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Una página de Chesterton

En 1914, hace más de cien años, G. K. Chesterton explica los motivos por los que me he ido alejando poco a poco de esas personas que utilizan la agresividad, la malicia y el odio como motor de sus discursos, exhibiendo una superioridad moral arrogante e interesada, un sesgo demagogo que sólo busca el populismo y anhela la popularidad con la coartada de una buena causa… A mi edad ya no quiero personas así cerca, por mucho que vistan públicamente.

Lean el inicio de este relato, no he podido parar de reírme, lo que en sí ya supone el mejor elogio para un texto centenario: parece escrito hoy. Como ateo progre, apátrida y pacifista, sólo puedo decir «qué bueno es Chesterton«… Aquí va:

«Los señores Maurice Brun y Armand Armagnac cruzaban los soleados Campos Elíseos con mesurada vivacidad. Los dos eran de corta estatura, animosos y audaces. Los dos llevaban barbas negras que no correspondían a su rostro, porque seguían esa extraña moda francesa consistente en hacer que el pelo real parezca artificial. La barba de Monsieur Brun era un triángulo oscuro que parecía pegado bajo el labio inferior y, para variar, la de Monsieur Armagnac era dos barbas, dos manojos de pelo sobresaliendo a cada lado de su rotundo mentón. Ambos eran jóvenes. Jóvenes y ateos, con una deprimente fijeza de miras pero una gran vehemencia expositiva. Los dos eran discípulos del doctor Hirsch, gran hombre de ciencia, publicista y moralista.

Monsieur Brun había alcanzado celebridad por su propuesta de que la expresión común «Adiós» se borrase de todos los clásicos franceses y se impusiese una pequeña multa a cuantos la usasen en la vida privada. «Así —decía—, pronto dejará de resonar en los oídos del hombre el mismísimo nombre de ese Dios que habéis imaginado.» Monsieur Armagnac se especializaba por su parte en combatir el militarismo, y pretendía que el coro de la Marsellesa se modificase de modo que «A las armas, ciudadano» quedase convertido en «A las tumbas, ciudadano». Pero su antimilitarismo era peculiar y tenía mucho de galo. Un eminente y acaudalado cuáquero inglés, que fue a verlo para organizar el desarme del planeta entero, se angustió cuando Armagnac le propuso que, como primera medida, los soldados debían disparar contra sus oficiales.

Y de hecho en este aspecto diferían principalmente los dos amigos respecto de su líder y padre filosófico. El doctor Hirsch, aunque nacido en Francia y dotado de las mayores virtudes que otorga una educación francesa, era, por temperamento, de otra índole: suave, soñador y humano; y, a pesar de su enfoque escéptico, no exento de trascendentalismo. Se parecía, en fin, más a un alemán que a un francés; y aunque lo admiraban mucho, en la subconsciencia de aquellos galos bullía cierta irritación por la manera tan pacífica que tenía de defender el pacifismo». (La sabiduría del padre Brown, de G. K. Chesterton, cuento «El duelo del Dr. Hirsch»).

Como dice Borges en su prólogo a una antología de este escritor, la obra de Chesterton «no encierra una sola página que no ofrezca una felicidad». (Me he permitido retocar al paso la traducción que ofrece ese volumen y que a mi parecer dejaba de lado muchos matices humorísticos con respecto al texto original en inglés).

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Hernán Migoya

Hernán Migoya es novelista, guionista de cómics, periodista y director de cine. Posee una de las carreras más originales y corrosivas del panorama artístico español. Ha obtenido el Premio al Mejor Guión del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, y su obra ha sido editada en Estados Unidos, Francia y Alemania. Asimismo, ha colaborado con numerosos medios de la prensa española, como "El Mundo", "Rock de Lux", "Primera Línea", etc. Vive autoexiliado en Perú.
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