En Las puertitas del señor López (1979), Carlos Trillo y Horacio Altuna habían presentado a un apocado oficinista, abusado y acosado laboral y emocionalmente, cuya única escapatoria consistía en atravesar la puerta del lavabo –cualquier lavabo– y refugiarse en un mundo imaginario en el que unas veces encontraba consuelo, otras veces perspectivas diferentes sobre su propia situación en el mundo real, y otras una mera prolongación de sus problemas y frustraciones.
Tragaperras es una extensión del mismo planteamiento, solo que en esta ocasión cada una de las siete historias cortas de que consta el álbum tiene un protagonista distinto que parte de una situación diferente. Es, pues, una obra coral, pero sus variopintos personajes comparten un elemento emocional: la frustración, la angustia, el miedo, la confusión, la decepción, la soledad, la inseguridad o la insatisfacción… estados anímicos, todos ellos relacionados aquí con el sexo.
Cada historia comienza exponiendo con tanta concisión como agudeza el punto de partida del personaje. Éste, indefectiblemente, termina acudiendo a alguna de las máquinas callejeras que, a cambio de una moneda, ofrecen una hipotética evasión a los problemas cotidianos en forma de película. Pero en realidad, ese artefacto de diseño retro actúa como consejero espiritual y emocional, dispensador de recomendaciones y narrador de fábulas referidas a la auténtica situación del usuario de turno. Al término de la película, éste se verá impelido a la acción o, cuando menos, a la reflexión. De esta forma, nos dicen los autores, lo fantástico, lo imaginario, lo virtual, tiene poder para modificar lo real.
Las historias marco tienen una ambientación ligeramente futurista deudora de la estética de Moebius. Todas ellas se encuadran en una sociedad que parece haber exacerbado las peores tendencias actuales: omnipresencia y banalización del sexo, publicidad aturdidora y agresiva, superpoblación, alienación del individuo dentro de la masa, fuerzas policiales totalitarias… Han pasado treinta años desde la publicación original de estas fábulas urbanas, pero parece que las cosas no han hecho sino empeorar de tal forma que el escenario distópico que plantea Tragaperrassigue sin parecernos del todo remoto o inverosímil.
Por otro lado, las historias ofrecidas por las máquinas tragaperras oscilan entre la fantasía heroica y la distopía, entre el género negro y la ciencia ficción espacial, los dramas carcelarios –terrible crítica a las prisiones de la dictadura argentina– y las ensoñaciones románticas.
Pero en realidad el escenario es lo menos relevante y en buena mecida responde a una exigencia editorial (fueron publicadas en la revista 1984 de Toutain, centrada en el cómic de ciencia-ficción). Porque el objeto de éstas es la exploración del Hombre y su relación con la Sociedad y la Ficción, la manera en la que el comportamiento de uno de esos factores halla su reflejo en los otros dos y viceversa. Cada relato es el estudio de un problema tan personal como colectivo abordado –con una notable excepción– con el filtro del humor hiriente.
Menciono una excepción. Ésta es «Fantasmas», un duro relato sobre la cara más personal de la dictadura, una «institución» desgraciadamente familiar no sólo para los argentinos sino para muchos habitantes de Sudamérica. Su tono amargo, crepuscular y melancólico contrasta con la ligereza del resto del álbum y la eleva emocionalmente por encima del resto de los episodios. Es una fábula de sueños rotos –magnífica metáfora la del espejo agrietado–, de pasiones extinguidas y sustituidas por la más absoluta soledad teñida de terror.
Más allá de su contenido conceptual, Tragaperras es, sobre todo, un experimento formal: contar dos historias, una dentro de otra, relacionadas entre sí y al mismo tiempo diferenciadas, comprimidas en el breve espacio de ocho páginas. Ello exige del guionista una clara idea de la información que se debe transmitir y cómo hacerlo mediante los diálogos y escenas precisos.
El dibujante, por su parte, debe utilizar todos los recursos que le ofrece el medio para articular dicha información: el tamaño y disposición de las viñetas, la colocación de los elementos en su interior, la iluminación, la expresividad corporal de los personajes… El talento y la experiencia de Altuna le permite culminar con éxito la tarea, atendiendo al pequeño detalle, pero sin recurrir a efectismos vanos, y creando una amplia variedad de personajes y escenarios.
Puestos a poner algún defecto, yo señalaría la excesiva impersonalidad de las atractivas mujeres que dibuja Altuna. Sus exuberantes féminas de facciones púberes se antojan tan deseables como intercambiables y desprovistas de la intensidad emocional de que hacen gala sus coprotagonistas masculinos. En cierto modo, son simples peones que Trillo y Altuna utilizan en relatos con un abierto y lúdico tono sexual, que encontraron refrescante tras lidiar durante años con la censura y el talante conservador de la sociedad argentina en aquellos tiempos.
El problema aquí no reside tanto en el abundante sexo, más o menos gratuito, en sus diferentes modalidades (onanismo, fetichismo, sadomasoquismo, exhibicionismo…), sino el escaso papel que las mujeres juegan en los relatos, apenas meros adornos colocados allí para revolucionar las gónadas del lector masculino. Los personajes varones, en cambio, exhiben generalmente un aspecto astroso y poco agraciado, pero son los auténticos transmisores del mensaje y los motores de la peripecia narrada. El erotismo que tan bien se le da a Altuna alcanzaría su más vacía encarnación en sus posteriores trabajos para Playboy, pero en Tragaperras, a pesar de lo dicho, todavía pesa más la trama que sus esplendidas mujeres.
Tragaperras no es la mejor obra del dúo Trillo/Altuna; ni siquiera es un trabajo del que ambos quedaran plenamente satisfechos. Pero aun así, el talento de ambos la sitúa por encima de la media, tanto en su grafismo como en su capacidad narrativa. Sus episodios bien pueden leerse como eficaz entretenimiento, livianas anécdotas humorísticas con un componente erótico; pero tras su aparente espíritu lúdico, el lector reflexivo sabrá encontrar una mirada dura, melancólica y resignada a las frustraciones más íntimas del hombre contemporáneo.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus entradas aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.