El optimismo inocentón de la ciencia ficción impulsada por Hugo Gernsback en sus publicaciones nos puede parecer hoy irrisorio, pero en su momento fue el intento más serio de extrapolación científica que se podía encontrar en el ámbito editorial norteamericano. No estaba escrita sólo para entretener, sino para instruir, lo que la diferenciaba de muchos otros relatos de la época, que tendían a relegar la ciencia a un segundo plano.
El tipo de ficción publicado por Hugo Gernsback en sus revistas estaba muy relacionado con la ciencia popular y la ficción basada en recetas trilladas. La caracterización era mínima y los argumentos a menudo eran poco más que westerns, historias de detectives o aventuras en mundos perdidos levemente maquillados. Varios fueron los autores que ayudaron a traducir estas viejas fórmulas a lo que hoy conocemos como space opera.
Es importante distinguir entre la space opera y el romance planetario . La primera es la derivada inmediata de la expansión colonial de las potencias occidentales. Proviene tanto de las tradiciones de relatos de la frontera como de marinería, en los que el foco de la narración era el inevitable viaje que debían afrontar las sociedades dominantes para imponer su cultura sobre aquellas que encontraban en lugares lejanos, ya fuera mediante caravanas de colonos o flotas de invasión/pacificación.
En la space opera, el cohete, la nave espacial, se convierte en la herramienta mediante la cual la Humanidad trasciende la atmósfera terrestre y los derechos de los nativos que encuentra más allá. El espacio se convierte en un inmenso campo de batalla sobre el que evolucionan flotas estelares y ejércitos enzarzados en conflictos de escala espacial y temporal apenas abarcables.
Todo esto contrasta con el romance planetario, cuya raíz se puede encontrar en las historias de Mundos Perdidos y que se centra menos en el viaje que en el planeta descubierto y sus correspondientes habitantes alienígenas. Sus intentos para subyugar a la población local son menos estridentes y se hacen más esfuerzos por construir personajes sólidos en lugar de reducirlos a meros peones de un gran conflicto.
Aunque inicialmente Gernsback estaba interesado en la capacidad didáctica del género, acabó aceptando las historias de space opera de Smith, no sólo porque demostraron su capacidad para atraer lectores, sino porque su escasa e inconsistente base científica quedaba hasta cierto punto compensada por el tono reverencial que adoptaban hacia la tecnología y la experimentación.
Así, por pura necesidad, la definición de lo que era un relato de ciencia ficción podía estirarse lo suficiente como para abarcar a un escritor de terror siempre y cuando fuera tan popular como, por ejemplo, H.P. Lovecraft. Muchos de los autores que alimentaban con sus historias las revistas pulp no eran en absoluto especialistas en rama alguna de la ciencia, sino profesionales de la pluma capaces de adaptarse a un mercado cambiante: escribían la misma historia, cambiando personajes, tono y detalles según fuera ésta destinada a una publicación especializada en westerns, relatos detectivescos o aventuras exóticas.
Quizá el más recordado y diestro de todos los pioneros de la space opera fuera Edward E. Smith. Este químico alimentario no sólo inventó la forma de adherir una capa de azúcar a la superficie de los donuts, sino que también escribió algunas de las mejores y más populares space operas de los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial. De hecho, desde su publicación en libro, rara vez han estado descatalogadas, acumulando edición tras edición.
A finales de la década de los veinte Smith ya había reunido un buen número de fans gracias a su saga de La Alondra del Espacio, serializada en Amazing Stories. Una aventura típica de Smith incluía alguno de sus héroes intercambiables interceptando a una nave en apuros, derrotando en solitario a una banda de piratas, haciendo amistad con un alienígena de aspecto grotesco pero carácter noble y rescatando a una hermosa mujer.
Aunque a finales de la década de los treinta la ciencia ficción ya daba muestras de estar transformándose hacia un género más adulto y riguroso desde el punto de vista científico, Smith seguía seduciendo a los lectores gracias a aquello que le hizo destacar por encima de sus imitadores: su capacidad para, episodio tras episodio, suscitar un sentimiento de inmensidad. La serie de El Hombre de la Lente (Lensman), por ejemplo, comenzaba con un conflicto local en la Tierra y terminaba describiendo un universo dividido entre dos fuerzas cuasidivinas que encarnaban el Bien y el Mal (efecto creciente que se perdió en parte cuando el primer volumen de la saga, Triplanetario, fue reeditado en volumen añadiendo una introducción del propio Smith desvelando la lucha entre los Arisianos y Edorianos, algo que en la publicación serializada solo se descubrió con la última entrega, años después de comenzar a editarse.
