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Vejez

En 1968 dedicó Natalia Ginzburg unas inteligentes páginas al tema. Rescato entre ellas esta reflexión: cuando somos jóvenes no deseamos ni esperamos llegar a viejos o sea, enfatizando: llegar a ser viejos. Lenta y gradualmente se nos va acercando, nos va cercando y acaba por ocuparnos. Traduzco: se convierte en una ocupación, una profesión compulsiva. No tiene buena prensa. Nos debilita, nos afea, perdemos reflejos y aptitudes, hemos de acostumbrarnos a una gradual desaparición.

A pesar de toda esta pesada perspectiva, la vejez va ganando terreno en nuestro esquema vital. Esto tiene cantidad: cada vez aparece más tarde y cada vez acaba más tarde. En Japón ya hay un millón de centenarios, entre varones y mujeres. Éstas, las japonesas, son actualmente el colectivo más añejo de la humanidad. Una vez más, se diluye la leyenda negra del sexo – perdón: del género – mal llamado débil.

Un centenario, si su prospecto de vida como viejo empieza a contarse desde los cuarenta años, resulta que será viejo la mayor parte de su existencia. Es claro que hoy un cuarentón o una cuarentona no son unos/as ancianos/as. Pero los que tenemos cierta edad recordamos que sí lo eran a mediados del pasado siglo, como quien dice: anteayer. Ahora, son longevos, con treinta y cinco abriles, ciertos deportistas como los dedicaos al fútbol o al tenis. En el otro extremo, el presidente Biden –tiene la misma edad del suscripto pues nacismos ambos en 1942‒ está meditando competir por la reelección. Yo, modestamente, aspiro a mucho menos, apenas a reflexionar, en pie sobre la presente columna.

Este inciso me lleva al tópico: la cultura de la perpetua juventud. Repasemos la lista: cabellos teñidos, pelucas, rostros lifted, cuerpos de gimnasio, ropas informales a cualquier edad y aunque deba usted concurrir a la ópera.

¿Es ésta otra de las involuntarias condenas que hemos de padecer por llegar a viejos? Me refiero, desde luego, a los viejos verdes y, también, a las viejas del mismo color. Un viejo verde es quien conserva la doble ignorancia juvenil, o sea que no desea ni espera ser viejo. Si no pasa por el gimnasio, la peluquería y el quirófano, se podrá dar ese lujo y ya no se le tomará el pelo en las comedias. Acaso porque ya no tenga más pelo que el postizo.

Estrictamente, un rostro lifted no es un rostro juvenil porque si me planchan la jeta, por decirlo como un clásico, no me devuelven la que el viento se llevó sino que nos enchufan la de otro, alguien inexistente, nadie. Será la cara que adquirí con el tiempo pero a la cual le han borrado su historia, la mía. Un rostro apócrifo.

Lo más práctico es contar desde la jubilación, recordando que la palabra proviene de jubileo y ésta, de júbilo. Es cuando la vejez puede llegar a ser un comienzo y no un final. Una manera de vivir y no, inertemente, un acomodo para habitar el sitio de nuestra muerte. El final puede estar en cualquier momento y no precisamente porque hemos llegado a viejos sin darnos cuenta. Los campos de batalla se pueblan de muchachos condenados a muerte. Y ésa, la guerra, sí que es vieja y nos lo recuerda a cada rato, en cada esquina del tiempo donde hemos de reconocer que ha vuelto. Los viejos sobrevivimos para recordarlo, soñando, más o menos despiertos, en una humanidad de centenarios y centenarias ocupados/as en el arte severo de sobrevivir.

Imagen superior: Pixabay.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")