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Crítica: «First Man (El primer hombre)» (2018), de Damien Chazelle

Mientras escribo, todavía sigue viva esa absurda creencia que niega la llegada de astronautas a la Luna. No tengo gran interés en comprender a quienes se aferran a esta conspiranoia, pero sí me atrevo a recomendarles esta magnífica película, en la que se detalla el grado de sufrimiento y de investigación que supuso esta proeza.

En First ManDamien Chazelle reproduce con humanidad y poesía los acontecimientos que culminaron con la misión del Apolo 11 el 21 de julio de 1969. Y aunque el foco emocional del film cae sobre el protagonista de esa hazaña, Neil Armstrong (Ryan Gosling), la película también refleja el estado de ánimo mundial ante una conquista humana de semejante envergadura. De hecho, el film acaba convirtiéndose en una cápsula del tiempo, donde caben las esperanzas y las frustraciones de aquel periodo especialmente convulso.

Hay bastantes razones que convierten a First Man en una película memorable. Para empezar, cuenta con un excelente guión de Josh Singer, inspirado en la biografía de Armstrong escrita en 2005 por James R. Hansen. Con ese soporte, Gosling encarna a un héroe estoico, dolorido, de carne y hueso, guiado por principios éticos, por su profesionalidad, y también por razones familiares no siempre felices.

Que nadie espere aquí la épica propia de una ópera espacial. En esta experiencia inmersiva, acompañamos a los astronautas mientras se acomodan ‒es un decir‒ en el interior de módulos claustrofóbicos, cuya fragilidad supone siempre un peligro mortal. Y también somos espectadores de los miedos de sus familias, conscientes de que cada misión puede ser la última.

El reparto está a la altura de las ambiciones de Chazelle. Con mayor o menor énfasis, el cineasta retrata a los otros dos astronautas del Apolo 11, Buzz Aldrin (Corey Stoll) y Michael Collins (Lucas Haas), y a los que participaron en la primera ‒y estremecedora‒ etapa del proyecto lunar, Ed White (Jason Clarke), Gus Grissom (Shea Whigham) y Roger B. Chaffee (Corey Michael Smith).

Gosling está magnífico en la piel de Armstrong, y lo mismo cabe decir sobre quien encarna a la mujer del astronauta, Janet: el mejor papel de Claire Foy hasta la fecha.

Una última recomendación: fíjense en la elegancia con la que está rodado el film. Chazelle evoca la figura de los exploradores lunares desde un punto de vista moral y trascendente. Por eso la cámara no encuadra a los personajes como superhéroes de cómic, sino como tipos reales, sensibles, obsesivos, ocasionalmente enigmáticos y desconcertantes, obligados a reconsiderar su papel en los turbulentos años de la guerra fría.

Sinopsis

First Man cuenta la historia de la misión de la NASA que llevó al primer hombre a la luna, centrada en Neil Armstrong y el periodo comprendido entre los años 1961 y 1969. Un relato visceral en primera persona, basado en el libro de James R. Hansen, que explora el sacrificio y el precio que representó, tanto para Armstrong como para su familia, sus compañeros y el país, una de las misiones más peligrosas de la historia.

El diseñador de producción Nathan Crowley está acostumbrado a recrear el espacio sideral después de trabajar en películas como Interstellar, de Christopher Nolan, pero ahora se enfrentaba a otro tipo de reto. «Era la primera vez que iba a la Luna», dice, riendo. «Cuando leí el guion supe inmediatamente que esta película me plantearía grandes dificultades. Tendría que reproducir el X-15, el Gemini, el Apolo y el alunizaje, pero pensé con cierta ingenuidad que sería capaz de conseguirlo. También había que construir los barrios residenciales, la NASA, el Centro Espacial de Houston, y hacer que todo encajara a la perfección, pero esto último no me asustaba».

«Ahora bien, reconozco que intenté no pensar en la Luna porque sencillamente no sabía cómo hacer una luna falsa», reconoce. «No tenía respuestas. Solo sabía que deberíamos rodar en una cantera o en una plataforma de cemento lo bastante amplia como para imitar la escala de la Luna. También estaba convencido de que la cantera era lo mejor, pero para imitar el suelo de la luna necesitábamos encontrar una cantera gris, y no abundan».

A veces basta con saber dónde buscar. «Tuvimos la enorme suerte de enterarnos de que hay canteras grises en Atlanta. Las empresas propietarias nos ayudaron a encontrar la cantera ideal, la Vulcan Rock (Roca Vulcano) de Stockbridge, al sur de la ciudad de Atlanta, y nos permitieron cambiar el paisaje a nuestra conveniencia», explica el diseñador.

Damien Chazelle recuerda perfectamente las dificultades que planteaba rodar la Luna: «En vez de filmar en un plató, decidimos rodar en exteriores y de noche, lo que nos permitiría crear la luz del sol con un foco gigante. Empezamos a buscar en los alrededores de Atlanta, pero tardamos en encontrar la cantera. Visitamos un sinfín de canteras, ninguna se adaptaba a lo que buscábamos; eran demasiado pequeñas, no eran planas, no encajaban. Por fin encontramos esta y nos dejaron cambiar el paisaje».

