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Joe Dante: «Para mí, el acto de ir al cine es como ir a la iglesia»

Si su pasión es el cine y se crió usted en la década de los ochenta, muy seguramente sienta veneración o, al menos, simpatía por Joe Dante. Durante aquellos años, en asociación con Steven SpielbergDante encadenó en su filmografía una serie de cintas juveniles de extraordinaria calidad. Películas llenas de encanto que han marcado a toda una generación, y a las que el tiempo no parece afectar.

Gremlins (1984), Exploradores (1985), Aullidos (1981) o El chip prodigioso (1987) son producciones icónicas de los ochenta. Sin embargo, no deja de ser curioso que estuvieran inspiradas por el cine de décadas anteriores, qué el cineasta consumió de forma incansable, cuando era adolescente o mientras aprendía el oficio de la mano de Roger Corman.

Los films de Joe Dante son claramente la obra de un cinéfilo y de un cinéfago. Es algo que también demuestra en su proyecto de Internet Trailers from Hell, donde se reúnen otros integrantes de su generación: la de aquellos movie brats que maduraron con una dieta de films de serie B, clásicos en blanco y negro, seriales, tardes de autocine, tebeos y cartoons televisivos.

Amable y lleno de entusiasmo, Dante nos recibe hoy en una habitación del Gran Hotel Conde Duque, donde se aloja por invitación del certamen Nocturna Film Festival, que durante estos días se ha celebrado en Madrid.

Dígame, ¿cómo valora la actual ola de nostalgia en torno a la cultura popular de los años ochenta?

La gente ahora piensa en los ochenta de la misma manera que nuestra generación pensaba en los cincuenta, porque fue entonces cuando vieron las películas que más les impresionaron. Es verdad, nos ponemos nostálgicos, volvemos la vista hacia el pasado y nos decimos. «Caramba, ¿no fue una gran época? ¡Qué felices éramos!»… Posiblemente todas las generaciones hagan lo mismo.

Es interesante que aquella década sea recordada con una dosis tan elevada de optimismo. Parece que sólo guardamos en la memoria una percepción positiva de aquel periodo.

También es algo natural. La situación internacional cada vez se vuelve más compleja, y todo lo que dejamos atrás parece idílico. Obviamente, si examinamos mejor lo que sucedía en los ochenta, obviamente no eran tan idílicos. Sucedía un montón de cosas horribles.

Lo mismo sucede con otros periodos de nuestra historia reciente. Cuando rememoramos los años cincuenta, no recordamos el conformismo político, la ausencia de derechos civiles, la discriminación racial… Simplemente, nos limitamos a adorar esa década por el rock and roll. Lo mismo puedo decirte sobre las décadas siguientes.

No obstante, desde el punto de vista de las emociones, las películas que nos impactaron cuando éramos críos son aquellas a las que recurrimos en los momentos complejos.

Usted es un cinéfilo empedernido. ¿Le interesa también el cine fantástico español?

Obviamente, me gustan las películas de Guillermo del Toro como El laberinto del fauno o El espinazo del diablo, obras ejemplares de este género incluso para gente a la que no le gusta este género. También me gustan otras películas de la última época, como Los otros, de Alejandro Amenábar.

Sé que, a la hora de hablar de esas películas de Guillermo uno nunca sabe del todo si son mexicanas o españolas. Frente al cine de terror que se hace en la actualidad, que suele incidir más en la repulsión que en la sugestión, El laberinto del fauno es una cinta elaborada e inteligente, que me recuerda las historias de fantasmas que me atemorizaban en mi niñez y juventud, como Suspense, de Jack Clayton. En este sentido, el cine de terror de los años cuarenta y cincuenta poseía una profundidad psicológica y una capacidad evocadora que son muy poco frecuentes.

Imagino que también conoce a los cineastas que consolidaron el fantástico en nuestro país.

La tradición española del género me lleva, diría yo, a los primeros años de los 60, con Jess Franco y Narciso Ibáñez Serrador. Me encantan esas películas. Y, por supuesto, recuerdo a Jacinto Molina. De todos modos, este tipo de cine no se encuentra muy fácilmente en Estados Unidos…

¿Hay actualmente algún modo de acceder al cine español de ese periodo en Estados Unidos?

Generalmente hay que recurrir a pequeñas distribuidoras o a la televisión de madrugada, con lo cual el público norteamericano no está muy familiarizado con estas películas. Tampoco queda muy claro qué películas son realmente españolas, sobre todo las que se hicieron en la época de las coproducciones.

Es cierto.

