Desde el Palacio de la Prensa madrileño hubo oportunidad de asistir en directo a una reposición del Rigoletto verdiano desde la Royal Opera House londinense. Se trata del montaje de David McVicar que comenzó a andar en 2001, sustituyendo al anterior de Núria Espert, y que ha sido constantemente repuesto en ese Covent Garden donde está en camino de sobrepasar las dos décadas.
Desde sus primeras funciones, protagonizadas con Marcelo Alvarez, Christine Schäfer y Paolo Gavanelli y que han sido objeto una toma visual para el catálogo BBC, por él han pasado diversos rigolettos (Carlos Alvarez, el tan llorado Hvorostovsky), unos cuantos duques de Mantua (Ramón Vargas, Villazón, Beczala) y alguna de las Gildas más destacadas de esta generación canora (Patrizia Ciofi, Anna Netrebko y la Siurina).
En programa de la actual temporada, entre el 14 de diciembre pasado y el 16 del enero actual, esta fecha última fue la elegida para su transmisión a través de las pantallas cinematográficas. Una de sus funciones se ha destacado en la prensa española no especializada de manera destacada por el hecho siguiente: mientras hacía su compra diaria en un supermercado, la excelente soprano española Sabina Puértolas recibió la llamada de su representante, donde le pedía que sin vacilación posible tomara el primer avión hacia Londres para sustituir en la inmediata representación de Rigoletto a la enferma cantante prevista, la inglesa Lucy Crowe.
En menos, parece, de 24 horas, la soprano zaragozana colmó esa proeza y obtuvo un merecidísimo triunfo. No se trataba de su debut en la Royal Opera, ya que anteriormente había sido Lisette de La Rondine de Puccini, al lado de Angela Gheorghiu y Charles Castronovo, y luego una deliciosa Despina mozartiana en el algo extravagante concepto de Jan Philip Gloger, que también se pudo ver a través de las pantallas cinematográficas. En lo sucesivo, es de suponer y con toda justicia que el teatro londinense la vuelva a llamar encargándole papeles de la responsabilidad que, según ha demostrado, merece. Curiosamente en la actual temporada del Real madrileño, Crowe (la sustituida in extremis) y Puértolas (la sustituta) compartieron el personaje de Rodelinda en la homónima partitura haendeliana. Parece que el destino demuestra cierto interés en emparejarlas.
Este Rigoletto londinense se saldó con un sonoro triunfo para todo el equipo; lástima que la señal del satélite se perdiera poco antes de finalizar el espectáculo, siendo privados de asistir a la muerte y transfiguración de Gilda.
Michael Fabiano, salvo dos o tres notas extremas (como el si agudo de La donna è mobile, donde el sonido con menor vibración sonó peor apoyado), fue un sobresaliente Duque de Mantua, de canto variado y fluido, muy atento al sinuoso desarrollo melódico, con buena presencia física y actuación desenvuelta, en una parte tenoril pese a las apariencias bastante exigente. Seduciendo en suma al público como conquista en la partitura a las tres mujeres que se le ponen a tiro: la Ceprano, Gilda y Maddalena.
Lucy Crowe fue asimismo una Gilda vocalmente segura y atenta a las indicaciones verdianas, asumiendo además algunas licencias tradicionalmente añadidas, con un resultado global de apreciable nivel, igualmente atento a la caracterización de la inicialmente doncella, transmitiendo como conviene la evolución psicológica del personaje. Como es sabido, es la única entidad dramática que en la obra sufre esa evolución y la intérprete a cargo del papel ha de marcar esa transformación.
Voz hermosa, de sonoridad apabullante, registro amplio y utilizada por quien está totalmente dispuesto a cumplimentar las exigencias musicales y dramática del personaje titular, puso de manifiesto el barítono griego Dimitri Platanias, quien lleva desde 2010 paseando su Rigoletto por importantes teatros europeos. Aunque esa disposición natural (por medios) y conseguida (por técnica e imaginación musical) no fue homogénea en resultados, porque para su gran escena con los cortesanos, impecablemente cantada, le falto un poco de intensidad expresiva, como necesitado de un poco más de motivación.
