Aunque El hombre en el castillo sea probablemente la mejor novela de Philip K. Dick y la única que ganó un Premio Hugo, Ubik está considerada por muchos como una obra maestra. Otros, en cambio, lo califican como un trabajo magnífico aunque imperfecto; y otros, en fin, como un fracaso no exento de mérito.
Tal disparidad de opiniones es comprensible. Ubik tuvo forzosamente que sorprender al lector medio de ciencia-ficción de los años sesenta. De hecho, es posible que muchos ni siquiera la identificaran como una novela de ese género. Ni exhibe el positivismo de los autores de los años cincuenta, ni invoca un sentido de lo maravilloso, ni tampoco da valor a la ciencia o la tecnología. De hecho, ni siquiera presenta un mundo en el que los problemas puedan ser claramente identificados ni mucho menos resueltos.
El argumento de Ubik se desarrolla en un futuro, el de 1992 (por entonces aún quedaba dos décadas para llegar allí) en el que existen dos peculiaridades fundamentales. En primer lugar, existen individuos con talentos psi, básicamente telépatas y precognitivos, que han sido rutinaria y reconocidamente integrados en el sistema capitalista como espías industriales a sueldo de las grandes corporaciones y cuya misión suele consistir en infiltrarse en la competencia para descubrir sus secretos. Sin embargo, existe también otro grupo de «individuos psi» con el poder de neutralizar las capacidades de los primeros y que reciben el nombre de «inerciales».
Glen Runciter dirige la más importante «organización de previsión», un tipo de empresa cuya actividad radica en alquilar personal inercial a aquellas compañías que sospechan que han sido infiltradas.
Como segundo rasgo característico del marco general de la historia (y tomado del cuento del propio Dick Lo que dicen los muertos, 1964), la gente fallecida es conservada en instituciones llamadas «Moratorios» en un estado de hibernación criogénica conocido como «semi-vida». Con la tecnología precisa, se pueden leer sus débiles ondas cerebrales, y los vivos pueden comunicarse con ellos en tanto en cuanto pueda prolongarse ese estado que, indefectiblemente y como si fueran unas pilas ya medio vacías, va apagándose progresivamente hasta que sobreviene la muerte completa. Mientras tanto, no obstante, se puede decir que los muertos no están totalmente muertos.
Cuando Dick escribió la novela, ni la hibernación ni los individuos con poderes mentales eran conceptos nuevos en la ciencia-ficción. Pero a partir de estas premisas rápidamente establecidas nada más comenzar la novela, la historia toma una dirección sorprendente. Los operativos de Runciter han descubierto que los principales agentes psi de su competidor, Hollis, han desaparecido y éste sospecha que han sido contratados en bloque para una misión de máxima importancia. Justo entonces recibe un jugoso encargo de negocios en la Luna que promete revelarle el secreto, pero cuando acude allí con la plana mayor de su equipo de inerciales, se produce un atentado y muere. Sus empleados le llevan a un Moratorio y le colocan en semi-vida. Mientras tanto, el segundo al mando y supuesto heredero de la empresa, Joe Chip, empieza a investigar quién puede estar tras el crimen.
Los inerciales que acompañaron a Runciter a la Luna pronto empiezan a experimentar extraños fenómenos que apuntan a que su mundo está involucionando, cayendo en una especie de reversión del flujo temporal que produce una extraña decrepitud en los objetos cotidianos: el café y los cigarrillos recién comprados parecen tener décadas de antigüedad, algunos de los inerciales envejecen y mueren a velocidad imposible, la tecnología retrocede a niveles de la década de los 30 del siglo XX (por ejemplo, la televisión se convierte en radio de válvulas) y, aún más desconcertante, la efigie de Runciter empieza a aparecer en las monedas y billetes…
Chip y sus compañeros tratan de avanzar en la investigación y evitar que la entropía que se apodera de todo disuelva el mundo y a ellos mismos, hasta que descubren –para su sorpresa y la del lector– que la situación podría ser la inversa a la que habían creído inicialmente: ellos fueron quienes murieron en el atentado y es Runciter, único superviviente, quien los colocó en semi-vida y ahora trata de comunicarse con ellos, dejando enigmáticos mensajes en los más diversos lugares de ese mundo virtual compartido.
La entropía que parece engullir a todos ellos y el mundo que les rodea solo puede combatirse con un misterioso producto, el Ubik, que se vende en forma de aerosol y cuya aplicación devuelve el vigor y la energía. Su carencia, en cambio, lleva al agotamiento y la muerte.
