No es nada fácil contar una historia en cuatro o seis páginas, y menos una con enjundia. Para obtener un buen resultado, es imprescindible ajustar el ritmo a través de la paginación, los encuadres y el tamaño y forma de las viñetas, elegir las escenas y los diálogos precisos para definir los personajes y el avance de la acción y prescindir de lo superfluo, de todo aquello que no aporte información relevante a la narración.
En el caso de los autores de cómics, la cosa se complica aún más que en el de los escritores, puesto que las fechas de entrega y el formato de publicación son mucho más rígidos. En España nunca hemos andado cortos de guionistas y dibujantes especializados en esta difícil modalidad. Y de entre ellos destaca un nombre menos valorado de lo que se merece: Alfonso Font.
Efectivamente, Font es un ejemplo de ese refrán que reza «Nadie es profeta en su tierra». Autor completo de indiscutible pericia y profesionalidad, ha demostrado ser capaz de cambiar de registro temático con una facilidad y eficacia poco habituales. En su obra encontramos no sólo ciencia-ficción, sino historias costumbristas, aventuras de impecable corte clásico, tiras de humor, relatos policíacos, sagas históricas, westerns y thriller periodísticos o de espionaje. Y siempre con un extraordinario sentido de la narración y un dibujo que, no siendo particularmente espectacular o llamativo, es preciso, expresivo y perfectamente adaptado a la historia en todos sus elementos (diseño de los fondos, gestualidad de los personajes, descripción de la acción y desarrollo de la misma…). Con todo, su nombre nunca ha sido suficientemente reivindicado en su calidad de veterano y profesional contador de historias.
Fueron los primeros años ochenta los tiempos del boom de la ciencia-ficción en España, un campo que acogió a muchos autores y que les ofreció una puerta de entrada al mercado a través de publicaciones periódicas como 1984, la revista de Editorial Toutain especializada en el género. Hoy día apenas se publican álbumes de historieta recopilatorios de narraciones cortas. Era este un formato adoptado por conveniencia por los editores de las ya extintas revistas de cómic como sistema para completar huecos en el número mensual de turno, historias que acompañaban a aquellas firmadas por autores de prestigio con una extensión que obligaba a su serialización. Pero lo cierto es que en aquellas páginas «secundarias», «de relleno», se pudieron ver obras de una calidad igual o incluso superior a muchas de las «principales». Una de ellas fue la que ahora nos ocupa.
Publicada en la mencionada revista 1984 entre los números 22 y 40 como una serie de catorce historias cortas autoconclusivas en blanco y negro, Cuentos de un futuro imperfecto seguía el tono duro, afilado y profundamente pesimista de otra serie del mismo autor aparecida primero en Creepy y después en Cimoc: Historias negras, uno de los cómics más descarnados que he leído. En Cuentos…, la cara más oscura de la cotidianeidad quedaba sustituida por el entorno futurista, los finales sorpresa y, ocasionalmente, el humor que, aunque negro, cruel y sarcástico, suavizaba algo el desesperanzado tono general.
En estas historias, Font critica con acidez la estupidez humana en sus múltiples variantes, planteando situaciones al tiempo cómicas y dramáticas de carácter universal por lo que su validez sigue siendo la misma más de treinta años después de su publicación: la tecnología que se vuelve contra sus creadores; las malas relaciones máquina-humano (ya sean aquéllas ordenadores o robots); el abuso de los grandes negocios y su indiferencia hacia sus empleados o la propia sociedad de la que se nutren; la incapacidad humana para aprender de los propios errores; la reproducción a nivel individual de los mismos comportamientos que lastran colectivamente al hombre como especie; la hipocresía despiadada y el ciego egoísmo de los más privilegiados; nuestra capacidad destructora del medio ambiente ‒ya sea terrestre o alienígena, intencionadamente o no‒ … Aunque Font dispara en muchas direcciones (especialmente contra aquellos que ostentan el poder de una u otra forma), no hay ideología ramplona o proselitismo agresivo escondidos en estas historias, sino mera denuncia social y un llamamiento a la reflexión sobre la naturaleza de nuestra especie y el mundo que hemos construido (o que podríamos construir).