Nadia Krasteva es hoy día una Maddalena ideal por su voz carnosa y sensual y físico a la par (en este montaje reflejado de manera un tanto sórdida y bastante guarra). No es de extrañar que, disponiendo de esas condiciones, aparezca programada continuamente como tal cantante callejera en Viena y Múnich además de otros importantes espacios líricos.
Imponente en el más específico sentido del término el Sparafucile de Andrea Mastroni, ya desde el duettino del acto I con el barítono, dejando sin ninguna duda testimonio de su gran categoría al finalizarlo con el fa grave mantenido con una pasmosa redondez y seguridad hasta su salida de escena.
El equipo de apoyo a este quinteto central demostró la atención con la que se cuidan los repartos londinenses: Luis Gomes(Borsa), Dominic Sedgwicke (Marullo), Simon Shimbambu (Ceprano), James Rutherford (Monterone) y otros.
No es aventurado pensar que Verdi (con su libretista Piave) quiso reflejar en Rigoletto un mundo brillante y lujoso que entre sus oropeles esconde un submundo agresivamente falaz y y mezquino, en el que todos sus personajes tienen mucho que ocultar mintiendo y traicionando. Una disparidad de enorme valor dramático, capaz de contrastarse entre las escenas palaciegas (todo riqueza y luminosidad) y las populares (tétricamente paupérrimas), las del entorno en el que se mueve el jorobado bufón fuera de los espacios cortesanos, incluyendo en ellas el aún todavía de más bajo universo de Sparafucile y su cómplice hermana.
McVicar (vía Justin Way, el encargado de la reposición) quiso dar una vuelta de tuerca a todo ese orbe verdiano no separando tan opuestamente las dos fronteras. Su montaje, desnudo, oscuro, maléfico, agresivo o cualquier adjetivo más a gusto del lector que lo haya visto, es directa consecuencia de esta tan trastocada visión. Tras una orgia ducal, que no encajaría mal en alguna película porno con sadismo añadido (pese a que se notó algo aligerada con respecto a otras ocasiones, gracias a Win o la realizadora televisiva, Francesca Kemp), se vislumbra una Mantua intemporal, lóbrega y sucia, en medio de la cual los personajes ponen de manifiesto la doblez de su carácter, su crueldad, sensualidad y cinismo. Claro está que de manera un tanto ajena a la música que se escucha y al canto que se disfruta.
Pero… La acción tan cargada de tintas negras está bien narrada, los cantantes-actores, coro y figurantes muy detalladamente dibujados y dirigidos y el espectáculo, si se logra entrar a saco en la propuesta, acaba convenciendo, persuadiendo y probablemente sin prejuicios disfrutando.
El trabajo del director de escena escocés encuentra cómplices a su altura en la agobiante pero muy sucinta escenografía de Michael Vale, en el vestuario algo más en consonancia con la obra de Tania McCallin y en la iluminación bien conveniente al concepto de Paule Constable, cuya buscada tenebrosidad conllevó algunos problemas para su captación cinematográfica; Leah Hausman y Jo Meredith, “responsables de movimiento”, aportaron su menor pero adecuada contribución al conjunto. En definitiva: por algo lleva tiempo el Covent Garden manteniendo esta producción en activo, la más longeva de los últimos años, y por algo también ha viajado a otras latitudes.
De nuevo la presentación corrió a cargo de Clemency Burton-Hill, quien sigue siendo merecedora de los tres adjetivos que le pueden honorar: bella, elegante y simpática. Hubo entrevistas a los tres principales cantantes y al director orquestal, Alexander Joel, el cual ciertamente ofreció una buena lectura de la obra, conforme con su contenido y significado y, desde luego, en colaboradora fusión con el escenario.
Imagen superior: Dimitri Platanias (Rigoletto) en «Rigoletto» © Royal Opera House. Fotografía de Mark Douet.
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