los hombres deseaban en esa época o porque no era el modelo de mujer que los hombres y mujeres DESEAMOS EN LA ACTUALIDAD? ¿Es que todas las mujeres del pasado deben ser como queramos ahora para reconocerles su mérito? ¿Todos los gays deben ser de izquierdas y todos los negros progresistas? ¿¿¿Porque nosotros lo decidimos así??? Vaya con los abogados de la libertad…

5. Dorothy M. Johnson

Valdemar ha sido también la editorial encargada de dar a conocer en castellano la obra de Dorothy M. Johnson, gracias al erudito especialista y editor Alfredo Lara y su colección Frontera: yo la había descubierto hace unos años en una antología de estética pulp con relatos de aventura (Adventure Stories, 1953) que todavía conservo.

Su cuento incluido en esa antología, «Flame on the Frontier», me golpeó durísimo: presenta la historia del rapto de dos niñas blancas por parte de un grupo de sioux y cómo son integradas en su sociedad; años después, una de ellas es vendida de vuelta a su familia de colonos, pero al regresar al mundo occidental descubre que ése ya no es su mundo…

La sensibilidad de Johnson para comprender al “otro”, en este caso el mundo indígena, y el respeto que muestra en la descripción de sus costumbres y sentimientos, me parece a años luz del ignorante desentendimiento con que el cine hollywodiense coetáneo los reflejaba en esa misma época.

De hecho, en los cuentos de Dorothy M. Johnson, la brutalidad suele llegar a menudo del lado ‘civilizado’. Ojo, eso no significa que el universo nativo norteamericano sea idílico: hoy día también despertaría protestas entre los comisarios de lo políticamente correcto por la crudeza con que es descrito. En realidad, Johnson no oculta que la violencia que era el pan de cada día de unos y otros, pero siempre muestra una ternura distintiva hacia la cultura ajena… y esta característica, en esos tiempos de novelas donde los indígenas siempre eran representados como caricaturas y llevaban las de perder, se agradece infinito.

Pero, por encima de todo, estamos ante una narradora nata, aconsejable para cualquier escritor primerizo que quiera adquirir solidez y destreza en su oficio: si quieren emocionarse y ponerse en la piel de los mal llamados “pieles rojas”, lean a Dorothy M. Johnson. Merece mucho la pena.

Copyright del artículo © Hernán Migoya. Publicado previamente en Utero.Pe con licencia CC.

Hernán Migoya

Hernán Migoya es novelista, guionista de cómics, periodista y director de cine. Posee una de las carreras más originales y corrosivas del panorama artístico español. Ha obtenido el Premio al Mejor Guión del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, y su obra ha sido editada en Estados Unidos, Francia y Alemania. Asimismo, ha colaborado con numerosos medios de la prensa española, como "El Mundo", "Rock de Lux", "Primera Línea", etc. Vive autoexiliado en Perú.
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