El futuro de un hospital de descanso, el Standish Sanitarium, depende de que su propietaria consiga pronto la financiación que impida su embargo. Forma parte de un complejo de vacaciones que incluye casino, un hotel y un hipódromo para carreras de caballos. La joven Judy Standish (Maureen O’Sullivan) tendrá que confiar en las dotes del supuesto médico Hugo Z. Hackenbush (Groucho Marx) y de sus dos «colaboradores», Tony (Chico Marx) y Stuffy (Harpo Marx), para entre todos convencer a la millonaria señora Upjohn, (Margaret Dumont) de que su mejor inversión es salvar el centro médico. Pero las maniobras de J.D. Morgan (Douglas Dumbrille) y Whitmore (Leonard Ceeley), los dos arribistas que pretenden quedarse con el negocio, van a tratar de impedirlo. El futuro de la institución quedará en manos de un caballo, de nombre Chistera.
El gran éxito que había logrado la Metro Goldwyn Mayer con Una noche en la ópera despertó muchas voces dentro del estudio que reclamaban una nueva película en seguida, pero Irving Thalberg fue más prudente y dejó madurar la fruta, reposó las cuentas y atesoró razones para, pasado algo más de un año, plantear un segundo proyecto.
Groucho, Chico y Harpo disfrutaban de la soleada California junto a sus familias amasando la fortuna que habían hecho gracias al porcentaje sobre los beneficios que les correspondió con esa primera película a las órdenes del enfermizo productor. En ese tiempo, un ejército de escritores convertidos en amanuenses bajo contrato componía el esqueleto narrativo de lo que sería el nuevo invento de Thalberg para el grupo de cómicos. Fueron necesarios casi veinte guiones distintos, modificados sucesivamente, hasta que se logró lo que buscaba exactamente.
Tanto giró el argumento, que inicialmente había sido concebido como la historia de un grupo de actores que ofrecía una caótica representación en una mansión victoriana. Los archivos de MGM reflejan la elaboración para el guión definitivo de treinta y siete textos, entre guiones, perfiles de personajes, adaptaciones y correcciones. Al cabo de una decena de tratamientos y de reescrituras, apareció en el texto escrito por Robert Pirosh, George Seaton y George Oppenheimer un Edificio Médico Quackenbush, primer antecedente del personaje que Groucho incorpora en esta película. En su versión definitiva, los guionistas se apoyaron una vez más en la confusión de identidades para construir toda la trama narrativa: Hackenbush no es médico, sino veterinario, pese a lo cual gozará del favor y la confianza de la ricachona Emily Upjohn.
La compañía al completo volvió a salir de gira para probar los números humorísticos, recorriendo varias ciudades del país. Todos los días se reescribían algunas escenas en función de la reacción del público En septiembre de 1936 comenzó el rodaje de Un día en las carreras, pero la desgracia quiso que el productor falleciera repentinamente por una neumonía durante las filmaciones, dejando huérfanos a sus protegidos, a los que había rescatado del fracaso. El nombre de Irving Thalberg no aparece en los créditos, sí el de su productor asociado Sam Spiegel, que años después se haría famoso por producir obras como La reina de Africa (The African Queen, 1951) de John Huston o La ley del silencio (On the Waterfront, 1954) de Elia Kazan.
El rodaje se interrumpió durante tres meses, un paréntesis en el cual el número uno de la Metro, Louis B. Mayer, reorganizó la compañía y tomó las riendas de la exitosa unidad de producción del desaparecido Thalberg. Los compromisos adquiridos de antemano con los hermanos Marx no podían romperse, pero muy pronto comprendieron los cómicos con quién se iban a jugar las cartas en el futuro.
Es la película con mayor metraje de la filmografía de los Marx, pese a lo cual su rentabilidad en taquilla no se resintió. El público de aquellos años depresivos estaba dispuesto a asistir a una función de casi dos horas que combinaba las locuras del trío con los números musicales suntuosos de un corte parecido al que imprimía Busby Berkeley en sus coreografías. Una película, en suma, muy Metro Goldwyn Mayer, pese a ser de los hermanos Marx.
Un día en las carreras, igual que Una noche en la ópera antes, logró atraer hacia los Marx al público femenino gracias a la incorporación de subtramas románticas entre dos jóvenes bien parecidos, Allan Jones, que repetía protagonismo como el joven con dotes artísticas, y Maureen O’Sullivan.
La aportación de Thalberg había logrado limar las aristas de la anarquía narrativa y visual que reinaba en las películas del grupo. Los momentos más recordados son como de costumbre los que nada tienen que ver con el argumento. El reconocimiento médico a la Sra. Upjohn, la siempre magnífica Margaret Dumont, dura apenas tres minutos pero se convierte en un frenético episodio de destrucción irracional de todo aquello que guarde un cierto orden: comienza con la absurda esterilización de los brazos de los tres «médicos» que van a practicar el examen ante el verdadero galeno, Siegfried Ruman, continúa con la paciente tumbada boca arriba como un carnero en el matadero, cuelgan un cartel de «hombres trabajando» en sus pies, aplican espuma sobre su cara y comienzan a afeitarla, y concluye con la alarma antiincendios disparada y un caballo apareciendo bajo la lluvia. Un vergel surrealista en el que Groucho, Chico y Harpo despliegan todo su esfuerzo para que, cuando salen de la escena, no quede en el decorado piedra sobre piedra. Esta secuencia histórica obtuvo el calificativo de «insuperable» en la obra magna de Bertrand Tavernier, 50 años de Cine Norteamericano.