Así, lo que empezó siendo una novela de carácter policíaco en la que se trataba de encontrar a un asesino, pasa a ser una reflexión filosófica en la que se cuestiona la naturaleza de la realidad y en la que la solución a los enigmas planteados (¿Quién estuvo tras el asesinato? ¿Hubo siquiera tal asesinato? ¿Quién traicionó al resto? ¿Qué clase de mundo es el que están habitando Chip y sus empleados? ¿Y por qué está involucionando?) pasa por saber quién de todos los personajes son los que están verdaderamente muertos.
Pero el caso es que el autor no llega realmente a ofrecer una explicación clara y definitiva sobre todo ello, por lo que la interpretación final del misterio dependerá de qué realidad decida el lector que tiene más sentido, la de Glen Runciter o la de la Joe Chip.
¿Ha estado viviendo –o semiviviendo– Joe Chip en una pseudorealidad esencialmente controlada por Runciter? ¿O ha sido este último quien ha vivido –o semivivido– en una pseudorealidad creada por Joe? ¿O ambos han estado viviendo –o semiviviendo– en la protectora semivida de la mujer de Runciter, Ella, y un malicioso adolescente también muerto llamado Jory? Todas las posibilidades tienen sentido… y al mismo tiempo ninguna de ellas explica satisfactoriamente los acontecimientos que han ido sucediéndose en la trama.
Por si todo esto no fuera suficientemente complejo, añádase a este baile de realidades la presencia en la historia de una misteriosa joven, Pat Conley, quien podría haber sido infiltrada por Hollis en la organización de Runciter. Pat tiene el extraordinario y único talento de reorganizar el presente retrocediendo al pasado y eligiendo desde allí uno de los posibles futuros alternativos. En el curso de la trama hace uso de esa habilidad en al menos dos ocasiones, y no hay forma de saber si también ella es la responsable de otros de los cambios que tienen lugar. Además, toda la novela está trufada de elementos absurdos e incongruentes que sólo tendrían sentido dentro de la extraña lógica que preside los sueños.
Los personajes visten de forma estrafalaria cosas como «toga de tweed, mocasines, faja escarlata y gorrita púrpura rematada por una hélice» y reaccionan a las cosas de forma incomprensible. Cuando quien parece ser el rico empresario que ha contratado a los inerciales de Runciter empieza a levitar hacia el techo, la reacción de éste es tan serena que se diría descabellada: «Ya sé lo que es: es una bomba humanoide autodestructora –dijo Runciter a Joe–. Ayúdeme a sacarles a todos de aquí. La han puesto en auto, por eso ha subido hasta el techo».
Imagino que a estas alturas habrá quedado clara la compleja relación que Dick mantenía con sus lectores, y por qué es un autor tan adorado por unos y detestado por otros. No todas sus novelas fueron tan oscuras y complejas, pero desde luego Ubik no ofrece una narración fácilmente resumible ni interpretable. Como suele suceder en sus relatos, el argumento es menos interesante que los personajes, los temas y la peculiar forma de desarrollarlos.
Tomemos por ejemplo la muerte. Casi todos los protagonistas están «muertos» durante la mayor parte de la novela y su existencia post-mortem no es sino un viaje hacia la decadencia y un estado, la verdadera muerte, aún más definitivo que la semivida en la que han sido colocados. De acuerdo con la extraña manera que Dick tenía de integrar sus obsesiones en las novelas que escribía, morir equivale en Ubik a consumirse en un lento proceso.
Joe Chip, el protagonista principal, dice algo al respecto: «El metabolismo es un proceso de combustión, un horno en actividad. Cuando deja de funcionar, se acaba la vida. La gente yerra por completo cuando se imagina el infierno: el infierno es un lugar frío; todo lo que hay en él es frío. El cuerpo significa peso y calor; ahora, el peso es para mí una fuerza a la que sucumbo, y el calor algo que me abandona. Y que, a menos que yo renazca, no volverá nunca a mí. Este es el destino de todo el universo, así que por lo menos no estaré solo». Esto no es sino el concepto de Entropía, la ley termodinámica que describe el proceso irreversible que llevará a la muerte térmica del Universo.
Pero en Ubik, la entropía, el consumo de la energía del universo se pone en equivalencia con el consumo capitalista. Y si la entropía es el consumo, Ubik es su solución: una especie de rehabilitador universal de la realidad, un principio de estabilidad y permanencia. Y puesto que la publicidad forma parte esencial del mundo capitalista, cada capítulo se abre con un anuncio diferente en el que el Ubik se presenta como un producto comercial ordinario en múltiples versiones, desde un café hasta un crédito bancario, de una hoja de afeitar a un pan de molde, de un sujetador a un somnífero («Tomado según las instrucciones, Ubik le depara un sueño ininterrumpido y un despertar libre de molestias. Con Ubik, usted se levantará fresco como una rosa y dispuesto a enfrentarse a esos pequeños problemas que le preocupan. No exceder la dosis recomendada»).