También hay espacio para sentimientos más nobles, como demuestra la bella y al tiempo triste historia «Ojos verdes», que en sólo seis páginas guía magistralmente al lector hasta su sorprendente pero inevitable conclusión; un relato que, hábilmente situado el último de la serie, arroja un mensaje de esperanza, de redención del ser humano.
Font demuestra que entiende a la perfección los resortes de la ciencia-ficción, creando una serie de historias inconfundiblemente adscritas al género pero al mismo tiempo accesibles y plenamente disfrutables por aquellos ajenos al mismo. La tecnología es omnipresente y fundamental como motor de los dramas, pero nunca llega a constituir un elemento tan opaco y extraño como para que el lector poco avezado en la ciencia-ficción se sienta perdido.
Asimismo y siguiendo la línea inaugurada por Ridley Scott en la reciente Alien (1979), opta por un enfoque «proletario» del espacio: no hay aquí heroicos guerreros galácticos enfrentados a malvados alienígenas por el rescate de bellas princesas (de hecho, ese tema es parodiado en uno de los episodios, “La gran empresa”), sino operarios, obreros, «currantes» cumpliendo con su trabajo, un trabajo mal pagado, a menudo aburrido y poco reconocido, exento de todo glamour.
Por otro lado, la ambientación de las historias es también digna de mención. Lejos de construir mundos futuristas livianos y luminosos, casi oníricos, en la línea de Moebius, o repletos de elegante parafernalia épica al estilo del Flash Gordon de Alex Raymond, Font decide poblar sus historias de intimidantes soldados espaciales fuertemente armados, maquinaria pesada, ajadas instalaciones de aspecto industrial, humanos y robots a mitad de camino entre lo realista y lo grotesco… todo ello ejecutado en un elaborado blanco y negro rico en texturas que resalta el carácter desalentador de la obra.
Por cierto, dos de estas historias («Lluvia» y “Ciberiada” ) están protagonizadas por el genial dúo compuesto por dos «espacialistas», el reflexivo Clarke y el irascible e impulsivo Kubrick (el homenaje no puede ser más claro), dos «hombres para todo» con la habilidad de meterse de patas en las misiones menos apetecibles y los planetas más desagradables. La actuación de este dúo en esa historia sería tan memorable que algún tiempo después se convertiría en protagonista de sus propias aventuras en una serie de álbumes que comentaremos en otra entrada.
No era esta la primera incursión de Font en la ciencia-ficción. De hecho, para cuando empezó Cuentos de un futuro imperfecto, ya era un consumado veterano que había comenzado a publicar sus primeros tebeos con dieciséis años, en 1962. En España, sus viñetas encuentran acomodo en la editorial Toray, para saltar luego al mercado internacional (Europa, Estados Unidos, Sudamérica) a través de diferentes agencias. En 1975 se traslada a Francia, cuya dinámica industrial del comic le ofrece mayores oportunidades. Es en este momento donde toma contacto con la ciencia-ficción gracias a Los Robinsones de la Tierra, guionizada por Roger Lécureux (1979-1982). Pero tampoco era lo que esperaba. Las injerencias editoriales y los desacuerdos con los guionistas le animan a volver a España en 1979 en lo que es su siguiente y más importante paso profesional: convertirse en autor completo, responsabilizándose tanto del guión como del dibujo de sus propias historias aprovechando el auge del cómic adulto en nuestro país. Como todavía continúa trabajando para el mercado francés, sólo encuentra tiempo para dibujar historias cortas, formato que, por las razones arriba expuestas, interesa a los editores nacionales. Así comienza la publicación de Historias negras primero y Cuentos de un futuro imperfecto después, todo ello cosechando un quizá inesperado éxito que le permitió consolidarse en el ámbito nacional y gozar de la libertad creativa que había perseguido.
En resumen, una obra de corte satírico a la española, ligera en su formato narrativo pero densa en su contenido, servida de la mano de un excelente profesional que ama, comprende y conoce la ciencia-ficción.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.