Es posible que la especialización sea algo deseable para otros, pero no para Daniel Tubau, cuya carrera ha sido tan variada como su propia curiosidad. Guionista, director televisivo, periodista y profesor de narrativa audiovisual, Tubau es uno de esos escritores que aprenden y enseñan con el mismo entusiasmo. Precisamente por ello, sus reflexiones acerca de los aspectos más singulares de la ciencia, el arte y la cultura son siempre una puerta abierta a la sorpresa.
Ese entusiasmo por el conocimiento se transmite en libros como Las paradojas del guionista, El guión del siglo 21, La verdadera historia de las sociedades secretas, Recuerdos de la era analógica (una antología del futuro), Elogio de la infidelidad, Nada es lo que es: el problema de la identidad, No tan elemental. Cómo ser Sherlock Holmes o El espectador es el protagonista.
Decidido a contagiarnos también su amor por la cultura china, Daniel Tubau nos invita ahora a descubrir en su nuevo ensayo, El arte del engaño, todas las claves de ese clásico de la estrategia que es El arte de la guerra, de Sunzi.
Daniel, abres uno de los capítulos del libro con una cita del sinólogo Stephen Owen, en la que este señala que nuestra imagen de la China tradicional está distorsionada por la creencia en su inmutabilidad. En realidad, me da la impresión de que esa visión estereotipada también atañe al propio libro de El arte de la guerra. Un texto que, en manos de estrategas del márketing y del liderazgo empresarial, ha acabado convertido en una simple fuente de citas para sesiones de coaching. ¿Crees que es posible rescatar la obra de ese territorio de la autoayuda más superficial?
Tienes razón. Es cierto que lo que le ha pasado a China también le ha pasado a El arte de la guerra. La imagen de una China inmutable es lo opuesto a lo que ha sucedido en aquel territorio en los últimos 3000 años. En El arte del engaño intento corregir, en cierto modo, esa imagen tópica de China, y en mayor medida la imagen también parcial de El arte de la guerra. Es por eso por lo que incido (y supongo que para muchas personas también revelo) el contexto en el que se escribió el libro, mostrando que en cierto modo El arte de la guerra no fue una causa sino más bien un efecto de su época. Es en ese contexto en el que he intentado que se entienda El arte de la guerra de Sunzi.
Ahora bien, luchar contra su aplicación a otros terrenos será más difícil, porque eso, curiosamente, es algo que ya hicieron los propios chinos, que, por ejemplo, lo aplicaron al terreno del arte del sexo o a la medicina, y es indudable que El arte de la guerra tiene un poder de sugerencia que va más allá del terreno militar. Pero sí quiero mostrar que el libro de Sunzi es mucho más interesante, sutil y complejo que la interpretación más vulgar a la que estamos acostumbrados.
A lo largo de la obra, insistes en otro detalle esencial, y es que El arte de la guerra llega hasta nosotros a través de filtros bastante opacos, empezando por el punto de vista del Imperio chino. Cosa bastante interesante, dado que el libro corresponde a un periodo en el que China como tal aún no existía…
Existen dos hipótesis dominantes acerca de cuándo fue escrito El arte de la guerra, y las dos lo sitúan antes de la creación de China (en el año 221 antes de nuestra era). En consecuencia, se da la paradoja de que Sunzi, el maestro Sun, no era chino, como tampoco lo eran Confucio, Mencio o Laozi. En esa época anterior a la creación de China, que podríamos denominar época Zhou para entendernos, asistimos a una eclosión cultural asombrosa, que se podría comparar con el célebre “milagro griego” (además, se produce casi en paralelo desde el punto de vista cronológico). Y es ahí donde encontramos a Sunzi y El arte de la guerra.
Con el Primer Emperador se inician los 2000 años del Imperio Chino, que reinterpretan la historia anterior en función de sus intereses, a menudo cambiantes. Esos intereses, sin embargo, suelen coincidir con el confucianismo que impregnó todas las instituciones y el pensamiento chino (y que me temo que tampoco tiene mucho que ver con el verdadero Confucio), o con los desarrollos del taoísmo hacia un barroquísmo simbólico y místico a veces desenfrenado, o con la aportación del budismo. Pues bien, todo eso no existía en la época de Sunzi, por lo que la interpretación de la filosofía pre china que se hizo durante la larguísima época imperial a menudo se convierte casi en una chinoiserie o chinería fabricada por los propios chinos, aunque muchas veces con la complicidad de autores occidentales proclives a esa imagen estereotipada y deformada.
Se podría comparar con la interpretación que se hizo de Aristóteles y Platón por el cristianismo, desde Agustín de Hipona a Tomás de Aquino y más allá: interesante, sin duda, pero bastante distante de las intenciones de sus autores. Curiosamente, es en la actualidad cuando, gracias a los asombrosos descubrimientos arqueológicos, conocemos mejor la época prechina o Zhou.
