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«Maze Agency» (1988), de Mike W. Barr y Adam Hughes

El interés de Mike W. Barr en las historias de misterio viene de lejos. Según él mismo recuerda, fue en septiembre de 1967, aún en el instituto, cuando compró casualmente en un quiosco una novela policiaca firmada por Ellery Queen –seudónimo tras el cual se escondían los primos Daniel Nathan y Emmanuel Benjamin–. Aquellas páginas fueron la puerta de entrada a un género, el de detectives, en el que pronto descubrió a Rex StoutAnthony Boucher, etc, y que inmediatamente se convertiría en su favorito.

Al comienzo de su carrera como profesional, Barr trató de vender algunos relatos de misterio a la Ellery Queen’s Mystery Magazine y, de hecho, en el número de mayo de 1973 llegó a publicar uno, Crimen en la Convención de Cómics, en el que presentaba a dos detectives: Karen Ashwin, directora de una agencia de investigación, y Gardner Frost, su novio y socio. En 1977, Barr vendió a otra revista de menos calado otro cuento protagonizado por la misma pareja.

Pero para entonces su trayectoria como escritor literario quedó aparcada tras aceptar unempleo en la plantilla de DC Comics. Su primer trabajo como guionista allí fue para una historia de complemento en Detective Comics nº 444 (1975) protagonizada por el Hombre Elástico, quizá el mejor detective –con permiso de Batman– del Universo DC. La carrera de Barr estuvo muy ligada al Hombre Murciélago (aunque realizó muchos otros trabajos, desde contestar correos ha desempeñar tareas de editor además de guionizar series como Camelot 3000Green LanternThe Brave and The Bold…). Escribió Batman and the Outsiders, la novela gráfica Batman Hijo del Demonio o una recordada etapa en la colección de ese héroe junto al dibujante Alan Davis.

El Batman de Mike W. Barr fue uno de los que más hincapié puso en las pesquisas detectivescas (llegó a emparejarle nada menos que con Sherlock Holmes en Detective Comics 572) pero no estaba satisfecho del todo. Su amor por las historias de crimen y misterio seguía intacto pero no había tenido oportunidad de abordar el género desde un punto de vista estrictamente racional y realista, prescindiendo del elemento fantástico, sobrenatural o superheroico.

Entonces cayó en sus manos una publicación de Eclipse, Ms.Tree, escrita por Max Allan Collins y dibujada por Terry Beatty. Por fin veía una serie detectivesca no solamente libre de capas, máscaras y supervillanos, sino fiel al espíritu del género, en ese caso al hardboiled característico de las novelas de Mike Hammer escritas por Mickey Spillane.

El florecimiento de las editoriales independientes estaba dando oportunidades a autores tanto noveles como veteranos que quisieran ofrecer algo diferente al material superheroico de Marvel y DC, y Mike W. Barr decidió que aquél era el momento. En 1986 empezó a trabajar en una nueva serie afín al género detectivesco más puro, aquel que desafía al lector a resolver un crimen mediante las pistas diseminadas por el relato, rechazando las revelaciones sorpresa de última hora. Recuperó, algo cambiada, la pareja protagonista que había imaginado para aquellos relatos que envió a Ellery Queen’s Mystery Magazine y se lo ofreció a Comico, una compañía independiente con sede en Pennsylvania fundada en 1982. Ésta aceptó y el primer número de la nueva serie, The Maze Agency, apareció en diciembre de 1988.

La Maze Agency es un agencia de detectives privados con sede en Nueva York, fundada y dirigida por Jennifer Mays. Ex agente de la CIA, de familia rica, hermosa, inteligente y diplomática, se encuentra de vez en cuando casos especialmente complejos para los que requiere la ayuda del escritor y periodista especializado en temas policiacos Gabriel Webb. Éste siempre acepta colaborar con ella no sólo porque de esta forma obtiene material para sus reportajes, sino porque tiene un interés sentimental en Jennifer.

La dinámica de la pareja protagonista reproducía hasta cierto punto la que ya se había podido ver en series de televisión por entonces muy populares como Luz de Luna (1985-1989) o Remington Steele (1982-1987) y que aún sigue conquistando al público en otras encarnaciones más modernas como Castle: dos investigadores de distinto sexo, con talentos distintos y personalidades muy diferentes cuando no opuestas que les llevan a ocasionales encontronazos, réplicas y contrarréplicas. Sin embargo, ambos acaban combinando sus capacidades para resolver el enigma de que se trate.