En resumen, para evitar la entropía = muerte = no consumo, es necesario comprar = consumir = Ubik. No es casualidad que Ubik sea un apócope de ubicuo, omnipresente. ¿Acaso hay algo más omnipresente en nuestro mundo que la publicidad y la oferta de productos de consumo?
Pero eso no es todo. Ubik es mucho más. En ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) la figura del salvador adoptaba la forma de un hombre artificial. En Ubik, el autor da un paso más allá: el liberador es un producto. Cristo en la forma de un aerosol. Porque el tono satírico de los anuncios de Ubik contrasta con la revelación final de su ¿verdadera? naturaleza: «Yo soy Ubik. Antes de que el universo existiera, yo existía. Yo hice los soles y los mundos. Yo creé las vidas y los espacios en los que habitan. Yo las cambio de lugar a mi antojo. Van donde yo dispongo y hacen lo que yo les ordeno. Yo soy el verbo, y mi nombre no puede ser pronunciado. Es el nombre que nadie conoce. Me llaman Ubik, pero Ubik no es mi nombre. Yo Soy. Yo Seré siempre».
Hay otro aspecto de la novela que Dick utiliza como sátira del capitalismo y el consumismo: todo, incluyendo la apertura de las puertas del propio apartamento o calentar algo en el horno de casa, funciona mediante la inserción de monedas. Resulta significativo que los obsesivos problemas económicos de Joe Chip –nunca dispone de suficiente calderilla– persistan independientemente del nivel de realidad en el que se encuentre, vivo o semivivo, en el futuro real o en el pasado entrópico virtual.
Los creadores de realidad son otro de los temas obsesivos de Dick. En el caso de Ubik es un malvado niño en semivida, Jory, que se infiltra en las mentes hibernadas de otros «muertos» del Moratorio para construir en ellas un «sueño compartido» a través del cual absorberles las energías, y provocando de paso la decadencia entrópica que mencionábamos anteriormente.
En parte, este concepto bebe del interés de Dick por la leyenda india El Sueño del Brahmin: un individuo que construye en sus sueños una realidad alternativa a su gusto y conveniencia, pero que se esfuma en cuanto despierta. Estos temas (los múltiples niveles de realidad, el mundo interior y la naturaleza de la divinidad) se desarrollan una y otra vez en varias novelas de Dick de finales de los sesenta, entre las que también se puede destacar la aún más compleja Los tres estigmas de Palmer Eldricht (1965).
La ciencia-ficción siempre ha tenido que enfrentarse al desafío de representar la realidad física cotidiana del futuro, como lo demuestra el cliché que dice que las obras del género tienden a envejecer rápidamente debido a lo caduco que acaba resultando el mundo que plantean para el lector de veinte o treinta años después. Aunque tal afirmación también puede aplicarse en cierta medida al western o al género histórico, en el caso de la ciencia-ficción este parece ser un tema más espinoso, ya que los diseñadores de producción y departamentos de vestuario del ámbito cinematográfico se enfrentan con el problema de imaginar un futuro que, unas décadas más tarde, puede resultar ridículo.
Esa ansiedad permea tanto la ciencia-ficción visual como literaria. En Ubik, los personajes están atrapados en un entorno virtual en el que los objetos revierten a modelos más antiguos de sí mimos: un avión a reacción se convierte en un biplano a hélice, un coche futurista en un Ford T, los modernos elevadores en cajones metálicos con ascensorista… Dick hace mención explícita a la Teoría de las Ideas de Platón: «Todo aquello venía quizá a confirmar, de algún modo extraño, una vieja filosofía abandonada, la de los objetos ideales de Platón, los universales que tenían una existencia real para cada clase. La forma televisor era un modelo impuesto como sucesor de otros modelos, como la sucesión de los fotogramas de una secuencia filmada.
Las formas primitivas deben de llevar una vida residual, invisible, en cada objeto, meditó Joe. El pasado está latente, sumergido, pero sigue ahí y puede aflorar a la superficie tan pronto desaparezcan, por cualquier desafortunado motivo y contra lo que nos enseña la experiencia diaria, las características del objeto último, más tardío. El hombre no contiene al muchacho, sino a los hombres que le precedieron. La historia empezó hace mucho».
A través de esta novela, Dick contesta en cierta forma a esos críticos que acusan a la ciencia-ficción de ser un género abocado a la caducidad: en la historia tanto el lector como los protagonistas experimentan anacronismos en la forma de las mencionadas reversiones tecnológicas, pero aquéllos no importan en tanto en cuanto el escritor sea capaz de construir un mundo consistente –al tiempo que original– en el que situar coherentemente todos esos elementos. Y que el lector sea capaz, por su parte, de prescindir de lo accesorio –el aspecto de los objetos, el funcionamiento de la tecnología…– y concentrarse en lo esencial, en la idea subyacente.