En cada nuevo episodio, los héroes adquieren una tecnología más poderosa y más capacidades sobrehumanas que les permitan permanecer a la altura de unos villanos cada vez más perversos. Muchos de los trucos narrativos desarrollados por Smith siguen utilizándose en las películas y series de televisión contemporáneas.
La saga de El Hombre de la Lente arrancaba en Triplanetario (serializado en 1934 pero editado en libro en 1948) y se prolongó –fechas de publicación en revista y volumen respectivamente– en Patrulla Galáctica (1937-38, 1950), Hombres Grises de la Lente (1939-40, 1951), Second–Stage Lensman (1941-42, 1953), Children of the Lens (1947-48, 1954) y The Vortex Blaster (1960). Una novela más tardía, Primer Hombre de la Lente (1950), se encuadra cronológicamente entre el primer y segundo libro de la serie.
Triplanetario se serializó en Amazing Stories, pero el resto de las entregas vieron la luz en la Astounding Science Fiction de John W. Campbell. Resulta significativo que a pesar de que las historias de Smith eran diametralmente opuestas al tipo de ciencia-ficción impulsada por Campbell desde su puesto de editor de la más influyente revista del momento, a éste no le quedó más remedio que continuar incluyendo en sus páginas aquel material. Y es que el tirón popular de Smith era tal que en no poca medida se le podía considerar uno de los pilares de la publicación.
Sin embargo, y aunque Smith seguiría escribiendo varios años más, Children of the Lens (serializada entre noviembre y febrero de 1948) fue la última historia de la saga en encontrar cabida en la revista de Cambpell. Se iba imponiendo el modelo galáctico propuesto por Asimov mientras que el de Smith iba quedando marginado. En las ficciones espaciales de los cincuenta y sesenta los exploradores se encontrarían de vez en cuando criaturas alienígenas en lugares lejanos e incluso las convertirían en socios comerciales, pero cada vez con más frecuencia, especialmente en las narraciones largas, el Hombre viajaba a todo lo largo y ancho del universo sin encontrar otra cosa que congéneres suyos.
Básicamente la saga de los Hombres de la Lente contaba la historia de Kim Kinnison, un humano que aprende a controlar el poder de la Lente, artefacto lenticular montado sobre un brazalete que amplifica la capacidad física y psíquica de su portador. Kinnison aprende que está destinado a jugar un papel en un conflicto interestelar de colosales proporciones y en cuyos extremos se hallan dos razas enfrentadas desde hace millones de años, los nobles y benevolentes Arisianos y los malvados Edorianos, cuyo objetivo es la conquista del Universo.
Estos últimos han sido los causantes de innumerables catástrofes en la Tierra, pero los Arisianos ven a la Humanidad como una herramienta con la que combatir a los primeros. Así, hace más de dos mil millones de años, establecieron en nuestro planeta un programa eugenésico que, con el tiempo, produciría una raza de superhombres dotados de poderes psiónicos capaces de enfrentarse y derrotar a los violentos Edorianos. Sin embargo, los hijos de ese programa de cría deben descubrir por sí mismos la verdad que se oculta tras su origen y decidir si quieren participar en la lucha por la justicia universal. Si es así, reciben la Lente, un cristal que permite manejar los poderes telepáticos latentes. Kim Kinnison nunca llega a averiguar la amplitud y profundidad a la que se extiende el conflicto y serán sus hijos los que en sucesivas entregas de la saga acabarán descubriendo sus últimos secretos.
Con cada nuevo capítulo de la saga, Smith revelaba que las diferentes especies y organizaciones de las novelas anteriores eran, de hecho, piezas en un rompecabezas mucho mayor. La Flota Negra a la que se enfrentan los Hombres de la Lente, resulta ser un aspecto de los Boskone, una conspiración diabólica de dimensiones galácticas. Más adelante se nos dice que tras los Boskone se esconde el malvado Imperio Thrale–Onloniano aunque la fuente final del mal en la Galaxia, el corazón de la conspiración, resulta ser una especie alienígena secreta proveniente del planeta Edore, a los que se enfrentan los ya mencionados Arisianos.