Entre Jennifer y Gabriel hay una evidente tensión sexual, pero Barr no opta por mantenerlos separados mediante el cinismo o las peleas resultantes del choque de sus respectivas personalidades. Al contrario, se deja claro que existe intimidad entre ellos y que la razón de que no establezcan lazos más estrechos se debe a la inseguridad de ambos. Por un lado, Jennifer piensa que una relación romántica le quitaría tiempo a su obsesiva dedicación al trabajo y afectaría al prestigio de su agencia, por el que tanto ha luchado. Por otro, Gabriel, tan galante e inteligente como despistado y campechano, siempre tiene dificultades para llegar a fin de mes y se siente intimidado por la belleza, impecable elegancia y posición económica de ella. A pesar de que Jennifer trata de recompensarle por sus servicios como colaborador externo, Gabriel se niega a ello pensando que permitir la inclusión del dinero en su vínculo no haría sino convertirla en una de jefe–empleado. Es, por tanto, una relación verosímil y adulta.

De todas formas, Barr siempre mantiene claro el foco temático: The Maze Agency no es un cómic romántico, sino policiaco. La interacción sentimental entre los protagonistas sirve de positivo contrapunto emocional al mundo de robos y asesinatos con el que se involucran continuamente, pero nada más. En cada episodio, ambos realizan aportaciones relevantes a la hora de resolver el misterio, alternándose en el descubrimiento final del culpable. La interacción entre ambos es dinámica y está muy bien planteada y aunque el tiempo dedicado a describir y desarrollar su relación es breve, quizá una escena por episodio, es suficiente para que aquélla sea una parte nada despreciable del atractivo de esta serie.

Los personajes secundarios son bastante más esquemáticos y cumplen un papel básicamente instrumental en la trama, ya sean los sospechosos presentados en cada caso o los recurrentes detectives de homicidios Roberta Bliss, quien a regañadientes deja participar en sus investigaciones a la pareja titular (aunque tuvo algo más de protagonismo en un número, el 15, en el que era acusada de asesinato); y el obeso y gruñón sargento Stubbs.

En cuanto a los misterios propiamente dichos, son imaginativos, intrigantes y variados: el robo en una galería de arte (nº 1), asesinatos en el marco de una serie de televisión (nº 2), la desaparición de un valioso prototipo automovilístico (nº 3), las muertes violentas de miembros de un club de aficionados a la figura histórica de Jack el Destripador (nº 4), un homicidio relacionado con la criogenización (nº 5), un juego que termina mal (nº 6), el asesinato de un condenado a muerte minutos antes de su ejecución (14), un homenaje a The Spirit (el Anual), cultos religiosos de corte apocalíptico (17) o un asesino en serie de gays (21). Barr no sólo demostró gran imaginación a la hora de dar con formas originales de asesinar y ambientar esos crímenes, sino que supo recuperar el espíritu pulp de las antiguas revistas de misterio con crímenes aparentemente perfectos y trasladarlo a un ambiente contemporáneo.

Como he apuntado antes, el deseo de Barr era hacer una serie de detectives que, según sus propias palabras, jugara limpio : no recurrir a revelaciones sorpresa para resolver los misterios, sino a la recopilación y correcta interpretación de pistas diseminadas por la trama. Cuando se leen los episodios una segunda vez, se puede ver lo bien que Barrconsigue su objetivo, utilizando tanto los diálogos como el dibujo para mostrar las pistas. En una de las secciones de cartas de los lectores explicó que su sistema consistía en escribir hacia atrás, esto es, determinar en primer lugar la identidad del criminal y luego retroceder en el relato para asegurarse de que las pistas condujeran a la conclusión correcta. Y como cada número es autoconclusivo, no es necesario recordar un indicio dejado seis episodios antes; todo está incluido en las 26 páginas que dura la historia.

Barr y sus dibujantes tampoco pecan de obvios a la hora de mostrar las pistas, ya sea un pequeño dibujo de Gabriel mirando un número de habitación en un segundo plano, o un sospechoso agarrándose de los tirantes. Son detalles que a menudo pasan desapercibidos en una primera lectura, pero que conociendo ya la identidad del culpable son fácilmente identificables si se buscan.

