Las líneas básicas de lo que voy a contar son habituales. Aparecen cada dos por tres en revistas como Variety y The Hollywood Reporter. Un hombre de negocios reflota una franquicia, y para dirigir el remake contrata a un veterano de la publicidad y del videoclip, a quien recomienda que mejore la comercialidad del asunto.
Sospecho que Michael Bay –productor además de odiado cineasta– copió esta fórmula en su agenda, porque después de rehacer con ese mismo esquema Terror en Amityville, La matanza de Texas y Viernes 13, en 2010 volvió a poner sus iniciales sobre otro título bien conocido por los amantes del terror, Pesadilla en Elm Street.
¿Y el director? O mucho me equivoco, o lo que decidió que Samuel Bayer aterrizase en este proyecto fue su experiencia en el campo del vídeo musical. Y no me refiero a sus excelentes trabajos para David Bowie o The Rolling Stones, sino a las inquietantes imágenes que ideó para escenificar las canciones de Marilyn Manson.
Para los que conocen esta saga, fue una experiencia estimulante comparar al Freddy Krueger original, felizmente encarnado por Robert Englund, con el matarife al que volvió a interpretar Jackie Earle Haley. En la piel de este último, el personaje adquiría otro sesgo. Su necesidad de hacerse un lugar distinto del heredado, sin perder de vista las referencias, lo llevó a sustituir el humor negro de los ochenta por una actitud ominosa y visceral. De ahí que el nuevo Freddy fuera un lunático tan intolerable como los protagonistas de las páginas de sucesos.
Imagen superior: Adrienne King en «Viernes 13» (1980).
Mitomanía del terror
Durante su visita a España, pregunté al actor por su investigación previa en torno a los asesinos en serie. «Para desarrollar el papel –me dijo–, busqué conexiones con el mundo real. Atributos, rasgos de comportamiento… Eso me llevó a la figura de un psicópata, Edmund Kemper. Quería basarme en este personaje, y fue entonces cuando me enteré de que había una película sobre él [Kemper, dirigida en 2008 por Rick Bitzelberger]. Me dejó de una pieza descubrir que se trataba de un producto gore. Cuando uno va a rodar un film sobre un criminal como ése, el tratamiento tendría que ser realista, ¿no crees? Fue entonces cuando caí en la cuenta de que Krueger no es un asesino auténtico, y comprendí que el tono debía ser otro».
Partiendo de esta evidencia, Samuel Bayer encontró su espejo en la mitomanía del terror. Nada más lógico, pues, que se permitiera citar planos de Viernes 13 (1980) o de Poltergeist (1982), al tiempo que rendía tributo a Wes Craven, el creador de Elm Street.
Y esta es la recompensa que obtiene el aficionado: de nuevo, las puertas vuelven a cerrarse con estrépito y una infinita maldad se expresa con pasos furtivos y voces vagas. Con la perspectiva alterada, un cuarto de calderas se convierte en laberinto, mientras Freddy desliza sus cuchillas por las tuberías oxidadas, y las luces de neón y los escapes de vapor invitan a cruzar del mundo de la realidad al mundo de la fantasía.
Imagen superior: Robert Englund en «Pesadilla en Elm Street» (1984).
Horror y césped bien cortado
No diré que merezca un estudio académico, pero la mitología inventada por Wes Craven funciona.¡Vaya si funciona! Este boogeyman, este hombre del saco que atormenta en sus pesadillas a los adolescentes de Elm Street, en Springwood, Ohio, saltó a la fama en 1984. De hecho, Freddy nació durante la era Reagan, y de acuerdo con la premisa establecida por John Carpenter en Halloween (1978), vino a encarar ese tipo de horror que se oculta en la aparente normalidad de las áreas suburbanas, con su césped bien cortado tras una valla blanca.
En la primera versión del guión, escrita en 1981, Craven lo imaginó como un asesino silencioso, pero pronto el personaje adquirió vida propia. Como saben, Krueger habla sin descanso, e interpela a su audiencia como el Guardián de la Cripta y otros maestros de ceremonias de los viejos tebeos de EC Comics o de Warren Publishing.
Imagen superior: «La gran huida» («Dreamscape», 1984).
La idea de que Freddy atormente a sus víctimas durante sus pesadillas se le ocurrió a Craven leyendo Los Angeles Times. Al parecer, tras huir de la Camboya de Pol Pot, varios refugiados murieron en medio de horribles sueños. Se negaban a dormir, y cuando el agotamiento los vencía, no tardaban en perecer a causa de ese extraño síndrome.
Los enfoques de Craven y de Bayer nunca terminan de coincidir. Sin embargo, resulta significativo que este último recuperase una idea desechada por su antecesor. Así, en aquel primer borrador de 1981, Freddy no sólo acechaba a los niños para asesinarlos. Luego Craven suavizó este detalle, y convirtió al personaje en un demonio bocazas, que bromea a las puertas del infierno. Bajo las indicaciones de Bayer, Jackie Earle Haley encarnó atrocidades más explícitas y turbadoras. «Los asesinos en serie –me dijo– son abominaciones. Cuando vienen a por ti, nadie va a soltar una carcajada de alivio al final de la secuencia. Pero eso es lo que los diferencia de Krueger. A pesar de que hayamos optado por un darle un enfoque más oscuro, se trata del protagonista de una historia de campamento, de ésas que se cuentan alrededor de la hoguera. Y créeme, a la hora de interpretarlo, esto fue muy liberador para mí».
Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión ampliada de un artículo que escribí en el diario ABC. Reservados todos los derechos.