Z, la ciudad perdida (2016) quizá no fuera un fenómeno taquillero, pero ha alcanzado cierto estatus de “película de culto”, con unos fans muy entregados. No resulta extraño que el siguiente trabajo de su director, James Gray, cuente con un presupuesto más abundante, y con un reparto tan generoso en estrellas como el espacio en el que se ambienta el film.
Acompañando a un omnipresente Brad Pitt tenemos, entre otros, a Tommy Lee Jones y a Donald Sutherland en papeles secundarios. Ambos demuestran que todavía pueden interpretar a unos astronautas casi dos décadas después de que encarnaran a otros astronautas de la tercera edad en Space Cowboys (Clint Eastwood, 2000).
Estos veteranos actores inyectan un poco de calor humano a un film tan ensimismado como el propio protagonista, un cosmonauta entregado en exceso a su trabajo. Esta actitud se debe a cuestiones psicológicas (relativas a problemas paternales). De forma concienzuda, los sentimientos del personaje son explorados gracias a las constantes evaluaciones a las que se somete, y gracias asimismo a una incesante voz en off, que lo analiza todo para ahorrarle al espectador el trabajo de pensar por su cuenta y sacar sus propias conclusiones.
Y es que Ad Astra, cuyo argumento es una versión pulp de El corazón de las tinieblas, se ve afectada por una cierta “interstellaritis”. En este sentido, el film carga con una innecesaria pomposidad que se refleja en una banda sonora trascendente y en esa voz en off del protagonista, que todo lo subraya, explicando lo obvio con un tono profundo, casi risible. Más que voz en off, casi podríamos hablar de una audiodescripción.
La historia de una peligrosa y secreta misión espacial en la que caben piratas selenitas y violentos mandriles cósmicos podría haber sido un derroche de diversión en manos de Paul Verhoeven. En cambio, James Gray parece poco interesado en la trama y se centra casi exclusivamente en el psicoanálisis de chichinabo, con abundancia de primerísimos planos y un constante meneo de cámara, en una imitación equivocada del acertado estilo de First Man (Damien Chazelle, 2018).
Pese al enfoque artístico del director, en realidad el mayor interés de Ad Astra ‒la razón por la que uno sigue pendiente de lo que sucede en la pantalla‒ deriva de su faceta de space opera, y no tanto de los problemas paternofiliales en gravedad cero.
Merece una mención aparte el microscópico papel de Liv Tyler, quien repite el rol que ya interpretó en Armageddon (Michael Bay, 1998).
Sinopsis
Ad Astra es un thriller de ciencia ficción ambientado en el futuro que sigue al protagonista Brad Pitt en el papel de un astronauta de élite que emprende un viaje a los confines del sistema solar en busca de su padre, que ha desaparecido en circunstancias misteriosas que amenazan la existencia del planeta. Su viaje revelará secretos que ponen en riesgo la supervivencia humana, así como nuestro lugar en el universo.
Per aspera ad astra en latín quiere decir: «por adversidad hacia las estrellas».
En el futuro, el astronauta comandante Roy McBride (Brad Pitt) lidera un equipo cuya misión es construir la antena más grande del planeta tierra, cuyo fin es localizar señales de vida extraterrestre avanzada. Durante la instalación una inesperada subida de potencia casi se cobra su vida.
Este incidente es el último en una serie de catástrofes recientes que han azotado la tierra -incendios y accidentes aéreos- todos ocasionados por subidas de potencia producidas por explosiones radiactivas. Los servicios de inteligencia estadounidense creen que dichas explosiones son el fruto de radiación cósmica producida a su vez por explosiones ocurridas cerca de Neptuno durante el Proyecto Lima, una misión anterior cuya nave desapareció dieciséis años después de su lanzamiento.
El director, coproductor y coescritor James Grey explica: «La idea del Proyecto Lima es que estarían lo suficientemente alejados del sol y del campo magnético de este como para evitar que los instrumentos fallaran y permitir la observación con precisión del universo alcanzable y comprobar la presencia de toda clase de planetas. La idea era buscar toda señal de vida inteligente».
«Lamentablemente», dice Gray, «si estudiamos la historia de la sociedad humana observamos que nuestra especie ha sido incapaz de superar sus disputas ideológicas. La luna está poblada de piratas que sacan provecho de los valiosos recursos naturales del entorno y secuestran rehenes con el fin de obtener un cuantioso rescate. Este futuro ofrece tanto problemas como promesas».
Gray recuerda la inspiración inicial que le supusieron las lecturas sobre el premio nobel de física Enrico Fermi, conocido como el arquitecto de la Era Nuclear, quien pensó en su momento que había una posibilidad del 90 por ciento que se produjera la destrucción de la parte sudoeste de los Estados Unidos tras la primera división del átomo.
«No sabían a ciencia cierta que la reacción en cadena se detendría», explica Gray. «Me resultó profundamente alarmante, y pensé: ¿y si no tuvieras nada que perder y estuvieras en lo más profundo del espacio? Hay un sinfín de experimentos a los que podrías someterte o te atreverías a realizar».
«Luego me puse a pensar sobre El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad y la película Apocalypse Now. Así surgió la idea. Tiene su origen en El corazón de las tinieblas y el intento de rescatar las imágenes y el clima de las misiones Apollo y Mercury».
Dice Gray: «Se han hecho grandes cintas de ciencia ficción, pero ¿cuántas de ellas te conmueven realmente? Quería hacer algo distinto de la mayoría de las cintas de viaje espacial que muestran una visión algo positiva del encuentro con seres extraterrestres, representaciones benevolentes de la vida inteligente o al menos seres que se interesan por conocernos. Mi meta es hacer lo contrario y plantearme la pregunta: ¿y si no hay nada? ¿Y si hay tan solo un vacío inmenso que somos incapaces de asimilar? Estaba ansioso por explorar el hecho de que, como seres humanos, no estamos hecho para el espacio. No estamos diseñados para flotar a 400 kilómetros de la atmósfera. No estamos hechos para eso y nunca lo estaremos. Eso tiene un precio».
Recuerda Gray: «Había leído una cita de Arthur C. Clarke (autor de 2001: Una odisea espacial) que dijo: Existen dos posibilidades: que estemos solos en el universo o que no lo estemos. Ambas son igual de terroríficas. Y pensé: bueno, nunca he visto una película donde estemos solos. Y pensé que unir esa idea con una persona que lleva a cabo experimentos en el espacio, muy peligrosos, por cierto, y así empezó a surgir la historia. Enviarían a alguien a intentar negociar con esta persona, pudiera ser un relato paternofilial, y así se fueron formando las ideas en mi cabeza».
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