Aunque los libros de El Hombre de la Lente tienen una prosa pobre y un tono adolescente, se ha convertido en una rutina para los críticos de hoy –incluso los que en su juventud leyeron con entusiasmo los libros de Smith– criticar de forma demoledora sus novelas. Pero, como sucede a menudo en las obras de este periodo de la ciencia-ficción norteamericana, las cosas no son tan sencillas.
Algunos comentaristas sugieren, por ejemplo, que tratar de analizar la moralidad que se desprende de la obra a partir de sus heroicos personajes, imaginativos pero unidimensionales, es una equivocación. La extravagancia y el exceso suponen la base de las aventuras espaciales de Smith. Su estilo se esfuerza siempre por enfatizar esos aspectos y ello le hace casi siempre caer en una prosa recargada en la que abundan los superlativos (titánico, colosal, enorme, gigantesco…) y las expresiones melodramáticas y efusivas.
Sin embargo, detrás de una prosa torpe y unos diálogos bastante bochornosos, se esconde su habilidad por inspirar en el lector asombro y maravilla. Smith sabía que el tamaño y el poder eran la clave para despertar esas emociones: millones de años, naves del tamaño de planetoides, esferas de realidad negativa con tremenda capacidad destructora, imperios en guerra, tremendas batallas, miles de mundos alienígenas… es lo que Brian Aldiss bautizó como «la glamorosa enfermedad del gigantismo».
La saga Triplanetaria no sólo abarcaba eones sino que fue la primera que ascendió a la categoría de héroes a extraterrestres no humanoides. Abundaban los alienígenas superinteligentes, ya fueran benevolentes o no. Desde reptiles alados hasta seres de múltiples patas sin ojos y dotados de poderes extrasensoriales, o «respiradores de veneno de sangre fría». Algunos se aliaban con los malvados Boskone y otros se unían para combatir en defensa de la civilización galáctica pero todos eran dignos representantes de la tradición alienígena iniciada en los relatos de Stanley G. Weinbaum. El germen de esas tripulaciones mixtas tan comunes luego en el género (Star Wars, Babylon 5, Star Trek), reside por tanto en la obra de E.E. Smith.
Esa refrescante aproximación queda por desgracia compensada por la predictibilidad en el marco socio–político de su universo. Smith era insuperable describiendo batallas y héroes, pero sus mundos eran socialmente idénticos al nuestro: tecnocráticos, capitalistas y militarizados, una extrapolación que incluso a los lectores de la época les parecía implausible.
Campbell, ejerciendo su prerrogativa editorial, defendió con firmeza a Doc Smith: «Nuestra sociedad se encuentra en la etapa de civilización de los territorios recién adquiridos». La civilización de la épica de Smith está en el mismo momento histórico. ¡Sería similar a la nuestra! Pero las críticas no desaparecían. Un lector que escribió al correo de la revista en 1940 identificaba una evolución negativa en la prosa de Smith: «En Patrulla Galáctica ofrecisteis al lector inteligente la imagen de una galaxia de dimensiones inimaginablemente vastas. En cambio, en Hombres Grises de la Lente pasáis a encoger esa monstruosa agregación de estrellas y, por decirlo de alguna manera, la ensuciáis con enjambres de mineros de meteoritos, reminiscentes del antiguo sistema del siglo XX».
La revolución informática apenas había cobrado forma en la mente de escritores y científicos cuando se debatía sobre este tema en las páginas de correo de fans de Astounding . Los sistemas de recolección, procesamiento y distribución de la información podrían dar obviamente lugar a sistemas sociales y políticos muy diferentes del nuestro, pero lo cierto es que pocos escritores de ciencia ficción de los siguientes cuarenta años decidieron explorar esas nuevas posibilidades y prefirieron seguir transitando por las seguras y conocidas directrices de Smith en las que la exploración de las lejanas regiones del espacio eran efectuadas de acuerdo a la mejor tradición de la marina; o creando regímenes políticos de largo alcance más o menos totalitarios. Los autores –incluso los de mayor talento– parecían incapaces de imaginar una sociedad galáctica si no era en términos de absolutismo y/o feudalismo. Ello daba lugar, invariablemente, a anacronismos.
