Cualia.es

Proteo el cambiante

Es indudable que Shakespeare eligió el nombre de Proteo (el dios marino transformista de la mitología griega) en Los dos hidalgos de Verona para resaltar su carácter cambiante: se enamora de Julia, sí, pero enseguida se enamora de Silvia.

Es algo que también le sucede a Romeo, aunque pocos reparan en ello: cuando empieza la obra, Romeo está enamorado de Rosalinda y no puede vivir sin ella, pero enseguida se desenamora y vuelve a enamorarse, esta vez de Julieta.

Sin embargo, el carácter cambiante también se expresa en otros actos menores de Proteo, quien no suele comportarse de la misma manera ante unos y ante otros.

En las primeras escenas, por ejemplo, Proteo dice unas cosas a Julia y otras muy distintas a su padre (de manera casi inmediata).

Más adelante también cambiará en otras situaciones: ante Silvia y cuando ella no está delante; ante Valentín y cuando él no está delante (por ejemplo, cuando habla con el padre de Julia). Hay una continua disparidad entre el comportamiento público y privado de Proteo.

Con Proteo se debe iniciar esta sección que lleva su nombre. También podía haberse llamado Las Metamorfosis, pero el asunto que me interesa es más limitado que el que ocupó a Ovidio, lo que es una suerte.

En la mitología, y especialmente en la griega, se pueden encontrar decenas de personajes que se transforman en plantas, animales, estrellas o cualquier otra cosa imaginable. Pero en Seres proteicos sólo me quiero ocupar de aquellos que tienen el poder de trasformarse continuamente. Es decir, que en cierto modo, su naturaleza consiste en esta facultad cambiante. Por ello, no se hablará de aquellos personajes que se transforman en animales, constelaciones o flores como escarmiento, premio o símbolo de su destino.

Proteo es un mítico rey de Faros, una pequeña isla junto al Delta del Nilo, que sin embargo contaba con el mayor puerto de la Europa de la Edad de Bronce. Mítico no significa necesariamente imaginario. Era tan sabio que conocía la respuesta a cualquier pregunta. Pero también era muy testarudo y se negaba a compartir su sabiduría. La única manera de conseguir su colaboración era atraparle y no soltarle hasta que diese la respuesta pedida. Lamentablemente, esa no era tarea fácil, pues Proteo tenía el poder asombroso de cambiar de forma continuamente.

Muchos héroes se propusieron atrapar a Proteo para que respondiese a sus preguntas. Aristeo, según cuenta Virgilio, quiso que le dijera por qué habían muerto sus abejas melíferas. Fue Cirene, prima de Proteo, quien recomendó a Aristeo atase al dios marino para obligarle a responder. Así lo hizo Aristeo y, sorprendiendo a Proteo mientras dormía la siesta, logró atraparlo a pesar de su transformaciones. Pero Graves opina que la presencia de Proteo en la historia de Aristeo es un ejemplo del empleo irresponsable del mito por parte de Virgilio.

Para Graves, Proteo es otro nombre de Nereo, el anciano del mar. Se le representa en la pintura de un ánfora primitiva con la cola de pez y un león, un ciervo y una víbora saliendo de su cuerpo.

Según Graves, las transformaciones de Proteo en La Odisea indican las estaciones a través de las cuales el rey sagrado iba del nacimiento a la muerte.

Por otra parte, y dejando a un lado todas estas interpretaciones, en la Antigüedad se contaba un curiosa variante de una leyenda conocida: Helena, la esposa de Menelao y causa de la guerra de Troya, no fue raptada por Paris sino que éste se llevó una Helena fantasma, quedando la verdadera Helena en Egipto o Faros con el rey Proteo.

En Odisea IV 351, Menelao cuenta a Telémaco, hijo de Ulises, su encuentro con el anciano del océano cuando regresaba de Troya a Esparta. Se hallaba entonces el caudillo aqueo en la isla de Faros, frente a Egipto, pero no podía hacerse a la mar por falta de viento.

Tras veinte días retenidos allí: “cierta deidad apiadada buscó mi remedio. Fue la hija del Viejo del Mar, el insigne Proteo, la que llaman Idótea”

Menelao sospecha que algún dios quiere impedir que sus naves prosigan el viaje, pero ignora de qué deidad se trata y cuál es el motivo de su ira. Entonces Idótea le dice:

“Suele andar por aquí cierto anciano del mar, infalible, el egipcio Proteo, inmortal que conoce los fondos del océano sin fin; Posidón por vasallo lo tiene y es el padre que a mí me engendró” .

