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Los 12 cómics que han marcado mi vida como lector (y como guionista de cómics)

12. La rosa de Versalles, de Riyoko Ikeda

Cuando algún dibujante o guionista en ciernes me pregunta qué manual le recomendaría para aprender a narrar en historieta, le digo que lea La Rosa de Versalles / Lady Óscar (1972) de Riyoko Ikeda. Ninguna obra de Tezuka o Miyazaki me han impresionado tanto como este hermoso melodrama juvenil de época, protagonizado por una carismática marimacho de la que resulta imposible no enamorarse. El mismo principio de Frank Miller rige en esta autora japonesa que compagina el oficio de soprano con el de mangaka: hacer de sus limitaciones artísticas su principal virtud. Ella es capaz de dejar un dibujo inacabado y obligarte a completarlo en tu cabeza, logrando que de modo inconsciente te involucres hasta el tuétano en la atmósfera y dramatismo de lo narrado.

Y esa planificación de página…

Para mí es una obra maestra absoluta que me hace aprender como profesional y disfrutar como niño.

11. Odio, de Peter Bagge

He tenido la inmensa fortuna de ser el editor y traductor de toda la obra de Peter Bagge en España. En mi primer viaje a la ComicCon de San Diego en 1992, su obra Hate me impactó tanto que estuve meses insistiendo a mi jefe editorial de que la publicásemos allí: para ello tuve que ofrecerme voluntario a traducirla yo mismo. El resultado fue inesperado: aun hoy, el mío es el país de todo el mundo donde Peter Bagge vende más en proporción.

Odio es la obra que marcó mi juventud y mi modo de escribir. Su afiliación a la sátira más cruel sitúa al lector en la dura coyuntura de escalofriarse de espanto y morirse de risa a un tiempo. Buddy Bradley, el protagonista, es el héroe de los antihéroes, y Bagge un genio del humor satírico contemporáneo.

10. Girl, de Kevin Taylor

Lo de Girl es sencillamente increíble. Desde las formas hipertrofiadas que dibujaba Richard Corben cuando hacía cómic para adultos, no se había visto jamás un cómic pornográfico con las demenciales dimensiones que propone el dibujante afroamericano Kevin Taylor. Todo un reto para los sentidos donde la historieta ejerce con todo rigor su ventaja sobre la literatura o el cine a la hora de proponer fantasías desmesuradas de la carne.

9. Martin Mystère, de Alfredo Castelli

Representante fidedigno de la tradición del fumetti, el cómic italiano dedicado a los géneros escapistas (un surtido etcétera marcado por las temáticas de western, policíaco o terror, como el caso que nos ocupa) y que la editorial Sergio Bonelli Editore tan bien ha sabido comercializar desde hace décadas, Martin Mystère capturó en mi adolescencia mi capacidad de evasión ensoñadora con la misma fuerza que las aventuras de Arsène Lupin lo hacían desde la literatura.

Giancarlo Alessandrini fue el primer dibujante de esta longeva saga creada en 1982 por el sólido guionista Alfredo Castelli. Como suele ser habitual en la tradición popular italiana, el protagonista y las historias son una reconversión/plagio-no-tan-soterrado de célebres creaciones anglosajonas: en este caso su primo lejano inspirador sería Indiana Jones. Pero los enigmáticos y sobrenaturales casos de Mystère ofrecen un componente mucho más tétrico y oscuro que la festiva industria cultural estadounidense jamás se permitiría para todos los públicos. Y, la verdad, leer a los 13 años las aventuras de un Detective de lo Imposible al que acompañan en sus tremebundas andanzas su avispada novia Diana y… ¡un Hombre de Neanderthal! resulta de lo más emocionante que uno podía desear encontrarse en los años 80 a la venta en un kiosco.