Por nombrar sólo un ejemplo bien conocido, ¿por qué debería Scotty, el ingeniero de la nave estelar Enterprise, tener un acento escocés? ¿Simplemente porque, desde la invención de la locomotora, en las ficciones de lengua inglesa esa nacionalidad ha tendido a identificarse con esa casta profesional? Mirado de esa forma, la space opera de Smith, repleta de alienígenas no humanoides pero integrados en la sociedad galáctica, parecía incluso más vanguardista que Star Trek.
Tampoco el marco sociológico en el que Smith hacía evolucionar a sus telépatas ha soportado bien el paso del tiempo. Los telépatas –humanos, sobrehumanos y no humanos– eran comunes en la ciencia ficción pulp: villanos que utilizaban el poder de sus mentes para alcanzar sus malvados objetivos; héroes que los usaban para estropear los planes de aquéllos y torpes individuos que los aplicaban de forma inepta. Kimball Kinnison, el héroe de la Patrulla Galáctica, fue un insigne representante de su especie. En la segunda entrega de la saga, Kinnison sintoniza su mente con la de un formidable ser extraterrestre llamado Worsel, que tiene «un cuerpo reptiliano, un cable sensible y flexible de acero viviente rematado por un aguijón de doble filo y tan cortante como una cimitarra, pero que, afortunadamente, emite onda tras onda de poder amistoso y benevolente» hacia su compañero humano. En el episodio final, Hijos de la Lente, Kinnison ha engendrado cuatro hijas y un hijo todos ellos con poderes mentales aún más intensos que los de él.
La space opera de Smith, inserta todavía en la tradición tecnológica tan apreciada por Hugo Gernsback, trataba las capacidades mentales como otro artefacto cualquiera, como si fuera una pistola de rayos. Había algunas reflexiones muy básicas sobre las implicaciones éticas de la lectura de mentes: que si invade la intimidad, que si debería o no usarse para hacer trampas en los exámenes… Pero la conclusión de E.E.Smith en este aspecto no era muy diferente a la que hubiera llegado J. Edgar Hoover: cuando los «buenos» se enfrentan a los «malos», la policía puede usar cualquier método, por poco ortodoxo que sea, en tanto obtenga resultados. Todo el proceso mental estaba estructurado en términos de ataque y defensa. Si los patrulleros galácticos utilizaban Lentes para amplificar sus pensamientos, sus oponentes desarrollaban pantallas mentales protectoras.
A diferencia de otros contemporáneos, Smith tendía a extrapolar su tecnología ficticia a partir de inventos ya existentes en lugar de lanzarse a lo ilógico o lo imposible simplemente porque facilitara el desarrollo del argumento. En sus relatos aparecieron también elementos deformados del mundo real no precisamente tecnológicos. Boskonia, la cultura pirata interestelar que lucha contra los Hombres de la Lente, alcanza un grado de bajeza moral que deja en buen lugar a los fascismos contemporáneos. La Gran Base de Boskonia, localizada en «un pequeño pero confortable planeta a alguna distancia de la galaxia», sobrepasa cualquier fantasía nazi. Su brutal y eficiente personal vive bajo el lema de Querer es Poder . Su líder, el portavoz de Boskone, es Helmuth. Tal nombre, aunque aplicado a un ser cuyos ojos, cabello y piel son azules, tiene sin embargo un inconfundible sonido germano. Semejante amenaza a la civilización, decía el autor, sólo podía vencerse de una forma: «una guerra de total, completo y despiadado exterminio».
Todavía más nazis en su aspecto y mentalidad eran los horrendos Eich, a los que la Patrulla Galáctica tiene que enfrentarse en Hombre Grises de la Lente, serializada entre 1939 y 1940, cuando daba comienzo la Segunda Guerra Mundial. Racistas no solo hacia otros humanos de diferente piel sino hacia todos los respiradores de oxígeno de sangre caliente, esta terrorífica especie se gana sin embargo cierto respeto como enemigo. Aunque son malvados, «antisociales, locos por la sangre, obsesionados con una insaciable sed de poder y conquista», los Eich –como las Waffen SS y otros cuerpos militares nazis– son descritos por Smith como «valientes… organizadores por excelencia… a su manera, creadores y hacedores. Tienen el coraje de sus convicciones y las persiguen hasta su amargo fin». Los lectores de Astounding no tuvieron dificultades en comprender la metáfora y de tanto en tanto aparecía alguna carta en la página de correo comentando la situación mundial y haciendo referencia a «Adolf Schickelgruber y sus ochenta millones de Boskonianos».
