En literatura, las magnificaciones no son inocentes y se realizan sembrando olvido, sea ésa o no la intención, sobre escritores de importancia. Además, incide otro aspecto que es fundamental: un poeta no es la poesía, e incluso puede representar tendencias que no sean importantes para jóvenes poetas que se incardinan en otras tradiciones o para adultos que han tomado otros rumbos.
La exaltación de Lorca como el poeta nacional es peligrosa porque tiende a desertizar a la nación de poetas, ese plural real frente al singular fantasioso. Para Borges, Lorca no ha sido importante, tampoco influyó nada en Vicente Huidobro, ni en Jorge Guillén (tan buen amigo suyo), ni en Roberto Juarroz, Octavio Paz o Gonzalo Rojas, y si nos acercamos a los más jóvenes, tampoco en Claudio Rodríguez, Jaime Gil de Biedma, Sánchez Robayna, Felipe Benítez Reyes o Álvaro Valverde.
Esto no quiere decir que Lorca no sea un gran poeta, no por todo lo que hizo, porque abunda en poemas de constitución insuficiente o de cierta facilidad, sino que la literatura es inacabablemente politeísta.
Lorca fue grande por Poeta en Nueva York, por el Diván del Tamarit, por las Casidas, y, gracias a una gran capacidad metafórica, capaz de hacer brillar por momentos algunos de los poemas de Romancero gitano. Probablemente también por alguna de sus obras de teatro.
El mito, de quien sin duda puso mucho talento en su vida, ha insuflado a su obra de una genialidad garbosa, de una canonización (en el sentido eclesial y literario) que daña la lectura atenta y crítica de su producción.
La edición de la totalidad de su correspondencia (hasta hoy) no oculta sus limitaciones: no soporta la comparación con las de Salinas, Guillén o Aleixandre, tres compañeros de generación. Y en cuanto a la veta de poesía de tipo tradicional, es injusto que no se tenga más en cuenta a Rafael Alberti, un poeta más perfecto, y sin duda dotado de una fina gracia expresiva; aunque nunca, es cierto, tuvo el acento fatal de Lorca, ni siquiera en Sobre los ángeles.
Contamos con varias biografías de Lorca, y con discusiones eruditas sobre las más mínimas anécdotas de su vida, pero ¿para cuándo las biografías de Cernuda, Guillén, Salinas, Alberti, por citar sólo a cuatro poetas muy conocidos. En ciertas hiperbólicas conmemoraciones hay que ver todo lo que queda enterrado, allí donde habita el olvido: en la biblioteca, esa memoria cada vez menos frecuentada.
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