Algunos directores levantan su filmografía como quien encadena encargos; otros, como si escribieran un manifiesto. Quentin Tarantino hace algo distinto: una arqueología personal, repleta de obsesiones cinéfilas. Lo suyo no es una lógica industrial ni ideológica, sino el pulso de lo que alguna vez lo deslumbró en un cine de barrio.
Estos diez largometrajes son el inicio de un inventario más amplio. Viéndolos, vemos también a otro Tarantino: aquel joven que alquilaba cintas de VHS hasta romperlas, y que hablaba de Godard y de Hawks con la misma pasión.
1. El bueno, el feo y el malo (Il buono, il brutto, il cattivo, Sergio Leone, 1966)
No es un western. Es un réquiem con polvo, sudor y pólvora. Aquí, en estas planicies irreales (y españolas) donde los duelos se deciden más por estilo que por puntería, Leone invoca un lenguaje nuevo: el de las miradas cortantes y los silencios inacabables.
Tarantino adora esta cinta y la estudia como un forense. Ese duelo final, entre tumbas, es para él la misa mayor del cine. Quentin aprendió de aquí que la tensión no se acelera: se cocina a fuego lento, como una venganza.
2. Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976)
Si el cine tiene profetas del abismo, Travis Bickle (Robert De Niro) es uno de ellos. Este descenso neoyorquino a los infiernos marcó a Tarantino por su crudeza y su violencia. Scorsese convierte a De Niro en un mártir de la desesperación. Es América hablando consigo misma mientras se mira al espejo.
Tarantino, que nunca ha tenido miedo de los personajes problemáticos, encuentra en Travis un modelo de estudio. «You talkin’ to me?» no es solo una línea de diálogo: es el diagnóstico de toda una época.
3. Tiburón (Jaws, Steven Spielberg, 1975)
El monstruo casi no se ve en la película, pero su sombra devora la pantalla. Spielberg entendió que el miedo habita en lo sugerido, y Tarantino tomó buena nota.
Además, Robert Shaw contando la tragedia del Indianápolis es tan poderoso como un personaje de Shakespeare.
Tiburón convierte el agua en un trauma, y lo hace con una economía narrativa que Tarantino reverencia: la amenaza no necesita rostro si el sonido —ese ominoso duun dun de John Williams— ya ha invadido tu mente. Aquí el peligro acecha en las notas bajas, en los cortes abruptos, en lo que no se muestra pero se intuye.
4. Luna nueva (His Girl Friday, Howard Hawks, 1940)
En esta película no hay sangre, pero sí una batalla campal con armas de otra clase: el lenguaje. Hawks convierte cada frase en dinamita y los diálogos entre Cary Grant y Rosalind Russell en puro ingenio.
Tarantino bebe de esta fuente como quien se emborracha con champán: sus guiones, tan afilados, nacen de aquí. De ese vértigo verbal que hace que una discusión suene como una persecución.
Grant y Russell no actúan, compiten. Y es precisamente esa competencia —ese toma y daca vertiginoso— lo que enciende la imaginación tarantiniana. En Pulp Fiction, en Reservoir Dogs, en cualquier escena suya donde dos personas hablen de hamburguesas o de traiciones, está la huella de Hawks.
5. Río Bravo (Howard Hawks, 1959)
Otra de Hawks, pero esta vez con vaqueros y una cárcel por defender. Lo fascinante aquí no son los disparos —que los hay—, sino las miradas, las conversaciones entre un borracho redimido (Dean Martin) y un sheriff que no suelta el rifle ni para dormir (John Wayne). La acción es la excusa; lo esencial es la lealtad, ese valor tan en desuso.
En este caso, Quentin aprendió que las películas también son habitaciones cerradas donde se respira tensión, como en Los odiosos ocho.
6. Impacto (Blow Out, Brian De Palma, 1981)
Una joya de las que uno encuentra tarde y luego no quiere soltar. John Travolta se convierte aquí en un técnico de sonido atrapado en una conspiración. Es cine sobre el propio cine.
Para Tarantino, este thriller es tan importante como un curso de montaje. Y su final… bueno, si no te conmovió, quizás no estabas prestando atención.
De Palma, más barroco que Hitchcock, convierte la paranoia en arte. Y el Jack Terry de Travolta, con su culpa arrastrada como un abrigo mojado, es un proto-Vincent Vega.
7. Carrie (Brian De Palma, 1976)
Otra vez De Palma, esta vez con una tragedia griega en clave adolescente, con Sissy Spacek como una Electra humillada que decide vengarse a lo grande. Quentin admira cómo De Palma logra que dicha venganza no sea solo brutal, sino poética.