El correr de los tiempos también se dejó sentir en otras parcelas del universo de ficción de Smith. Atrás quedaron los días en los que el escritor se veía obligado, ante su propia incapacidad, a encargar a una mujer la redacción de los pasajes románticos (eso es lo que hizo en su saga La Alondra del Espacio). Sus nuevas heroínas, tal y como un lector hizo notar en una carta al editor en 1942, ya no eran accesorios inútiles para amplificar la presencia de los héroes. Smith, en la serie de los Hombres de la Lente, ha descubierto que, efectivamente, una mujer puede, de vez en cuando, intervenir y hacer algo .
Es más, la ideología de la propia saga –a diferencia de La Alondra del Espacio– era, en sí misma, igualitaria. La Civilización galáctica y la igualmente extensa cultura Boskoniana contienen una gran diversidad de grotescas formas de vida y sociedades; hay seres humanos convencionales que trabajan para los malvados Boskonianos, y hay respiradores de veneno de sangre fría, como Smith los llamaba, que son héroes en la cruzada de la Civilización. Pero el único rasgo biosocial que todos en la Civilización comparten, tal y como descubre Kimball Kinnison, es la igualdad de sexos. En cambio, Boskonia prefiere emplear como sus principales agentes humanos o bien a supremacistas varones o, más raramente, matriarcas. Sus villanos definitivos, los misteriosos Edorianos, no son humanos, sino seres asexuados que se reproducen por fisión, como amebas.
Pero aunque la teoría de Smith era correcta, a la hora de desarrollarla los resultados eran mediocres. La Patrulla Galáctica es un cuerpo abrumadoramente masculino y la Civilización, aunque incluye los más variopintos alienígenas, es un sistema claramente terrestre, capitalista y dominado por los varones. Si la enfermera Clarrissa Mac Dougall está construida como la heroína perfecta para Kinnison, éste asciende aún más en su comportamiento heroico, hasta tal punto que es demasiado sobrehumano como para ser verosímil. Así, si la mujer gana en posición dentro de la space opera de Smith, el hombre asciende aún más, dejando la situación relativa de ambos sexos igual que antes.
Para que podamos hacernos una idea del impacto que tuvieron estos libros en muchos lectores de la época, cito a continuación las palabras de Isaac Asimov rememorando sus años jóvenes: «Recuerdo como si fuese hoy mismo los sentimientos que me embargaron cuando me senté en la sala de nuestro piso y leí la primera entrega de la nueva serie en cuatro partes de Edward E. Smith, Patrulla Galáctica. Creo que nunca he disfrutado tanto con ningún texto. Nunca saboreé tanto cada palabra. Nunca experimenté una impaciencia tan intensa como cuando llegué al final de la primera entrega, comprendiendo que habría de esperar un mes entero para leer la segunda. Nada volvió a ser igual que antes».
Muchas de las ideas de Smith encontraron reflejo en otros medios: el cuerpo de los Linternas Verdes, por ejemplo, fue creado por John Broome (uno de los primeros creadores postmodernistas de cómic) al comienzo de la Silver Age. Este cuerpo de policías galácticos no eran sino un cariñoso homenaje a los Lensmen de E.E. Smith.
Pero no sólo la ciencia-ficción le debe mucho a Smith. Sus escritos inspiraron al almirante Chester Nimitz, Comandante en Jefe de la Flota del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. El famoso militar reconoció expresa y personalmente su deuda con Smith, confirmando que la idea de desplegar toda la información táctica de relevancia en un sistema integrado y coherente fue copiado por la Marina a partir del tanque que aparecía en la serie de los Hombres de la Lente: «Aquí alcanzó usted la situación en la que la Marina se encontró: más canales de comunicaciones que sistemas de integración que pudieran manejarlos. En su escrito usted proponía precisamente tal técnica de integración y ha probado ser todo lo ventajosa que podía».
La serie de los Hombres de la Lente, como su predecesora La Alondra del Espacio, hoy se antojan un tanto caducas. La prosa no tiene demasiada calidad y su maniqueo planteamiento resulta demasiado simplista. Sin embargo, hay algo en estas historias, una especie de fuerza interior y sentido de la aventura maravillosa, que ha mantenido su popularidad a lo largo de los años y seguro que las aventuras de sus nobles héroes siguen cautivando a los lectores más jóvenes
Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.