No estaba escrito que las obras de Shakespeare pudieran alcanzar la posmodernidad, pero este dramaturgo tuvo la felicidad póstuma de convertirse en nuestro contemporáneo.
En ese punto de la Historia donde otros autores de su tiempo fueron sepultados por la bruma del olvido ‒con el pobre consuelo de transformarse en materia de estudio para los académicos‒, el Bardo renació, y luego fue metamorfoseándose con la naturalidad de un mito que se adapta cómodamente a cada nuevo siglo.
La reputación de Shakespeare varió con el tiempo. En su época, fue uno entre tantos otros talentos que peleaban por estrenar sus piezas en el Londres isabelino. En el siglo XVII, durante la Restauración, aquellas obras fueron enriquecidas con efectos escénicos y con añadiduras literarias que cambiaban el sentido del espectáculo. Sabemos, por ejemplo, que Nahum Tate introdujo un final feliz en el Rey Lear estrenado en 1681, y que por las mismas fechas, William Davenant se dedicó a modernizar varios libretos, como si hubieran sido escritos por un autor vivo.
Cuando se promulgó la Licensing Act de 1737, la bardolatría se convirtió en una realidad. Shakespeare devino en icono nacional, a tal extremo que casi la cuarta parte de las obras representadas llevaban la firma del dramaturgo. Llama la atención que, al igual que sucedió un siglo atrás, algunos libretos se reformaron a placer, con una infidelidad a los originales sumamente llamativa. Por suerte, también comenzaron a elaborarse las primeras ediciones críticas, fijando así los textos que han llegado hasta nuestra época, y que se divulgaron cuando el romanticismo convertía a Shakespeare en un creador legendario.
De ahí en adelante, la idea de autenticidad y la legitimidad historicista de los montajes es un asunto que nos lleva hasta los grandes montajes del XIX, a cargo de intérpretes míticos como Henry Irving.
Frente a esas representaciones deciminónicas, nos encontramos con los primeros montajes audaces, ya en el siglo XX. Así, Barry Jackson, bajo la influencia de William Poel y Edward Gordon Craig, fundó en 1913 el Birmingham Repertory Theatre, un eje de modernidad en la tradición shakespeareana. ¿El motivo? Ahí es nada: fue allí donde, gracias a la valentía creativa de Jackson, se estrenó en 1923 un montaje de Cimbelino con los actores vestidos con ropas de los años veinte. Poco después, en 1925, se descorrieron las cortinas de un Hamlet con la misma cualidad.
No me detendré en recordar a los muchos actores que adquirieron experiencia en la Birmingham Rep (Laurence Olivier, Ralph Richardson, John Gielgud…), porque lo que aquí nos importa es el legado de Barry Jackson. Un legado que en 2017 enriqueció Éric Ruf, un actor, decorador y escenógrafo que debutó en la Comédie-Française en 1993, y que se convirtió en uno de sus administradores generales en 2014.
Fiel a esa idea de modernidad que vengo comentando, Ruf fue galardonado por su escenografía para Cyrano de Bergerac (montaje de Denis Podalydes, 2006) con un premio Molière, y una década después, puso en marcha la imaginería de un fabuloso Roméo et Juliette, que produjo la Comédie con el lejano recuerdo de un montaje previo, estrenado en 1954.
Para Ruf, Shakespeare no es sólo el poeta nacional inglés, sino un ídolo internacional, que trasciende las épocas y las fronteras. De ahí que, en su planteamiento escénico, los amantes de Verona vivan su tragedia en la Italia de entreguerras. La idea es que el honor y la lucha entre familias son dos conceptos especialmente valiosos en esa villa sureña, donde no es difícil reconocer los estereotipos autoritarios y añejos que asociamos con la Italia ancestral. Son tópicos que, por otro lado, cualquier espectador puede asociar con el fondo reflejado en la pieza original.
Gracias a las luces diseñadas por Bertrand Couderc, el austero escenario configura un espacio frío, a ratos lúgubre, casi fantasmal, donde las emociones relampaguean con extrema intensidad.
Lejos de la clásica lectura romántica, Ruf nos propone una representación compleja, rica en matices, innovadora y a la vez respetuosa, donde no faltan los detalles que nos recuerdan esa inmortalidad de Shakespeare: un autor que conserva su esencia a lo largo de los siglos y que revive en esta representación de 2017 como si el Bardo fuera un escritor de vanguardia.
Sinopsis
En Verona, una rivalidad ancestral enfrenta a los Capuleto y los Montesco. Desde el momento en que Romeo Montesco conoce a Julieta Capuleto, inmediatamente nace entre ellos un amor eterno y presienten su trágico final…
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Copyright de imágenes y sinopsis © Vincent Pontet, Comédie-Française. Cortesía de Way to Blue. Reservados todos los derechos.