Carrie, con su vestido rosa empapado de rojo, es una de esas imágenes que uno jamás olvida.
Tarantino tomó nota: esa joven es una flor carnívora en el jardín de las humillaciones. Su furia es la banda sonora de todos los que han sido pisoteados.
8. Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979)
«Me encanta el olor del napalm por la mañana», dice Kilgore, como si hablara de un desayuno recién hecho. Este descenso al corazón de las tinieblas es para Tarantino una lección de locura y megalomanía (Coppola estuvo a punto de perder la cabeza haciendo esta película).
Tarantino —tan dado al exceso— encuentra aquí su espejo. No en el tema, sino en la ejecución: el cine como experiencia total. El caos como estructura. El horror como estética. Cuando Tarantino deja que la violencia florezca sin freno, es porque Coppola le mostró que puede ser algo sublime.
9. La gran evasión (The Great Escape, John Sturges, 1963)
Esta historia de camaradería y astucia en un campo de prisioneros nazi es pura épica. Tarantino se la sabe de memoria: en Malditos bastardos, uno puede ver la reverberación de esta fuga colectiva. Y la música de Elmer Bernstein… Ya la tienes en la cabeza, ¿verdad?
Esta película —más ligera que otras de la lista, pero no menos influyente— le enseñó que el héroe protagonista siempre necesita un punto de ironía. Sobre todo, cuando choca con una alambrada.
10. Movida del 76 (Dazed and Confused, Richard Linklater, 1993)
La más reciente de la lista, y la más nostálgica. Aquí no hay tiros ni psicópatas: solo adolescentes en su último día de instituto, descubriendo que crecer duele, pero también sabe a libertad.
Tarantino la adora porque respira autenticidad. Porque recuerda que todos fuimos jóvenes con miedo a la mañana siguiente. Y porque Matthew McConaughey, con su mítico «alright, alright, alright», debería tener su estatua en algún cine drive-in de Texas.
Quentin mira la cinta de Linklater como se mira un recuerdo ajeno que podría haber sido propio. Es la estructura suelta, la coralidad, el espíritu flotante de los 70 lo que le parece seductor. Una película sobre nada y sobre todo.
Epílogo abierto
Cuando Tarantino menciona películas que le encantan, no plantea una guía típica de escuela de cine. Son más bien su autobiografía proyectada a 24 fotogramas por segundo. Y, como buen mitómano, no solo las ama: las cita, las homenajea, las subvierte.
Quizás lo más hermoso es que esta lista, como ahora veremos, no está cerrada. Quentin Tarantino la sigue ampliando en entrevistas, cuando interviene en documentales o simplemente cuando le brillan los ojos al recordar un plano o una escena. Es un inventario vivo, un mapa emocional trazado con celuloide y memoria.
Y tú, ¿cuál de estas llevas tatuada en el corazón?
El callejón de las almas perdidas (Nightmare Alley, Edmund Goulding, 1947)
Los siete samuráis (Seven Samurai, Akira Kurosawa, 1954)
Las tres caras del miedo (Black Sabbath, Mario Bava, 1963)
Sanjuro (Sanjuro, Akira Kurosawa, 1962)
El gran silencio (The Great Silence, Sergio Corbucci, 1968)
Grupo salvaje (The Wild Bunch, Sam Peckinpah, 1969)
Un hombre llamado caballo (A Man Called Horse, Elliot Silverstein, 1970)
La casa de las sombras (House of Dark Shadows, Dan Curtis, 1970)
El gran jefe (The Big Boss, Lo Wei, 1971)
Hermanas (Sisters, Brian De Palma, 1972)
Escorpión: Prisión 41 (Female Convict Scorpion: Jailhouse 41, Shunya Itō, 1972)
La huida (The Getaway, Sam Peckinpah, 1972)
Sexo y furia (Sex and Fury, Norifumi Suzuki, 1973)
La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, Tobe Hooper, 1974)
El jovencito Frankenstein (Young Frankenstein, Mel Brooks, 1974)
Rojo profundo (Deep Red, Dario Argento, 1975)
Trampa mortal (Eaten Alive, Tobe Hooper, 1976)
Carga maldita (Sorcerer, William Friedkin, 1977)
La cosa (The Thing, John Carpenter, 1982)
Regreso al futuro (Back to the Future, Robert Zemeckis, 1985)
Los viajeros de la noche (Near Dark, Kathryn Bigelow, 1987)
Ciudad en llamas (City on Fire, Ringo Lam, 1987)
Showgirls (Showgirls, Paul Verhoeven, 1995)
Viernes (Friday, F. Gary Gray, 1995)
La espada (The Blade, Tsui Hark, 1995)
Audición (Audition, Takashi Miike, 1999)
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