Releo algunas páginas de la novela Starship Troopers (Tropas del espacio), escrita por Robert A. Heinlein y publicada en 1959. Con ella ganó el premio Hugo. Para los que no estéis familiarizados con el mundo de la ciencia ficción, os diré que es el galardón más prestigioso que puede obtener una obra de este género.
A España llegó tan solo unos años más tarde… en 1968 la editó Géminis, y en 1986 alcanzó a un público muy amplio cuando fue publicada por Orbis dentro de su colección Biblioteca de Ciencia Ficción. Sin embargo es posible que Starship Troopers os suene a todos, ya que se hizo una adaptación cinematográfica dirigida por Paul Verhoeven en el año 1997. Lo increíble es que pese a estar escrito hace casi cincuenta años pueda tener una vigencia tan actual…
La trama de la novela es simple. En el año 3310 las personas tienen que ganarse su condición de ciudadanos, y con ello, su derecho al voto, en virtud de los méritos obtenidos en el servicio militar.
En esos días, la Tierra libra una batalla contra el planeta Klendathu, habitado por insectos gigantes, que bombardean regularmente nuestro planeta con meteoritos descomunales.
La historia narra las aventuras de un grupo de jóvenes desde su formación en la academia militar hasta sus hazañas en el campo de batalla contra los bichos de este distante planeta.
Hasta ahí, nada del otro mundo, nunca mejor dicho.
Sin embargo, Heinlein utiliza la trama para poner en solfa los pilares básicos de nuestra sociedad, de nuestro sistema político y de valores, de nuestras democracias actuales, de nuestra occidental forma de ver las cosas y autocomplacernos.
Como una especie de Julio Verne moderno, contempla hacia dónde puede llevarnos nuestra actual forma de vida.
Muchos sólo han visto en esta novela militarismo, autoritarismo, fascismo… Personalmente, creo que esas acusaciones se quedan en la superficie de la trama, o en alguna manifestación coyuntural de Heinlein, fácil de caricaturizar. Por idénticas razones, podríamos acusar de lo mismo a Orwell por su novela 1984. Quizá estos críticos se olvidan de que muchas veces la ciencia ficción utiliza la recreación de mundos futuros para criticar más abiertamente el mundo presente…
No os quiero liar más. Os dejo con un pasaje de Starship Troopers que me vino a la memoria hace poco.
Para poneros en situación, os diré que nuestros protagonistas están en un aula de la academia militar. El profesor Dubois imparte la asignatura Historia y Filosofía moral. Discute con una de sus alumnas acerca de cómo era la sociedad de finales del siglo XX…
“–La gente respetable casi no se atrevía a pasar por los parques públicos de noche. Hacerlo era arriesgarse a ser atacado por manadas de niños, como lobos, armados con cadenas, cuchillos, armas de fuego hechas en casa, porras; se corría el riesgo de, como mínimo, ser apalizados, atracado con toda seguridad y probablemente sufrir lesiones irreparables, o incluso la muerte (…)
–Señor Dubois, ¿no tenían policía? ¿O tribunales?
–Tenían mucha más policía de la que tenemos nosotros. Y más tribunales. Y todos desbordados por el trabajo (…) El método, comprobado por el tiempo, de infundir la virtud social y el respeto por la ley en la mente de los jóvenes no parecía atraer a los miembros de una clase pre científica y pseudo profesional que se autodenominaban “asistentes sociales” o a veces “psicólogos infantiles” (…) La equivocación trágica de lo que hacía esa gente bienintencionada, en comparación con lo que creían que estaban haciendo, tiene unas raíces muy profundas. No tenían ninguna teoría científica de la moral. Tenían una teoría de la moral anticuada e intentaban vivir según ella pero su teoría era errónea: la mitad era ver las cosas como querían verlas, y la otra mitad, era charlatanería racionalizada. Ellos daban por sentado que el hombre tiene un instinto moral.
–Yo pensaba… ¡Pero lo tiene! ¡Yo lo tengo!
–No jovencita, usted tiene una conciencia cultivada, una que ha sido cuidadosamente educada. El hombre no tiene ningún instinto moral. No nace con un sentido de la moralidad. Nosotros adquirimos un sentido de la moralidad, cuando lo hacemos, a través de la educación, la experiencia y el esfuerzo de la mente. Aquellos desafortunados criminales juveniles nacieron sin ningún sentido de la moralidad, como usted y como yo, y no tenían ninguna posibilidad de adquirirlo, ya que sus experiencias no se lo permitían (…) La base de la moralidad es el deber, un concepto que tiene la misma relación con el grupo como el interés personal con el individuo. La sociedad en la que vivian les hablaba continuamente de sus derechos. (…) Delincuente quiere decir que no cumple sus deberes. Pero el deber es una virtud adulta; de hecho un joven deviene adulto cuando, y solo cuando, adquiere un conocimiento del deber y lo abraza como algo más preciado que el amor a sí mismo con el que nació. Por cada criminal juvenil siempre hay uno o más delincuentes adultos, gente madura que o bien desconocen sus deberes o bien, conociéndolos, no les hacen caso… (…)
Y ese era el punto débil que destruyó lo que en muchos otros aspectos era una cultura admirable. Los jóvenes vándalos que corrían por las calles eran solo el síntoma de una enfermedad mayor; sus ciudadanos (todos los habitantes eran considerados como tales) glorificaban su mitología de “derechos”… y perdieron de vista sus deberes. Ninguna nación organizada así puede sobrevivir…”
Fuerte ¿eh? Es lo que venimos comentando con respecto a situaciones que vivimos estos días… Y pensar que alguien lo escribió hace ya casi medio siglo.
La realidad siempre supera a la ficción. Y, como vemos, también a la ciencia ficción…
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