En parte, tu libro es un relato detectivesco en busca del auténtico autor de El arte de la guerra. Hay muchos momentos en los que Sunzi se revela como una figura misteriosa, casi de ficción. Como acabas de indicar, también analizas con detenimiento a Sun Wu y a Sun Bin, a quienes se atribuye la obra. Pero no voy a preguntarte ahora por la resolución del misterio ‒eso deben descubrirlo los lectores de El arte del engaño‒. Me interesa más otro detalle, y es esa cualidad enigmática que emparenta a Sunzi con otros personajes sujetos a especulación ‒desde Shakespeare a Colón‒. ¿Quizá sea la estrategia definitiva el hecho de que un maestro de las argucias oculte su verdadero rostro al porvenir?
Muy interesante comparación. Es cierto que Sunzi comparte esos rasgos con Shakespeare y Colón. Y sí, el propio Sunzi recomienda en su libro que el buen estratega debe permanecer oculto y no ser conocido, porque ese anonimato es lo que hace que sus estrategias puedan ser más efectivas, al no poder preverse o al no poder vigilarlo.
No recuerdo ahora si llegué a incluir en el libro una reflexión acerca de la paradoja de El príncipe de Maquiavelo: al divulgar los secretos y hacer un manual público, se pierde efectividad, porque los manipuladores lo son con más efectividad cuando no se les ve venir. Por eso Mary Dietz y Gramsci llegaron a sugerir que El príncipe es en realidad una denuncia por parte de alguien, Maquiavelo, que incluso sufrió tortura a manos de los príncipes de su época. Ese elemento de denuncia es también una de las lecturas paradójicas de mi propio libro, pues doy a conocer a todos los métodos del engaño.
La astucia y el enfrentamiento indirecto que Sunzi examina suelen escapar de lo que la tradición considera un comportamiento honorable. Un historiador militar, Lawrence Freedman, recuerda el modo en que Tito Livio recogía el disgusto de los senadores romanos ante «los trucos púnicos y las astucias griegas». Es decir, ante operaciones que conseguían engañar al enemigo, haciendo lo contrario de lo que éste esperaba, en lugar de dominarlo con la fuerza y la valentía. ¿Crees que sigue persistiendo ese recelo? ¿Sigue pareciéndonos algo negativo el Caballo de Troya?
“Nunca aceptes regalos de los griegos”, en efecto. Creo que hay un sentimiento ambivalente, pero quizá hoy en día se admira más la astucia que la caballerosidad arcaica, que también es muy discutible, por cierto. Quizá esos caballeros eran más astutos puesto que escondían su astucia detrás de nobles motivaciones, como solían hacer todos los príncipes y gobernantes antes de que Maquiavelo se decidiera a aconsejar lo que ya se hacía.
El caballo de Troya es algo negativo, puesto que es lo que da inicio a la destrucción de la ciudad de Troya, pero la guerra también duraba ya diez años de muerte y destrucción y quizá se habría prolongado más tiempo y con más sufrimiento sin esa argucia. Lanzar a los soldados en un ataque directo y sincero, sin importar cuántos de ellos mueran, casi siempre es peor que encontrar una manera, como recomienda Sunzi, de vencer sin luchar. Seguramente algún tipo de argucia habría sido preferible a permitir que más de un millón de soldados murieran en la batalla por Stalingrado.
Imagen superior: Daniel Tubau junto a la estatua de Wu Zixu en Suzhou (Jiangsu, China) © Ana Aranda Vasserot.
El prestigio de El arte de la guerra también se debe a sus lectores y admiradores más ilustres, desde Napoleón hasta Mao. Sin embargo, no sé hasta qué punto las fórmulas del maestro Sun, que en general previenen frente a los grandes riesgos ‒por ejemplo, esa guerra prolongada a la que acabas de referirte‒ se ajustan realmente a los estrategas que aseguran haberlas aplicado, y que acaban destacando en la historia militar por todo lo contrario: una osadía que nos acaba pareciendo imprudente.
Este es un asunto verdaderamente complejo: determinar si las victorias se han conseguido por aplicar una u otra estrategia, o por seguir o no los preceptos de Sunzi. En el caso de Napoleón, aunque el libro había sido traducido al francés por el padre Amiot y cabe la posibilidad de que lo leyera Napoleón, parece que es un mito y no existe ninguna prueba de que lo leyera. El sinólogo Victor Mair asegura haber leído decenas de biografías de Napoleón sin encontrar el más mínimo indicio. Y efectivamente, aparte de no coincidir la estrategia de Napoleón con muchas del maestro Sun, y de incluso considerarse opuestas, desde luego no siguió el precepto de que lo peor de todo es una guerra prolongada. Quizá esa fue la causa de su derrota final, pues también dice Sunzi que cien victorias en cien batallas no es mejor que vencer sin luchar.