El problema al abordar en una lectura continuada todos los números de la serie es, precisamente, su estructura, que se repite una y otra vez. No hay asesinatos aleatorios o caprichosos, sino que todos esconden una motivación, normalmente el dinero o el amor, y, por tanto, son más fácilmente investigables. Hay tres o cuatro sospechosos y el culpable acaba viniéndose abajo y confesándolo todo. Cada caso criminal está bien planificado y ejecutado. Barr no se desvía demasiado de esta fórmula y lo que resulta una virtud cuando se trata de leer unos pocos números de vez o hacerlo con la cadencia mensual original, se convierte en un defecto en una relectura global de toda la colección. De todas formas, Barr salva en parte el problema gracias a la amplia variedad de casos y entornos que plantea.

Aunque los personajes fueron diseñados por Alan Davis y éste dibujó la primera historia promocional de seis páginas, Mike W. Barr tuvo la fortuna de contar en el apartado gráfico de la serie a un Adam Hughes no sólo todavía desconocido, sino totalmente novato.

Nacido el 5 de mayo de 1967 en Riverside, Nueva Jersey, quedó cautivado por los cómics en el verano de 1985, cuando hubo de pasar semanas en cama recuperándose de una mononucleosis y dedicó el tiempo a dibujar sin parar. Su primera incursión en el mundo profesional vino de la mano de Mark Wheatley y Marc Hempel, quienes le ofrecieron trabajar en la colección Blood of Dracula, de Insight Studios. Tras un breve paso por un cómic de ciencia ficción de segunda titulado DeathHawk, sus originales cayeron en manos de Diana Schutz, por entonces editora de Comico, quien le ofreció su primera serie regular: The Maze Agency.

No era esa la opción más fácil para un dibujante novel, puesto que Barr incluía abundantes textos y mucha información que encajar en las viñetas. Eran los tiempos previos al decompressing storytelling y era necesario, en las veintiséis páginas de cada cómic, plantear, investigar y rematar un misterio diferente cada vez.

Pero incluso en su bisoñez –contaba con tan sólo 21 años– ya era evidente que Hughes disponía de una enorme reserva de talento. Desde el principio supo mezclar el tono de misterio y drama propio del género detectivesco con los momentos más livianos apoyados en el humor o el romance. La evolución que experimenta en los pocos números de los que se encargó es notable, sobre todo en lo que a dominio de la figura humana y gestualidad se refiere.

Aunque en años posteriores –y hasta la actualidad– sería conocido por su exuberancia, especialmente en lo que se refiere a sus despampanantes mujeres, aquí consigue mantener su estilo dentro de unos parámetros más realistas: Jennifer es, sin duda, hermosa, pero Hughes conserva sus proporciones dentro de los límites de la normalidad y nunca la dibuja con ropa marcadamente sexy ni en poses claramente provocativas. El dibujante comprendió que Barr quería un tono realista y eso es lo que le dio: hombres y mujeres con aspecto normal y que se visten de forma normal. A ello se añadió la indiscutible facilidad que Hughes tenía para plasmar la expresividad facial y corporal.

Aunque aún se nota inseguro, desde el primer número ya se notan sus ganas de experimentar con la composición de página y no resignarse a los montajes tradicionales: solapa unas escenas sobre otras, saca a los personajes de las viñetas para invadir las contiguas, alterna cuadros horizontales con verticales, elimina los marcos y consigue encajar el abundante texto sin dañar demasiado el dibujo.

Es de destacar el entintado de Rick Magyar, que consiguió embellecer considerablemente los lápices de Hughes en un cómic que se disfruta mucho mejor en el paperback en blanco y negro que lanzó Innovation recopilando los cuatro primeros episodios. Los agudos contrastes en blanco y negro correctamente matizados por el uso ocasional de las tramas resultan mucho más adecuados para el género policiaco que el pobre color que se le aplicó en su edición regular.

Tras dibujar tan solo ocho números y un anual entre 1987 y 1988, ya resultaba evidente que a Hughes se le quedaba pequeño un cómic independiente y minoritario y alguien en DC no tardó en echarle el ojo. La siguiente colección de la que se encargaría sería ya una superventas: la Liga de la Justicia de América guionizada por Keith Giffen y J.M. de Matteis.