El mundo conceptual y la importancia que para Dick tenía el «mundo interior» frente a los temas tecnológicos tradicionales en la ciencia-ficción, ha hecho que muchos críticos le integren en la llamada Nueva Ola que surgió a partir de 1964 en Gran Bretaña, y en virtud de la cual se exaltaba la calidad y complejidad literaria frente a las narraciones de tipo más lineal, que habían sido la norma en el género hasta el momento.
Ciertamente, hay notables paralelos entre la literatura de Dick en este periodo y el vanguardista experimento inglés. El escritor americano desarrolló sus propias estrategias narrativas para plasmar la mareante experiencia de una realidad inestable de forma aún más subjetiva de lo que lo solían hacer los escritores adscritos a aquel movimiento. Como J.G. Ballard, Dick defendía la esquizofrenia como herramienta para liberarse de la opresión de una realidad consensuada, que en el caso de Ubik viene marcada por el fetichismo de la sociedad de consumo. La propia incoherencia que exhibe la narración y la ausencia de un final cerrado y claro, agudiza la sensación de fragilidad de cualquier noción de realidad.
Así, la acción de la novela se divide en dos partes. La primera comprende los acontecimientos que llevan a Runciter y sus inerciales a la Luna. Tras el atentado, el relato se hace progresivamente más difícil de seguir, ya que la solidez de cada pasaje tiende resquebrajarse por la insinuación de que esa realidad está siendo constantemente manipulada.
Por supuesto, en una novela en la que se confunden y deconstruyen tantas dualidades, puede que no resulte adecuado asumir que la historia consta de dos partes claramente diferenciadas. Aunque la vida y la muerte han quedado diluidas por el concepto de la semivida, y el pasado y el presente por el sorprendente talento psiónico del personaje de Pat, la narración está organizada en base a una serie de dualismos. Los talentos psiónicos se dividen en positivos e inerciales; el mundo corporativo se sintetiza en la lucha encarnizada entre las empresas dirigidas por Hollis y Runciter; y la de de este último se ha construido gracias al trabajo de dos personas, el propio Runciter y su esposa Ella, fallecida tiempo atrás pero aún activa desde su semivida… cada uno de esos binomios, sin embargo, va deshaciéndose de uno u otro modo conforme la historia avanza
Así son las novelas de Dick. Complejas y repletas de ideas extrañas y seductoras mezcladas de una forma surrealista. Y por eso son tan difíciles de analizar y recomendar. ¿Son obra de un genio o, por el contrario, de un escritor mediocre con la mente trastornada? En el caso de Ubik entra dentro de lo posible que las incoherencias en que incurre la trama y que tienen el efecto de dejar abiertas todas las posibilidades, obedezcan no tanto a la brillantez literaria como al desorden y chapucería resolutiva presentes en bastantes de los trabajos de Dick y reconocidos incluso por sus más firmes defensores.
Y sin embargo, en una maravillosa ironía, el principio fundamental que sustenta a Ubik habría quedado desleído o incluso traicionado por la inclusión de la consistencia y la lógica. En una novela que subraya la multiplicidad de las realidades, la descripción de situaciones que pudieran reconciliarse con una visión única de la verdad habría sido un error. Después de todo, quizá las contradicciones en las que incurre el libro fueran intencionadas. Sólo alguien con una clara compresión de su propia inestabilidad mental –Dick sufría severos problemas psíquicos, exacerbados por las drogas– podría haberse internado con éxito en temas y conceptos tan resbaladizos como los presentes en Ubik.
Dick es todo lo cerca que uno puede aproximarse al mundo de la esquizofrenia paranoide sin llegar demasiado lejos. Asimismo, Dick fue el primer escritor de ciencia-ficción en jugar con la mente de sus lectores y hacerles dudar y reflexionar sobre la naturaleza de sus percepciones, y por consiguiente, de la realidad. Esa es la razón por la cual sus libros nunca hayan quedado obsoletos. Podemos volver a leerlos años después de la primera vez, y encontrar nuevos detalles que guíen hacia rincones del relato que antes pasaron desapercibidos.
La paranoica visión de Dick acerca del mundo de las corporaciones y el consumismo se funden en Ubik con sus obsesiones por la incapacidad de distinguir lo real de lo ilusorio, la divinidad y la muerte, para socavar el sentido de la realidad del lector y ofrecerle una experiencia tan surrealista como plena de misterio. Se trata de una novela sorprendente, que demuestra lo flexible e iconoclasta que puede llegar a ser la ciencia-ficción, y que desafía al lector capítulo a capítulo.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.