Damien Chazelle vuelve a trabajar con el director de fotografía Linus Sandgren. Iluminar la Luna quizá fue la mayor dificultad a la que tuvo que enfrentarse. «Nathan diseñó la superficie de la Luna en una cantera enorme, el decorado era gigantesco», explica Sandgren. «Mucho mayor que cualquier otro decorado de la luna, y había que iluminarlo. Lo ideal habría sido usar numerosos focos, pero tampoco era posible porque la luz solo procedía de una fuente, el sol, y solo podía haber una sombra. Conseguir un solo foco con esta potencia fue un auténtico reto».

Solo cabía buscar las luces más potentes del planeta. «Hablamos con David Pringle, el inventor del foco 100K Softsun», explica el director de fotografía. «Le preguntamos si podía desarrollar una lámpara de 200.000 vatios, y lo hizo. Era exactamente la potencia que necesitábamos para rodar en un espacio tan grande».

La amplitud de la cantera contrastaba fuertemente con el espacio ocupado por los astronautas en su viaje a la Luna. «El Apolo 11 mide 3,5 metros de diámetro aproximadamente y los tres lo ocuparon durante una semana», explica el productor ejecutivo Adam Merims. «Es muy claustrofóbico, no hay sitio. Damien quería transmitir la dureza del viaje de ida y vuelta. Buzz y Neil alunizan, y vemos un horizonte infinito, el contraste es tremendo. Cuando los dos andan por la Luna, pasamos a un IMAX de 65 milímetros, el mayor formato disponible actualmente, para que el público esté allí con ellos».

Para Linus Sandgren, ver la Luna de tan cerca es como «ver el mundo de los muertos, algo que nadie ha visto jamás». Hace una pausa antes de seguir: «Es totalmente surrealista, no tiene nada que ver con el mundo real. Por eso se nos ocurrió rodar las escenas más íntimas en 16 milímetros y, una vez en la luna, pasar a IMAX, cuyo negativo capta muchos más detalles».

El productor Marty Bowen dice que el cambio provoca un efecto visceral: «Rodamos a Neil Armstrong dentro del Apolo en 16 milímetros. No es una grabación perfectamente uniforme. Esperamos que comunique la sensación de falta de espacio, de claustrofobia. Si conseguimos que sea una experiencia totalmente envolvente para el espectador, habremos conseguido contar esta maravillosa historia».

Sobre cómo decidió filmar los primeros pasos del hombre en la luna, el cineasta dice: «Nos hemos esforzado en ser lo más auténticos posible y en no falsificar los detalles, esos que hacen que las imágenes de archivo sean tan interesantes, tan conmovedoras, pero también hemos intentado marcarlas con el sello de esta película. No queríamos limitarnos a una mera recreación, sino aportar las mismas emociones que sintieron los astronautas».

El hecho de que los actores que encarnan a los astronautas visitaran el centro de control de Houston antes del rodaje les preparó para su trabajo. También les permitió familiarizarse con los protocolos de la sala donde resonaron las famosas palabras: «El águila ha aterrizado».

El asesor Frank Hughes sigue alabando al equipo de diseño: «El decorado del centro de control es maravilloso, idéntico a como era en la época en Houston, es fantástico».

«Tuvimos la oportunidad de ver cómo era el centro de control entonces y en la actualidad», dice Lukas Haas. «Entramos en una sala enorme, vimos la estación espacial orbitar alrededor de la tierra en varias pantallas, pero seguían hablando como si nada. Fue asombroso».

«La primera vez que visité el viejo centro de control en 2012, fui porque sentía que era un lugar donde se había hecho historia», dice el autor y experto Rick Houston. «Cuando entré, las consolas estaban apagadas, no había luz, todo estaba sumido en la oscuridad, la moqueta estaba sucia, era terriblemente triste. Pero cuando pisé el decorado de la película el primer día para los ensayos, me quedé atónito. Nunca había visto el centro de control así. Tardé unos momentos en darme cuenta de que no era la verdadera sala de control. Miré a mi alrededor y vi que todos los detalles estaban. Me sorprendió que se esforzaran tanto en que un decorado fuera exacto al original».

Rick Houston cree que el esfuerzo realizado en el realismo del decorado es una forma para el cineasta y su equipo de reconocer y homenajear los sacrificios que hizo el personal del centro de control y su empeño en que los astronautas volvieran sanos y salvos.

Gracias a la base de datos de la NASA y a sus imágenes de archivo, la diseñadora de vestuario Mary Zophres y su equipo pudieron reproducir con total exactitud lo que los astronautas llevaban puesto en cualquier momento. «La base de datos de la NASA equivale a un tesoro de información», dice la diseñadora. «Pasamos del X-15 al Gemini V y al Gemini VIII para llegar al Apolo 1 y al Apolo 11. A medida que el programa espacial avanzaba, la documentación se hacía más abundante. Cuanto más se acercaban al Apolo 11, más se preocupaban por documentar el programa».

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

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Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.