Cómico publicó siete números antes de entrar en bancarrota en 1990 víctima del siempre inestable mundo del cómic independiente. Barr se llevó entonces sus personajes a la recién nacida Innovation. Pero para entonces, como he dicho, Hughes ya había emprendido vuelo hacia el cielo de los grandes y Barr hubo de conformarse con una larga lista de segundones (en 25 números, se contaron 16 dibujantes y 12 entintadores) que no sólo arruinaron cualquier intento de establecer una coherencia y continuidad estética en la serie sino cuyo magro talento no hacía justicia a los interesantes guiones, especialmente después de alguien como Adam Hughes y aunque varios sucesores trataron de imitarlo.

Es cierto que The Maze Agency era una colección que se apoyaba principalmente en las historias, y que éstas no requerían de un dibujante verdaderamente espectacular para entretener, pero el baile de artistas fue, sencillamente, excesivo. El número especial que apareció en 1990, por ejemplo, incluía historias dibujadas por gente tan dispar como Joe StatonAlan Davis o los inclasificables hermanos Arnold y Jacob Pander.

Todo ello acabó por afectar a las ventas y, finalmente, tras dieciséis números, un Anual y el mencionado especial, Innovation canceló la colección en 1991. A partir de entonces, otras editoriales han intentado revivir la serie en forma de especiales o miniseries, pero no parece que nada de ello obtuviera el mínimo apoyo necesario como para convertirlo en una colección regular.

The Maze Agency fue, con todo, la serie de detectives más longeva del mercado americano después de la mencionada Ms .Tree. Sus primeros números, aquellos realizados por Barr y Hughes, son no obstante una obra a recuperar hoy por los aficionados al género del misterio. ¿Por qué?

En primer lugar, porque Barr trató de hacer un producto digno y respetuoso con sus lectores. De acuerdo, sólo un genio podría resolver los misterios planteados en algunos de los episodios, pero al menos el guionista no se guardó nada en la chistera y siempre ofreció a los lectores las mismas pistas que a los personajes.

Además, en un mundo, el del comic-book americano, poblado de superhéroes, ciencia ficción y fantasía, incluso las historietas adscritas al género del misterio suelen tener algunos –o todos– de los elementos antedichos. No es que en esa mezcla no puedan encontrarse muchas obras interesantes, pero el hecho de que aquí no haya hologramas, rayos laser o seres superpoderosos o sobrenaturales añade un grado de interés y acerca The Maze Agency a los estratos más puros del género dentro del arte secuencial.

Por supuesto, también es de agradecer que Barr se planteara la serie –al menos inicialmente– como una sucesión de historias independientes. Los comic-books modernos están obsesionados por la continuidad, los crossovers y los megaeventos que se dilatan cuatro, seis, ocho o doce números y que impiden a los autores centrarse en lo que verdaderamente quieren contar. Barr, en cambio, ofrece en cada número un misterio que queda resuelto al final, sin necesidad de comprar ni leer material adicional.

A pesar de no existir una estricta continuidad, los personajes son otro de los puntos fuertes de este cómic, carismáticos cada uno a su manera: la independiente Jennifer, hecha a sí misma y dispuesta a la acción; el soñador Gabe, siempre esperando escribir la novela que le proporcionará la fama. Los dos son amantes, pero sin espíritu posesivo; y ambos sienten una auténtica admiración por los talentos del otro. Los dos flirtean, discuten y tratan de encontrar una manera de mantener su relación entre misterio y misterio. Es un refrescante cambio respecto a los escenarios de amor juvenil y/ o idealizado que suelen poblar la mayoría de los comic-books, que puede que acierten a la hora de plantear el romance, pero fracasan estrepitosamente cuando se trata de consumarlo. Jenn y Gabe son adultos y se comportan como tales en su relación.

Abrir uno de esos primeros números de The Maze Agency es como sentarse en el sofá frente a la televisión para ver tu serie favorita de detectives. Los personajes son maduros, los diálogos tienen chispa, el dibujo narra bien la historia y los misterios planteados son interesantes. En resumen, un sólido ejemplo de un subgénero que tiene muy buena acogida en la televisión, pero que por alguna misteriosa razón no ha calado en el cómic. Los episodios que unieron a Mike W. Barr y Adam Hughes siguen siendo hoy, cerca de treinta años después de su creación, historietas muy entretenidas, legibles y perfectamente recomendables para los amantes del género detectivesco más puro.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".