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Tutankamón

Con la paciente contribución dineraria de Lord Carnarvon y la paciente rebusca del arqueólogo Howard Carter, hace cien años se conseguía –por fin y tras una década de trabajos– dar con la tumba secreta del faraón Tut-an-kamen, popularizado como Tutankamón. Pronto esta obra maestra de ciencia y paciencia se convirtió en leyenda urbana, a partir de la maldición que acompañaría a quienes se atrevieran violar aquellos espacios funerarios.

Esta leyenda mezclada de historia no estaba sola en el imaginario de esos años. El mundo acababa de terminar la mayor guerra conocida hasta entonces y el mito del muerto que no muere y puede determinar la vida de los vivos, si vale la redundancia, bien podía simbolizar la presencia, en el inconsciente colectivo, de un enorme reproche: hemos mandado a la masacre a la juventud del mundo, esos muertos retornan para poblar nuestras pesadillas.

De pesadillas diurnas y visibles se ocupó el gran divertimiento de masas que prosperó en semejantes fechas: el cine. Seres inmortales que interfieren y amenazan la vida de los mortales cobraron cuerpo y, sobre todo, rostro: el vampiro Nosferatu o Drácula, el Golem que es un autómata animado por la palabra mágica que muerde su boca y, por fin, un pariente cercano de Tutankamón: la Momia que sale de su sarcófago tras siglos de letargo y parte en busca de la mujer que amó, justamente, muchos siglos atrás. Esta población tuvo un prócer de la imagen en blanco y negro, tan propicia a la plasmación de seres sobrenaturales, espectros y fantasmas: Karl Freund. Sólo dirigió un par de filmes, pero fue el maestro de luces y encuadres en cantidad de clásicos acumulados por la llamada pantalla diabólica.

Con todo, esta población siniestra convocada, en buena medida, por la dichosa exhumación de CarterCarnarvon, tuvo su contrafaz divertida. En efecto, 1922 se inscribe en los años locos posteriores a la guerra mundial y antecesores de la depresión económica de 1929, un jueves negro que pareció salir de una película de Murnau o de Fritz Lang. Hubo una moda Tutankamón y habitó las casas del mundo. Vajillas con decoración floral entre butano y negro –butano también llamado color naranja o color tango‒, vestidos camiseros con la misma combinación, cánulas de cristal de colorines rabiosos que adornaban lámparas y tejían collares para las chicas que bailaban el chárleston, todo se llamó estilo Tutankamón.

Las decoraciones de fachadas e interiores según la exposición parisina de artes decorativas de 1925 –el llamado art déco– propuso valerse de motivos egipcios tomados de las tumbas violadas por la finanza y la ciencia, cuyo emblema fue Tutankamón. Hasta apareció en letras de fox-trots y en dichos cotidianos: “Es más viejo que Tutankamón«, «Es del tiempo de Tutankamón.”

Como en habituales ejercicios de la casquivana memoria histórica, la tragedia se volvió celebración festiva, brindis y borrachera delante del sarcófago, esa miniatura del tesoro que el poder acumula en forma de objeto precioso. Va a parar al museo pero, al quedarse solo por las noches, ¿no dará paso a Boris Karloff, a Bela Lugosi, a Peter Lorre fotografiados por Karl Freund?

Copyright del artículo © Blas Matamoro. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")

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