8. Modesty Blaise, de Peter O’Donnell

De todas las recopilaciones de tiras que no son de índole humorística, Modesty Blaise (publicada desde 1963) me impresionó notablemente cuando la leí, hace casi una década, por lo ambicioso de su planteamiento como obra de espionaje, género negro y aventura. Su creador y guionista, O’Donnell, encaraba con empaque y más rigor de lo esperado las peripecias a las que enfrentaba a su moderno y sofisticado personaje: Modesty es además una mujer aguerrida e independiente en tiempos inmediatamente previos a la liberación femenina, pero al mismo tiempo simboliza mucho más que una versión femenina de James Bond, como siempre se quiso vender: ella sí cuenta con rasgos de carácter mucho más humanizados que el agente 007. En lo gráfico, Jim Holdaway fue el estilizado dibujante de su fructífera primera etapa.

Lo más extraordinario es que, pese al formato de la tira diaria que Modesty Blaise adoptó, sus autores lograban insuflar sin baches ni remiendos grandes dosis de suspenso y trepidancia muy bien hilvanados.

7. Las historietas de Édika

Édika es, sencillamente, un autor que me hace llorar de risa cada vez que lo leo. Ningún otro dibujante que conozca tiene la capacidad gráfica de mover a la carcajada como este artista galo de origen egipcio, con su habilidad pasmosa para situar a sus personajes en situaciones ridículas, patéticas o repugnantes, según le apetezca.

Sus historietas cortas para la revista Fluide Glacial se fueron recopilando anárquicamente en tomos de diferentes editoriales españolas y actualmente se echa en falta una buena compilación en castellano de su obra, especialmente de la protagonizada por la hilarante familia del rijoso Bronsky Proko y su pervertido y despendolado gato Clarke Gaybeul.

6. La Belette, de Didier Comès

Este autor belga fue uno de mis mayores ídolos del cómic en los años 80. Sus historias eran sencillas y atmosféricas, de impresionante impronta gráfica en blanco y negro, con una conjunción de motivos y obsesiones turbios e hipnóticos que podrían emparentarlo a Patricia Highsmith o a Roman Polanski.

Maestro absoluto del thriller onírico, es una pena que Comès esté un poco olvidado en la actualidad. Recibió varios premios del ramo, entre ellos el Yellow Kid del Festival de Lucca, pero lo único importante es que era un excelente artista.

5. Pobre diablo, de Juan Acevedo

De todas las obras que he tenido el placer de leer del maestro Acevedo, Pobre diablo es con diferencia mi predilecta. Me fascina especialmente porque siento que en esa etapa todavía estamos ante un autor que se encuentra buscando su propia voz, una suerte de discípulo estilístico de Robert Crumb con una formación mucho más humanista y un dominio muchísimo mayor de la expresión escrita. Y, pese a su deuda evidente con el creador de El gato Fritz, ya funciona como artista con inquietudes particulares: de hecho, ¡inquietudes le sobran!

En Pobre diablo se conjugan el autor en búsqueda, tanto formal como motivacional, con una creatividad ya fructífera en resultados: el placer que genera la lectura de esta obra es regocijante. A veces me sonrojaba pensando que Acevedo no solamente es historietista, sino también mejor escritor stricto sensu que la mayoría de guionistas que conozco (y me incluyo).

4. Torpedo 1936, de Abulí y Bernet

El Gran Premio del Salón Internacional del Cómic de Barcelona de 2015 concedido a Enrique Sánchez Abulí aporta al fin una pequeña justicia para con el inmenso talento de este guionista español, olvidado para la industria durante demasiado tiempo. Siempre me sentí un hijo adoptivo de Abulí en lo profesional. Siempre fui su fan y después he podido ser su amigo e incluso su editor. Pero lo realmente importante para mí es ser su amigo.

Su estilo seco e implacable convirtió a su creación más popular, Torpedo 1936, en un referente mundial del cómic adulto. El dibujo del inmenso Jordi Bernet no solamente rendía homenaje al lenguaje cinematográfico del género negro sino que muchas veces sublimaba dichos códigos específicos para reinventarlos y reconvertirlos en sus propios nuevos arquetipos.

