Richard Dadd, tras asesinar a su padre en 1843 y ser recluido en un centro psiquiátrico, empleó nueve años en pintar esta extraordinaria composición que ha sido considerada una de las obras más representativas del horror vacui. No parece haber en toda la composición un lugar vacío en el que pueda descansar la mirada.
Richard Dadd, nacido en 1817, fue uno de los muchos pintores y artistas de la época victoriana que estaban fascinados por las hadas y los duendes, de una manera semejante a como los norteamericanos de hoy en día (o los lituanos, aunque por distintas razones) adoran a los ángeles.
Tras estudiar bellas artes y unirse al grupo The Clique, Dadd hizo un viaje a Egipto durante el que pasó siete días y siete noches fumando una pipa de agua (que él llamaba hubbly bubbly) y entonces descubrió que las burbujas en el agua eran un lenguaje secreto, que fue capaz de descifrar. Así le llegó un mensaje del dios Osiris.
Antes de regresar a Inglaterra, pasó por Roma, donde a duras penas pudo evitar atacar al Papa, un acontecimiento que nos recuerda inevitablemente el ataque a la Pietá de Miguel Ángel llevado a cabo por otro artista, el húngaro Lazslo Toth en el siglo XX.
A su regreso a Londres, Dadd fue examinado y el médico recomendó que se fuera internado en un centro de psiquiátrico. Sin embargo, Richard logró convencer a su padre de que sólo tenía que descansar un poco y padre e hijo se fueron al campo. Allí Dadd decidió cumplir las órdenes que le había dado Osiris: mató a su padre y con una navaja y una cuchilla lo desmembró, del mismo modo que Osiris fue desmembrado por Seth. Después regresó a Francia.
Aunque al principio se pensó que Dadd había sido asesinado junto a su padre, el testimonio de su hermano y el descubrimiento de libretas en la casa de Dadd, en las que estaban representados diversos conocidos, todos ellos con la cabeza cortada, hizo que persiguieran al artista, que fue capturado en Francia un instante antes de que degollara a un turista.
Encerrado en el hospital de Bedlam durante veinte años, Dadd inició entonces una nueva carrera artística, cambiando radicalmente de estilo. Nunca explicó por qué Osiris quería que matara a su padre, pero muchos sospechan que la respuesta está en algún lugar de ese cuadro sin vacío que es El golpe maestro del duende leñador (The Fairy Feller’s Master-Stroke).
Octavio Paz creyó ver en ese hacha que amenaza partir en dos la avellana la promesa de un golpe que romperá el hechizo en el que se hallan todos los habitantes de ese bosque petrificado que es el cuadro de Dadd: “El hacha que, al caer, romperá el hechizo que los paraliza, no caerá jamás. Es un hecho que siempre está a punto de suceder y que nunca ocurrirá”. (Octavio Paz, El mono gramático)
El golpe maestro del duende leñador fue pintado con tal delicadeza y maestría que no puede ser apreciado en una reproducción, puesto que está literalmente pintado en tres dimensiones. Algunos de los personajes, como un sátiro que esconde bajo las faldas de dos mujeres casi no puede ser visto a no ser que la persona se mueva alrededor del cuadro. Por ello, el horror vacui no se aplica sólo a las dos dimensiones, sino también a la profundidad.
Imagen superior: en el cuadro, vemos al leñador (tal vez el propio Dadd) y a un enano que podría ser su padre. Aunque el hacha debería descargarse sobre la avellana, para construir un nuevo carro para Mabb, la reina de las hadas, también parece amenazar la cabeza del diminuto y triste ser, que mira asustado.
¿Horror vacui o representación del vacío?
La obra ha estado sujeta a una continua controversia e interpretación. Se ha discutido su carácter autobiográfico, su intención oculta de crítica social y se ha intentado descifrar los códigos ocultos en ella. Incluso, como han hecho Schiffer y Goldstein, se ha negado su adscripción al género del horror vacui u horror al vacío.
Richard Goldstein, a partir de la lectura del críptico poema Elimination of a Picture & its subject–called The Feller’s Master Stroke, que el propio Dadd dedicó a su cuadro, concluyó que en la pintura se expresa el vacío, no el horror vacui.
Imagen superior: tema de Queen inspirado en el óleo de Richard Dadd.
Anne Marie Schiffer se sumó a la tesis de Goldstein, añadiendo un punto de vista científico. En su opinión, el cuadro de Dadd debe ser considerado como una de las mejores expresiones del vacío, no sólo porque, como sostiene Goldstein, el artista llenó el lienzo de objetos y personajes como respuesta a su vacío existencial y su demencia interior, sino porque, más allá de las apariencias inmediatas, en ese cuadro, y en cualquier cuadro, casi todo es vacío. Desde la perspectiva científica, dice Schiffer, hay que distinguir entre apariencia y realidad, entre el fenómeno (lo que vemos) y el númeno (lo que permanece oculto). Aparentemente existe lo sólido, pero en realidad el vacío está en todas partes: “Todas las cosas están compuestas de átomos. A su vez los átomos están compuestos de núcleos y electrones. El núcleo de un átomo es comparable a la cabeza de un alfiler en una catedral; los electrones a motas de polvo suspendidas en el aire del interior de la catedral. La gran diferencia es que en el átomo no hay ninguna catedral alrededor de todo ese vacío: el espacio equivalente a la catedral es también tan sólo vacío. La consecuencia de todo esto es que cualquier objeto está compuesto en un 99,9 % de vacío. Por eso, aunque llenemos el espacio de objetos y de materia, seguiremos teniendo tan sólo vacío, como intuyeron, antes que los propios físicos, los artistas del horror vacui” (Anne Marie Schiffer, Consideraciones sobre el vacío en la pintura).
Por estas razones, quizá un poco paradójicas a primera vista, pero comprensibles tanto para un físico como para un psicólogo, en el Museo de los Mundos Posibles hemos considerado que la obra de Richard Dadd es una de las mejores representaciones de esa realidad en la que habitamos que está compuesta, en casi su totalidad, tan sólo de espacio vacío.
Imagen superior: «El golpe maestro del duende leñador» («The Fairy Feller’s Master-Stroke», 1855-1864), de Richard Dadd.
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