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«True Detective» (2014), de Nic Pizzolatto y Cary Joji Fukunaga

Cuando vimos su primera temporada, se convirtió en la serie de la que hablaba todo el mundo. Con sólo un capítulo emitido, ya era el acontecimiento del año y corría de boca en boca que era una obra maestra. Un clásico instantáneo.

No es algo frecuente. En demasiadas ocasiones, las expectativas quedan defraudadas cuando llega el segundo episodio, y nos dejan a todos con cara de pasmo. Por la espera. Por la ilusión rota. Por el tiempo perdido…

Grandes popes como Spielberg han tenido éxito en la venta a priori de una serie. Él mismo ha conseguido que medio mundo se siente frente al televisor en la noche de un estreno, y en los títulos de crédito ya hemos descubierto que nos la habían dado con queso.

No es este el caso. En el fondo, la primera temporada de True Detective no es una serie de televisión. Es cine. Cine del grande. Con mayúsculas. Cine clásico y moderno. Del bueno. Pero cine. Nada de televisión. La única diferencia, y ésa es nuestra suerte, es que no se exhibe en salas y que no dura dos horas sino trece. Setecientos ochenta minutos de cine puro. Cine adulto. Cine hondo. Cine para degustar, como si de un buen vino se tratara. O aún mejor –ambientándonos ya en la Louisiana donde transcurre la acción– un buen bourbon.

Para empezar, podría detenerme en sus títulos de crédito, dirigidos por Patrick Clair para el estudio Antibody, con diseños de Raoul Marks. Esos títulos son tan atípicos como simbólicos. Siluetas rellenas de imágenes sugerentes, reflejo de personajes que llevan dentro de sí diferentes mundos, recortadas contra fondos blancos. Rostros que en su interior traslucen carreteras desiertas y que estallan en llamas. Cuerpos de mujer con paisajes infinitos, mientras una música cimbreante –Far From Any Road, interpretada por The Handsome Family– nos transporta por largas carreteras desiertas.  Una maravilla que te hipnotiza y te sumerge en un universo propio. El de Nic Pizzolatto, creador y escritor de la serie, del que uno se pregunta por qué diablos ha tardado tanto en dar el salto de la literatura al audiovisual.

Una vez metidos en la historia, nos dejamos llevar por una trama en apariencia sencilla, típica del gótico sureño. El caso de un psicópata, asesino de chicas, investigado por dos detectives –el trágico, culto y obsesivo Rustin «Rust» Cohle (Matthew McConaughey) y el práctico, directo y pasional Martin Hart (Woody Harrelson)– que tienen mucho pasado y ningún futuro a sus espaldas.

Contada en continuos flash-backs, entre 1995 y la actualidad, True Detective muestra un pasado que tiene de desasosegante lo que el presente de enigmático. Algo nos dice que las cosas no salieron bien para dos personajes que están en vía muerta de sus vidas.

Vale, sí. Pero ¿por qué dices que esto es cine y no televisión? Es cine por sus ritmos extraños, lentos, pausados, que nada tienen que ver con los de la caja tonta.

Es cine por sus encuadres. Por sus movimientos de cámara. Por su iluminación. Es cine porque no se preocupa de dejarnos al final del capítulo con un clifthanger que asegure nuestra presencia la próxima semana.

Pizzolatto y el director Cary Joji Fukunaga no nos tratan como a críos a los que hay que ofrecer el caramelo final para que volvamos a la tienda a los siete días. No quieren que veamos su serie cenando o mandando a los niños a la cama. Por eso mismo, el ritmo pretende dejarnos enganchados con continuos giros de la trama, para que no cambiemos de canal al llegar la publicidad. Ni una sola secuencia está diseñada pensando en que, tras ella, vendrán esos insufribles comerciales.

Existe un ritmo lento que puede atraparnos tanto como la sucesión continua de sorpresas. Esto no es cocaína. Es opio. Idóneo para tumbarnos en el sofá y ver la vida pasar lentamente.

Los encuadres pueden ser amplios, generales, solitarios… Porque ya nadie tiene pantallas enanas en su casa y nuestros salones se asemejan, cada vez más, a una sala de cine.

True Detective está hecha para verse así. Tampoco requiere que el capitulo acabe en todo lo alto. Pizzolatto y Fukunaga saben que estamos enganchados y que volveremos la semana siguiente. Pase lo que pase en la secuencia final de cada episodio. Aunque quizá debería decir que no existen capítulos: solo divisiones temporales cada siete días.

Si lo hubiera sabido antes, habría aguardado a que terminaran las trece subdivisiones de una hora para ver esta primera temporada durante un día completo. Pero ya no puedo. Llevo vistas cuatro entregas, y me es imposible hacer eso con las nueve restantes.

P.D. En este artículo podría haberme detenido en una historia que minuto a minuto se va haciendo más oscura, y que nos va llevando hasta unos abismos del alma humana que se adivinan horribles. También podría haberme detenido en esos dos personajes centrales, que son trasuntos desquiciados de Don Quijote y Sancho en la Norteamérica profunda; en la música magnífica de T Bone Burnett, que transita por caminos inesperados; en todos y cada uno de los actores que están de Oscar (no de Emmy); en el gusto y la maestría con la que está rodada, en el cuidado puesto en los detalles de cada secuencia, en la complejidad (nada aparente) del guión, repleto de referencias literarias (Robert W. Chambers, Flannery O’Connor, Ambrose Bierce, Lovecraft, Raymond Chandler)… Pero ¿para qué? ¿Acaso uno razona cuando paladea el trago del mejor bourbon? Lo mejor es servirse otra copa y apurar la botella hasta el fondo. Y rogar a Dios porque el cantinero tenga escondida otra caja bajo el mostrador…

Sinopsis

En 1995,  los detectives Marty Hart (Woody Harrelson) y Rust Cohle (Matthew McConaughey, ganador del Oscar), socios en la División de Investigación Criminal de Louisiana, investigan un macabro asesinato cuyo autor parece tener tendencias ocultas e inquietantes. Mientras intentan descubrir los secretos de este crimen extraño, sus propias vidas chocan y se entrelazan de manera inesperada, a veces de forma catastrófica.

En  2012, cuando un caso similar hace que se reabra el del 95 por dos nuevos detectives. Entonces, Marty y Rustse se ven obligados a rememorar la historia de una investigación que marcó sus vidas, y hasta qué punto les ha afectado como hombres, amigos y detectives.

Copyright del artículo © Pedro Luis Barbero. Reservados todos los derechos.

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Pedro Luis Barbero

Pedro Luis Barbero es guionista y director de cine y televisión. "Tuno negro" (2001), su primera película, se convirtió en el debut más taquillero de ese año en el nuestro país. Para la pequeña pantalla destaca por haber escrito y dirigido el programa Inocente Inocente con el que consiguió el Premio Ondas, así como diversas series como "Impares" (2008) o "¡Viva Luisa!" (2008). En 2016 rodó el largometraje "El futuro ya no es lo que era".