Como lector, siempre me fascinó el humor cáustico y la violencia inmisericorde de Torpedo, que se las vio de continuo con la censura de los pacatos y la nariz arrugada de los progres. Más allá de lecturas morales, continúa siendo una obra fundamental de la historieta internacional.

3. El Negro Blanco, de Carlos Trillo y Ernesto García Seijas

El siguiente guionista que me ha marcado la vida y la profesión ha sido el argentino Carlos Trillo. Tuve el privilegio de conocerle y mostrarle mi admiración poco antes de su inesperado fallecimiento y siempre que pienso en él imagino cuántas historias se habrán quedado en el tintero de su talento truncado por una muerte adelantada. Exactamente igual que sucedió con Ricardo Barreiro, el otro gran guionista bonaerense que seguí con devoción y que nos dejó con solamente medio siglo de edad.

De entre las obras de Trillo que han caído en mis manos, esta tira de los años 80 para el diario Clarín es una de las que mejor permite apreciar su fina maestría para manejar situaciones y personajes. Creo que este cómic sería un ejemplo excelente para futuros guionistas de seriales televisivos: en sus páginas pueden contemplar una lección magistral de cómo hacer evolucionar las tramas, mezclar los diferentes ingredientes tonales y entretejer las historias de todos los personajes integrantes de una composición coral.

Una historieta muy divertida, dibujada con impecabilidad profesional por el virtuoso realista García Seijas.

2. Gantz, de Hiroya Oku

Sin duda, el cómic que más me ha impresionado en la última década es el manga Gantz. Su impacto en mí está al nivel del que me produjo el trabajo de Frank Miller cuando yo era un adolescente. La imaginería visual de su autor y su aparentemente inagotable capacidad de vislumbrar otros mundos de pesadilla y reflejarlos sobre el papel lo convierten en mi mangaka favorito junto a la autora Riyoko Ikeda.

Dicen que el terror es lo más difícil de transmitir en el lenguaje del cómic y yo también opino así: hasta el punto de que solamente autores con una pulsión decididamente enfermiza, que traspasan lo racionalmente explicable, logran contagiar esa vibración de lo aberrante en los cincos sentidos del lector.

Los japoneses son los reyes en ese campo…

Hay muchas razones por las que amo Gantz (lo bien construido que está su personaje principal, el delirio antirrealista que domina todo el argumento y que sin embargo funciona dramáticamente de manera tan rotunda, su maravillosa planificación… incluso el hecho de que su planteamiento sea como el de la serie Lost pero bien desarrollado): la principal, sin embargo, es que cada vez que me asomo a sus imprevisibles páginas, mi capacidad de asombro vuelve a ser desafiada, colmada y rebasada con creces.

1. Ronin, de Frank Miller

Miller es, sencillamente, el autor que hizo que me dedicase a los cómics. Lo descubrí a los 14 años y me dije: “Yo voy a escribir historietas”.

Todas sus obras de los años 80 son recomendables, pero Ronin  (1983) constituye tal vez la más impactante de todas, por su técnica artística y la influencia manga que entonces aún no había calado apenas en autores occidentales. La historia de este samurái sin amo funciona, además, con una fuerza que pasará a formar parte, sin duda, de la docena de historias básicas que todos nosotros llevamos en nuestro corazón a lo largo de la vida.

Copyright del artículo © Hernán Migoya. Publicado previamente en Utero.Pe con licencia CC.

Hernán Migoya

Hernán Migoya es novelista, guionista de cómics, periodista y director de cine. Posee una de las carreras más originales y corrosivas del panorama artístico español. Ha obtenido el Premio al Mejor Guión del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, y su obra ha sido editada en Estados Unidos, Francia y Alemania. Asimismo, ha colaborado con numerosos medios de la prensa española, como "El Mundo", "Rock de Lux", "Primera Línea", etc. Vive autoexiliado en Perú.
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