Muchos piensan que son películas españolas porque se rodaron en España. Resulta difícil «aislar» el cine español, salvo por directores como Berlanga o Carlos Saura. Adoro la época de las coproducciones, porque cuando iba a la universidad, en los sesenta, me conocía todos los nombres de los directores de esas películas, porque tenían distribución en América. Había un grupo de cineastas que estaban haciendo cosas muy interesantes.

Son los años en los que el italiano Dino De Laurentiis podía rodar una producción de gran espectáculo con una estrella norteamericana como Kirk Douglas. Cuando esas películas llegaron a los cines de mi país, se produjo una serie de influencias mutuas que alcanzó a Roger Corman, y que, cruzando de nuevo el Atlántico, también tuvo su efecto en Hammer Films y en otras compañías del resto del mundo. En los sesenta y principios de los setenta, había muchas películas de las que no podías decir que fueran españolas o italianas. Tenían repartos y equipos internacionales, y su aspiración era reproducir la experiencia de Hollywood, precisamente porque llegaban a estrenarse en versión doblada en las salas norteamericanas. De repente, todo aquello pasó cuando el público ya no aceptó ver aquellas coproducciones dobladas.

En la actualidad, el cine de género rodado por los europeos no llega a Estados Unidos, a excepción de una pequeña cantidad de películas artísticas, sancionadas por la crítica, que sí se distribuyen en versión subtitulada en las salas de arte y ensayo.

Ahora mismo, la mayoría de los americanos no sabe qué se está haciendo fuera, a no ser que alguien compre una película y haga un remake americano, lo cual pasa todo el rato. Es muy extraño.

¿Y qué me dice del cine clásico? ¿Cómo puede un cinéfilo estadounidense ir descubriendo el cine de otras épocas?

En las grandes capitales hay público suficiente como para mantener una serie de filmotecas. También se programa este tipo de cine en el Turner Classic Channel. En los canales de televisión generalistas es poco habitual que emitan películas en blanco y negro. Pero los grandes estudios no tienen interés en distribuir nuevamente las películas menos conocidas de su antiguo catálogo. De hecho, desconocen lo que guardan en sus archivos.

A los jóvenes de ahora nadie les ha enseñado que el cine es una forma artística. Desconocen la historia del cine e ignoran quiénes fueron las estrellas del pasado, así que es lógico que tampoco quieran ver nada en blanco y negro. Esto es algo que incluso afecta a los jóvenes cineastas: han visto los clásicos más famosos, pero desconocen a realizadores como Anthony Mann Raoul Walsh.

En general, te diría que lo antiguo ha perdido relevancia, y por eso mismo, ya no se entiende. Es una situación lamentable.

En los últimos tiempos, su actividad ha sido principalmente televisiva, incluyendo algún episodio de la serie Masters of Horror. Muy aplaudido, por cierto.

Excepto por el hecho de que no ganamos nada de dinero, rodar Masters of Horror fue algo realmente estupendo.

Imagino que rodar para televisión ya no tiene mucho que ver con lo que era en el pasado.

Sí, ahora todo eso ha cambiado. Solía haber bastante diferencia entre trabajar en televisión y en cine. Había muchas restricciones sobre cómo debía hacerse, con un estilo muy prefijado. Un telefilme no se hacía como una película, sino como una serie B muy barata.

En cambio, en la actualidad, con los nuevos formatos de los televisores y la mejora del sonido, hay gente que dispone en su casa de monitores que son mejores que algunos cines. También han mejorado los contenidos. Con la ausencia de censura, las cosas que antes sólo podías hacer en el cine ahora sólo las puedes hacer en televisión.

Entonces, ¿aún persiste alguna diferencia entre el método de trabajo en el cine y el modo en que ahora se plantea una gran producción televisiva?

No hay mucha diferencia ya, salvo que hacer televisión es más rápido y más barato, aunque haces menos taquilla. Lo que he hecho para Masters of Horror no lo podría haber hecho en cine, porque habría sido calificado X por violencia. Eso por no hablar del contenido político. No lo podría haber hecho para el cine ni para la televisión generalista, pero un canal por cable nos permitió hacer esa serie a mí y al resto de los directores implicados en el proyecto. Fue una experiencia realmente liberadora.

¿Les dio el canal Showtime total libertad a la hora de filmar Masters of Horror?

Teníamos poco tiempo y pocos medios, pero a todos nos permitieron hacer lo que queríamos hacer, sin test-screenings ni adolescentes diciéndonos lo que debíamos hacer. Todo fue directamente a la pantalla.