Y añade: “Si fueras tú capaz de cogerlo en celada y rendirlo a tu arbitrio, de tu ruta te habría de decir si será corta o larga y en qué modo podrás regresar sobre el mar rico en peces.
Asimismo, ¡oh retoño de Zeus!, sabrás, si lo inquieres, tanto el bien como el mal ocurrido en tus casas al tiempo que tú andabas ausente en la larga y penosa jornada”

Después, Idótea le explica a Menelao cómo puede atrapar a su escurridizo padre:

“Una vez que le viereis dormido, llegada es la hora: en alerta poned vuestra fuerza y vigor, sujetadle aunque más se resista y procure escaparse tomando mil figuras diversas. Vereislo cambiado de pronto en reptil que se arrastra en el suelo, después convertido ya en hoguera violenta, ya en agua; vosotros seguidle sin cesar estrechando, apretad cada vez con mas brío; mas, después que él os hable con propias palabras y vuelva a tomar la figura en que estaba al dormirse, absteneos de mayores violencias, soltad al anciano y al punto, noble prócer, pregúntale tú qué deidad te persigue y en que modo podrás regresar sobre el mar rico en peces”.

Menelao y su hombres se ponen encima pieles de foca y se unen al rebaño que cuida Proteo: “Por la siesta surgió de las aguas el viejo: a la vista de sus focas robustas se puso a contarlas pasando por mitad y empezó por nosotros, ajeno en su alma del engaño tramado, y al fin acostóse entre ellas. Dando gritos saltamos entonces los cuatro y las manos le lanzamos encima. No puso el anciano en olvido sus ardides: cambióse primero en león melenudo, en serpiente después, en leopardo y en cerdo gigante, luego de ello en corriente de agua y en árbol frondoso. Sin respiro apretábamos todos con ánimo entero y, rendido por fin el anciano perito en intrigas maliciosas, volviéndose a mí, preguntó de este modo: ‘¿Qué deidad te ha ayudado a tramar, oh retoño de Atreo, tal celada que así me has cogido? ¿Qué buscas con ello?’”

Rendido ya Proteo, Menelao le pregunta varias cosas, a las que el cambiante dios responde obediente. Tras lo cual: “sumergiose en las olas marinas”. Aunque gracias a la ayuda de Proteo, Menelao puede regresar a su patria, no se dice que encontrase a la verdadera Helena junto a Proteo.

Imagen superior: N.C. Wyeth, 1929.

Copyright del artículo © Daniel Tubau. Reservados todos los derechos.

Daniel Tubau

Daniel Tubau inició su carrera como escritor con el cuento de terror «Los últimos de Yiddi». Le siguieron otros cuentos de terror y libro-juegos hipertextuales, como 'La espada mágica', antes de convertirse en guionista y director, trabajando en decenas de programas y series. Tras estudiar Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, regresó a la literatura y el ensayo con libros como 'Elogio de la infidelidad' o la antología imaginaria de ciencia ficción 'Recuerdos de la era analógica'. También es autor de 'La verdadera historia de las sociedades secretas', el ensayo acerca de la identidad 'Nada es lo que es', y 'No tan elemental: como ser Sherlock Holmes'.
Sus últimos libros son 'El arte del engaño', sobre la estrategia china; 'Maldita Helena', dedicado a la mujer que lanzo mil barcos contra Troya; 'Cómo triunfar en cualquier discusión', un diccionario para polemistas selectos. 'Sabios ignorantes y felices, lo que los antiguos escépticos nos enseñan', dedicado a una de las tendencias filosóficas más influyentes a lo largo de la historia, y 'Manual estoico de vida', una reinterpretación de los textos de Epicteto.
Además, ha publicado cuatro libros acerca de narrativa audiovisual y creatividad: 'Las paradojas del guionista', 'El guion del siglo 21', 'El espectador es el protagonista' y 'La musa en el laboratorio'.
En la actualidad sigue escribiendo libros y guiones, además de dar cursos de guion, literatura y creatividad en España y América.