La historia que se cuenta en Sham moh (At the End of the Daybreak) (2009), del director malayo Yuhang Ho, está basada en sucesos auténticos que él conoció a través de la prensa. El film nos narra la turbia relación que se establece entre Tuck (Tsui Tin-Yau), un joven desocupado de 23 años que convive con su madre divorciada (Kara Hui), y la quinceañera Ying (Ng Meng-Hui). De acuerdo con la ley, Tuck puede ser acusado de violación por los padres de la menor, y por eso su madre trata de alcanzar con ellos un acuerdo económico. A pesar de ello, el drama seguirá su curso con trágicas consecuencias.
Esa inspiración en hechos reales tiene sus ventajas y sus inconvenientes, que sería largo enumerar aquí. En Sham moh, inevitablemente, el inconveniente más destacado es el desenlace, que, aunque sin duda está basado en la vida real, es muy cinematográfico. No es que ese desenlace eche a perder esta excelente y hermosa película, pero nos aleja de esa textura de realidad que tan bien fabrica Yuhang Ho. No es culpa de nadie, por supuesto, ni del guionista ni del director, quien, a pesar de todo, resuelve bastante bien esa dificultad.
El problema es que el cine, y también la novela, seleccionan ciertos hechos de la vida real porque resultan especialmente interesantes o vistosos. La novela lleva haciéndolo desde hace siglos y el cine desde hace más de cien años. Muchos de estos momentos de la vida se han repetido tantas veces en el cine que acaban recordando no a la vida, sino a otra película.
No hay problema porque veamos a alguien caminando por la calle, porque este acto es tan común que no nos llama demasiado la atención. Nadie dirá que está muy manido ver a un hombre o a una mujer caminando por la calle, ni acusará al guionista de volver a mostrar algo que se ha mostrado ya cientos de miles de veces. Sin embargo, si un hombre o una mujer caminan por un tejado, nos recordarán a Cary Grant o a Grace Kelly en Atrapa a un ladrón, o quizá a James Stewart en Vértigo.
La sencilla explicación de esta injusticia es que es frecuente ver a alguien caminando por la calle, pero no tanto verlo caminando por los tejados, así que el primer recuerdo asociativo que nuestra mente nos ofrece no es aquel señor que un día vimos instalando la antena en el piso de enfrente, sino el de cualquiera de los personajes que hemos visto en el cine (y hemos visto unos cuantos, sin duda), caminando por los tejados, aunque no tantos como los que caminaban por la calle.
Quizá se podría decir que hemos visto a más personas caminando por los tejados en el cine que en la vida real, mientras que con la gente que camina por la calle sucede todo lo contrario. En consecuencia, ver a alguien caminando sobre un tejado es muy cinematográfico.
Lo mismo sucede con todo lo que tenga que ver con pistolas, asesinatos o muertos, porque nuestra experiencia en tales asuntos suele ser muy modesta, a no ser que pertenezcamos a alguna mafia o trabajemos en una funeraria.
La manera en la que el cine se apodera de fragmentos de realidad a veces nos lleva a la paradoja de que la propia vida nos parece una imitación de una película, como en aquella anécdota del guionista William Goldman que cité en Las paradojas del guionista.
Goldman viajaba en un coche con el director canadiense Norman Jewison. Este úlltimo dijo en un momento dado: «Me pregunto qué tiempo hará mañana». Y según lo decía, puso la radio y en el instante en el que dijo la palabra mañana, una voz en la radio replicó: «Se esperan para mañana fuertes lluvias, torrenciales, etc…». En otras palabras, si hubiéramos cerrado los ojos y escuchado, casi no habríamos notado pausa entre ambas frases. Jewison y yo nos miramos y dijimos a la vez: «Un momento cinematográfico»».
Quizá porque era consciente de este peligro, Yuhang Ho nos recuerda de diversas maneras que estamos viendo una película que casi es de género. Esa quiebra de la verosimilitud no impide, sino que logra que creamos más en el film y nos prepara para aceptar ese inevitablemente tópico desenlace.
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