Volviendo a la situación actual de Hollywood, ¿cuáles son los factores que han hecho cambiar tanto a la industria y al sistema de producción en general?

Con todos los problemas y restricciones que presentaba el viejo sistema de estudios, lo cierto es que a las compañías les gustaba la idea de narrar una historia al espectador. Por eso mismo, era más fácil conseguir financiación para rodar una película. Simplemente, al proponerte un nuevo proyecto, te ofrecían un guión y un presupuesto.

En la actualidad, lo relevante es la recaudación en taquilla. De ahí que se ponga tan poco esfuerzo a la hora de presentar el producto final. Las secuelas y los remakes son un síntoma de todo ello. Ahora se ruedan menos películas, y su lanzamiento ya no depende solo de los estudios, sino de las grandes corporaciones a las que éstos pertenecen. Se impone la necesidad de producir sagas o franquicias.

Rodar una serie de películas sobre los mismos personajes no es algo nuevo –siempre se ha hecho–, pero en la actualidad se plantea en esos términos estrictamente comerciales. Solo es un negocio. Lo relevante ya no es ni el contenido ni las posibilidades narrativas del medio, como sucedía en décadas pasadas. Como las películas son más caras y hay más competencia para hacerlas, no te ofrecen proyectos si alcanzas cierta edad. Todo eso te obliga a producir varios títulos al mismo tiempo, porque varios de ellos serán descartados durante ese proceso inicial.

En películas Matinée o como Gremlins -con los pequeños monstruos disfrutando a lo grande de una proyección de Blancanieves-, usted refleja su amor por el cine visto en pantalla grande. ¿Qué sentimientos le provoca que vayan desapareciendo las salas de cine? ¿Y por qué cree que cada vez menos gente adulta acude a ellas?

Mi generación ha dejado de ir al cine, en parte porque el público actual es inaguantable: están mandando mensajes con el teléfono, hablan, gritan… Es una pena, porque la magia de ir al cine tiene mucho que ver con adentrarse ahí, con estar con otra gente.

Está claro que no es lo mismo ver una película desde la butaca de una sala de cine.

Creo que las comedias pierden mucho si las ves tú solo frente a la tele. Los hermanos Marx salían de gira y presentaban sus sketches al público en directo, para valorar su reacción. Cuando volvían a Hollywood y hacían sus películas, ya tenían medido el tiempo de silencio después de cada chiste para que la gente tuviera tiempo de reírse. Ahora, cuando las ves solo en tu casa, te extrañan esas pausas. En las comedias televisivas meten risas enlatadas para recrear la sensación de estar entre un grupo de gente que se lo está pasando bien.

Dígame, ¿sigue sintiendo lo mismo cuando entra en una sala de proyección?

Para mí, el acto de ir al cine a ver una película es como ir a la iglesia, desde que era pequeño. Ese momento en el que las luces se apagan y cualquier cosa puede suceder -quiero decir, podrías estar a punto de ver la cosa más grandiosa que hayas visto-, es algo que nunca he perdido, porque todavía voy al cine. No puedo decir que me entusiasme tanto cuando se apagan las luces como cuando era pequeño, pero odiaría perder eso.

Usted ha proporcionado mucha de esa magia a innumerables niños que hoy no lo son tanto. Supongo que constantemente se dirigen a usted los fans que crecieron con sus películas.

Es cierto. Una vez incluso me encontré con una mujer que me dijo que había llamado a su hija Gizmeta.

Copyright del artículo © Vicente Díaz. Reservados todos los derechos.

Copyright de las imágenes © Nocturna Film Festival. Reservados todos los derechos.

Vicente Díaz

Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Europea de Madrid, ha desarrollado su carrera profesional como periodista y crítico de cine en distintos medios. Entre sus especialidades figuran la historia del cómic y la cultura pop. Es coautor de los libros "2001: Una Odisea del Espacio. El libro del 50 aniversario" (2018), "El universo de Howard Hawks" (2018), "La diligencia. El libro del 80 aniversario" (2019), "Con la muerte en los talones. El libro del 60 aniversario" (2019), "Alien. El 8º pasajero. El libro del 40 aniversario" (2019), "Psicosis. El libro del 60 aniversario" (2020), "Pasión de los fuertes. El libro del 75 aniversario" (2021), "El doctor Frankenstein. El libro del 90 aniversario" (2021), "El Halcón Maltés. El libro del 80 aniversario" (2021) y "El hombre lobo. El libro del 80 aniversario" (2022). En solitario, ha escrito "El cine de ciencia ficción" (2022).