Harpo no aparece en el otro momento glorioso de Un día en las carreras, la escena reservada a Chico y Groucho de «¡al rico helado de tutti-frutti!». Un escritor de diálogos que no aparece en los créditos, Al Boasberg, es el autor de ese diálogo que no experimentó improvisaciones por parte de los dos hermanos: tan conseguida estaba la escena sobre el papel, que no fue modificada durante el rodaje. Tony necesita dinero fácil para apostar por un caballo, Sun-Up, que va a ganar la carrera, y se disfraza de vendedor de helados para engañar a Hackenbush ofreciéndole un pronóstico equivocado, que además va a suponer que quede desplumado. La forma en que Chico le saca dieciséis dólares al confiado doctor se convierte en una especie de resonancia lógica de la negociación del contrato del «mejor tenor del mundo» en Una noche en la ópera: el alumno aventajado ya ha aprendido lo suficiente para estafar con elegancia al supuesto estafador, el regador regado. Chico le engaña dando una lección acelerada en cinco pasos. Le hace comprar:
1) el pronóstico para la carrera, que viene cifrado en una clave: un dólar;
2) un libro de claves para que entienda lo que significa ZVBXRPL. Otro dólar, aunque sólo por la impresión;
3) una clave principal, que le costará al pobre de Hackenbush dos dólares por el transporte;
4) una guía de criadores de caballos, aunque en realidad le entregará «cuatro por cinco»;
5) otra guía para consultar el nombre del jockey que montará al caballo ganador. Como Chico no dispone de cambio de diez dólares, le entrega diez libros inservibles a cambio.
Es la estafa perfecta, la pequeña venganza sobre el plató del mayor de los hijos de Minnie, el preferido de su madre, frente al más célebre de todos. Siempre será recordada como la escena en la que Chico hizo callar a Groucho hasta humillarle.
De nuevo las canciones cobran un relieve especial. Compuestas por Bronislau Kaper y Walter Jurman, y escritas por Gus Kahn, se integran en la puesta en escena requerida por los hermanos Marx para desplegar sus excentricidades. La primera es Tomorrow is Another Day, interpretada por Allan Jones ante una enamorada Julia.
Siempre ha existido en torno al trabajo de los Marx la discusión sobre lo inoportuno de sus números musicales, cuando el arpa y el piano venían a interrumpir sus locuras y detenían, en ocasiones abruptamente, lo frenético de la narración. Leo McCarey, su director en Sopa de Ganso, lo consideraba una ruptura innecesaria en la trama. Cuando Harpo y Chico cogen sus respectivos instrumentos, las caretas de sus personajes se vienen abajo: Adolph toca de forma íntima, para sí mismo, y Leonard lo hace para divertir a los demás. Pero hay otros momentos brillantes: el baile de Harpo a los compases del número musical Gabriel con la comunidad negra instalada en chozas junto al complejo vacacional; la cena romántica de Hackenbush con la vampiresa Esther Muir, interrumpida por Tony y Rusty disfrazados de detectives primero y de pintores después, y la primera inspección médica a Harpo, en la que el enfermo se come el termómetro y se bebe el alcohol de farmacia.
Ese imposible reconocimiento médico sirve a Hackenbush para hacer el diagnóstico más incomprensible de la historia de la ficción médica («Tiene casi un 15% de metabolismo, con una tiroides superactiva y más de un 3% de afectación glandular. Y un 1% de inteligencia. Es lo que solemos designar como tipo idioticus cronicus, resumiendo, el caso más claro que se me ha presentado de cabeza de adoquín»). La carrera final en la que Chistera, el caballo purasangre en cuyas patas descansa el futuro de la institución médica, se juega el triunfo final se prolonga durante varios minutos plagados de elementos y gags más físicos que verbales, como en casi todos los clímax finales de los Marx.
En el aspecto anecdótico cabe incluir dos licencias del doblaje al castellano, cuando Groucho hace referencia al médico interpretado por Siegfried Ruman al que compara con Fidel Castro… que en 1937 era un niño de diez años y llegaría al poder en Cuba veintidós años después del rodaje. Y cuando el cast al completo entona unas estrofas del libreto West Side Story, escrito por Leonard Bernstein en 1957. Maureen O’Sullivan, la novia de Johhny Weissmuller en tantas películas de Tarzán producidas también por MGM, acompaña a los Marx en el inevitable personaje femenino. Y Sam Wood repitió en la dirección pese a los esfuerzos realizados por Groucho para impedirlo, porque nunca se soportaron mutuamente.
Un día en las carreras se estrenó el 11 de junio de 1937
Diálogos de Un día en las carreras:
Groucho, al gerente del sanatorio: «Mi experiencia médica no ha tenido mucho interés, excepto durante la epidemia de gripe». Gerente: «¿Qué pasó entonces?». Groucho: «Que cogí la gripe».
Groucho, a Margaret Dumont: «Cásese conmigo y nunca más miraré a otro caballo».
Chico: «Sun-Up es el peor caballo de la pista». Groucho: «He notado que gana siempre». Chico: «¡Bah!, eso es sólo porque llega el primero».
Groucho, a la secretaria: «Señorita: envíe un ramo de rosas rojas y escriba «Te quiero» al dorso de la cuenta».
Secretaria: «Dr. Hackenbush, ¿podría ponerme el visto bueno a esto?». Groucho: «Tengo mucho trabajo. Haré una cosa: le pondré ahora el visto, y venga después por el bueno».
Siegfried Ruman: «¿Quién ha llamado a estos hombres?». Groucho: «No hace falta llamarlos. Se frota una lámpara y aparecen».
(Este texto se incluyó en mi libro sobre Los Hermanos Marx publicado en 2009 junto a la edición videográfica de las películas que hicieron en MGM).
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