Tampoco lo siguió Mao Zedong que luchó durante veintitrés años con Chiang Kai-shek. Por otra parte, Mao tenía dos libros de cabecera, El arte de la guerra de Sunzi y De la guerra de Clausewitz, es decir, las dos caras de la estrategia, la occidental y la china. ¿A quién atribuir los méritos o deméritos de Mao como estratega? Sin contar con que su gran rival, Chiang Kai-shek también era un apasionado de El arte de la guerra, pero él fue derrotado.
En cuanto a los estrategas osados e imprudentes, hay que tener en cuenta que en eso seguramente funciona el sesgo de éxito: recordamos lo que ha funcionado, los que han tenido éxito, pero olvidamos todas las veces que la imprudencia ha llevado al desastre (que sin duda serán muchas más).
Otra de las facetas de tu libro es el análisis del propio engaño como elemento decisivo en la supervivencia humana. Gracias a la revolución tecnológica, ese engaño es más factible y eficaz que nunca. Me refiero, claro, a la guerra informativa que se aprovecha de nuestros sesgos cognitivos, y que emplea la falsedad con fines políticos o geoestratégicos. Decía Hanna Arendt que el sujeto ideal en un sistema totalitario no es el fanático, que ya viene engañado de serie, sino ese ciudadano que es incapaz de distinguir entre lo real y lo inventado. Me da la sensación de que los populismos de izquierda y de derecha ya han tomado buena nota de esto. En ese sentido, ¿qué efecto a largo plazo crees que tendrán fenómenos como las noticias falsas, o esa desinformación que promueven las redes sociales y ciertos medios digitales?
Creo que el efecto que tendrán estos fenómenos acabará siendo el de una desconfianza permanente entre unos y otros. El engaño, cuando se emplea por sistema en todas las circunstancias, acaba por convertirse en lo que intenta evitar, es decir en un método ortodoxo: si todo el mundo engaña, entonces lo sorprendente es que alguien no engañe.
Espero y confío en que poco a poco se pueda poner unos ciertos límites al uso indiscriminado de la mentira propiciado por las redes sociales, que son un fenómeno relativamente nuevo, pero que acabará por ser regulado, como lo es cualquier aspecto de la vida social.
Quizá aquí también aplicamos un defecto de perspectiva y ese tipo de mentiras existían ya antes, pero no con el mismo poder multiplicador (a disposición de cualquier ciudadano) que les da una dimensión nueva. Por poner un ejemplo, pensemos en todas las décadas durante las que los intelectuales creyeron que en China las cosas iban estupendamente durante la etapa de Mao Zedong y que, como se solía decir “todos los chinos tenían un plato de arroz”. Ahora sabemos que sufrieron durante el Gran Salto Adelante la mayor hambruna de China y quizá de toda la historia de la humanidad; o quienes creían que la revolución cultural fue un acto cultural cuando en realidad fue de destrucción cultural inaudita y de crueldad pocas veces vista. Jean-Paul Sartre creyó (o al menos difundió) esa mentira, a pesar de que autores como Simon Leys lo denunciaban, sin que nadie los escuchara. Y esa mentira duró años y años. Al menos ahora, aunque es cierto que se pueden difundir mentiras con facilidad, parece que también tenemos ciertos mecanismos para detectarlas.
Imagen superior: Ana Aranda Vasserot.
El arte del engaño incluye una traducción comentada de El arte de la guerra y de Las 36 estratagemas chinas. ¿Qué aporta de nuevo esta traducción hecha por Ana Aranda Vasserot?
En libros como El arte de la guerra, el Dao de Jing o, por poner un ejemplo no chino, las Rubayyat de Omar Jayyam, una traducción no cancela las anteriores, sino que cada traducción hace más interesante el texto original y revela aspectos inéditos pero complementarios. Esta traducción tiene un punto de partida que era que fuese accesible para cualquier lector, sin necesidad de un aparato crítico académico, aunque el trabajo de la traductora Ana Aranda Vasserot ha sido intensísimo y meticuloso. Yo solo tengo ciertas nociones de la lengua china y, por lo tanto, solo he colaborado en la parte española de la traducción, pues toda traducción implica primero un desciframiento de la lengua de origen y después una adaptación literaria a la lengua de llegada, pero creo que la traducción ha logrado ser al mismo tiempo muy fiel al original y también de lectura muy agradable. Creo que la traducción deparará grandes placeres estéticos al lector y que, gracias también a los comentarios, podrá extraer gran parte de la sabiduría y el ingenio que contiene El arte de la guerra.
Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.
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