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«Ulises», de James Joyce

Para el lector aficionado, ajeno a las obligaciones académicas, la lectura del Ulises es una de esas experiencias que estampan un sello de veteranía. Más o menos, como ese corredor amateur que acaba batiendo un récord.

Dada su ambición monumental y sus ilimitados recovecos, este libro es un Everest cuyo ascenso requiere una voluntad entrenada y una curiosidad constante. En otras palabras: se trata de un texto al que pocos logran acostumbrarse, y que sin embargo, nos apremia con una oferta intelectual y estética difícil de rechazar.

En todo caso, el reto es muy complejo. ¿Será porque carece de un argumento nítido y de una conclusión clara? Pues sí, por eso, y además porque Joyce recurre a la palabra interior ‒el flujo de la conciencia‒ como su técnica más distintiva y ambiciosa.

Otra capa de hermetismo tiene que ver con sus oblicuas alusiones a la Odisea de Homero. Y aunque el autor oculta esas huellas mitológicas en la obra, finalmente, como nos dice José María Valverde, «Joyce resucita sus esquemas homéricos y los complica de referencias de todo tipo, aunque al principio de modo reluctante y encargando el secreto sobre aquellas claves, tan demasiado útiles para críticos y profesores».

Esto último ya lo tienen presente todos aquellos que, como me ocurrió a mí, leyeron el Ulises en la universidad, teniendo a mano algún resumen de la Odisea. En este sentido, mi experiencia personal fue poco emocionante, y para ser sincero, la abordé como quien se dedica a desentrañar, una tras otra, claves y secciones temáticas. Es decir, sin demasiado placer.

Tras aquella primera lectura, ya entrado en años, he vuelto a esta obra de forma periódica, siempre de forma parcial, pero convencido de que al entreabrir sus puertas suele aparecer algo deslumbrante o revelador.

Naturalista, revolucionario, enigmático, paródico, sensorial, descarnado, divagante, poderoso, erudito y provocador. Así es este libro, y precisamente por esa múltiple ambición, conviene tenerlo cerca, y de cuando en cuando, dejarse tentar por sus propuestas.

¿En qué mundo surgió el Ulises? Durante la Primera Guerra Mundial, Zúrich estaba llena de exiliados políticos y artistas, y como recuerda Richard Ellmann, aquella atmósfera de experimentación literaria estimuló en gran medida a otro expatriado ilustre: el propio Joyce.

Su correspondencia de 1917 nos revela que dedicaba a esta novela buena parte del día y de la noche. «Su método ‒escribe Ellmann‒ consistía en escribir una serie de frases y luego, a medida que el episodio tomaba forma, marcarlas con lápices de distintos colores para indicar dónde debían ir. Sorprendentemente, era poco lo que quedaba omitido, pero mirando las notas nadie podría haber deducido cómo quedarían unidos los fragmentos».

Un alumno de Joyce comentó por aquel entonces lo que le dijo el escritor a propósito de su proyecto: «El tema más bello, el que más elementos abarca es el de la Odisea. Es más grande, más humano, que Hamlet, Don Quijote, Dante, Fausto…»

Como ven, estamos ante un clásico con todas las de la ley. Tampoco sobra, por razones análogas, recomendar una buena versión en nuestro idioma. La espléndida traducción que nos ofrecen María Luisa Venegas Lagüéns y Francisco García Tortosa, acompañada por una documentadísima introducción de este último, nos brinda una ruta inmejorable a la hora de aproximarnos al Dublín joyceano.

Aunque, por lo que llevamos dicho, no resulte extraño que uno pueda flaquear en el empeño, también es cierto que en esta obra se ocultan prodigios y emociones que nos reconcilian con un autor imprescindible para entender la literatura del siglo XX. Por eso mismo, esta edición de Cátedra me parece la mejor manera de emprender una lectura de la que nadie ‒o casi nadie‒ saldrá ileso. Créanme, pese a su dificultad, la imponente novela de Joyce aún sigue mereciendo su prestigio universal.

Sinopsis

La fama de Ulises la debe, en gran parte, a razones que a veces poco tienen que ver con la novela, emparentadas con nuestro tiempo y nuestra cultura. Indescifrable, insulto al lector medio, soez, escabrosa, vulgar, para unos, penetrante, innovadora, la mayor creatividad verbal después de Shakespeare, descubridora del hombre moderno, para otros. Críticos favorables como Valéry Larbaud, Ezra Pound, T. S. Eliot, y menos favorables como Bernard Shaw, Gertrude Stein o Virginia Woolf, contribuyeron a que una novela enrevesada alcanzara la popularidad a pesar de que era, y probablemente siga siendo, lectura que muchos no se atreven a completar. Esta edición ofrece una nueva traducción al castellano, que fija el texto en nuestra lengua teniendo a la vista un mínimo de cinco ediciones diferentes.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

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Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.