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«Stalker. Pícnic extraterrestre», de Arkadi y Borís Strugatski

La palabra clásico no siempre responde a un interés continuado de los lectores. La crítica y el entorno académico están llenos de supersticiones que se perpetúan de una generación a otra. Sin embargo, ante títulos como Stalker. Pícnic extraterrestre, uno siente que coinciden, por diversos motivos, los elogios del estudioso y los del aficionado. Y es que, como ahora verán, nos hallamos ante una de esas obras que se han convertido en referenciales.

Escrita por Arkadi y Boris Strugatski en 1971, esta novela breve adquirió relevancia internacional seis años después, cuando fue traducida al inglés por Antonina W. Bouis y editada por MacMillan con un prefacio de Theodore Sturgeon.

Cuando en 1979 Andrei Tarkovski estrenó su versión cinematográfica, a partir de un guión escrito asimismo por los StrugatskiStalker alcanzó un estatus de obra de culto. Más allá de la inercia que a veces movía a los espectadores del cine de arte y ensayo, lo cierto es que la asociación entre aquella película y la novela jugó en favor de esta última, pese a las diferencias entre el libreto y el texto original.

Otro detalle interesante en este plano es que los Strugatski fueron catalogados como escritores muy cultivados. No en vano, las alusiones literarias de Stalker comienzan por esa misma palabra, inspirada en un personaje de Rudyard Kipling, Stalky, la figura central de Stalky y compañía (1899), una novela que muchos descubrimos en España gracias a la edición juvenil de Bruguera.

Tras todo lo dicho, ya supondrá el lector que no es ésta una space opera ni una ficción más o menos frívola. Las intenciones del texto son otras, sin perder por ello mordiente ni hechizo.

En Stalker. Pícnic extraterrestre ‒que Gigamesh editó en España en una traducción directa y sin censura‒ nos adentramos en las Zonas de Visitación: espacios por donde, a la manera de turistas descuidados, han pasado los extraterrestres, y en los que ahora penetran los stalkers, es decir, merodeadores que van en busca de los residuos ‒acaso un tesoro tecnológico‒ que esos viajeros estelares han olvidado en dichas Zonas.

Uno de esos stalkers, el auxiliar de laboratorio Redrick Schuhart, sabe lo que uno se juega al explorar estos territorios, estrechamente vigilados por patrullas armadas: «Cielo santo ‒se dice‒, es la pura verdad: en la Zona el tiempo no existe. Cinco horas… Pero, pensándolo bien, ¿qué son cinco horas para un stalker? Nada, miseria y compañía».

Como es obvio, si pensamos en la fecha de edición y en cómo fue recibido el libro por los censores del régimen soviético, queda claro que esta obra, a través de alegorías y alusiones veladas, nos dice mucho sobre el tono social y político de Rusia durante aquella etapa de la dictatura.

Con esa amenidad que caracteriza a los Strugatski, Stalker. Pícnic extraterrestre nos invita a conocer un mundo tan hostil como fascinante, teñido de peligro, desesperanza y melancolía.

Pero hay algo aún más valioso en esta obra: el pulso de una humanidad para la que han dejado de importar las causas nobles. Ahí está el arranque de genialidad de los autores, conscientes de que, entre líneas, se cuelan en su novela ideas morales y filosóficas realmente imperecederas.

Imagen superior: la banda de rock progresivo Guapo editó en 2013 el álbum «History of the Visitation», inspirado en la novela de los hermanos Strugatski.

Sinopsis

El clásico que inspiró el Stalker de Tarkovski (La Zona) y S.T.A.L.K.E.R., el videojuego de GSC Game World

Unos extraterrestres hacen una breve parada en la Tierra y prosiguen el viaje sin mostrar ningún interés en la humanidad. Pero, como excursionistas displicentes, dejan restos y basura tras sus pasos, y los lugares así sembrados pasan a llamarse Zonas. Redrick Schuhart es ayudante de laboratorio en el instituto internacional que estudia el fenómeno, pero de noche es stalker: se juega la vida entrando en la Zona para sacar tecnología alien de contrabando.

Con prólogo de Ursula K. Le Guin y posfacio de Borís Strugatski, la novela se presenta en su versión íntegra, libre de censura, y en traducción directa del ruso. Se la considera, junto con Qué difícil es ser dios y El lunes empieza el sábado, la obra cumbre de los hermanos Strugatski, y la fuerza y la crudeza de sus personajes la han convertido en la más popular. Con un desarrollo ágil y seductor, indaga en el extrañamiento más abstracto y hasta en los mecanismos de la búsqueda de la felicidad, y deja una huella profunda e indeleble a su paso.

Arkadi Natánovich Strugatski nació en 1925 en Batumi (Georgia), hijo de un crítico de arte y una maestra. Su familia se instaló en Leningrado (actual San Petersburgo) cuando él era niño. Tras sobrevivir al sitio de la ciudad y alistarse en el ejército en 1943, se trasladó a Moscú, donde obtuvo el título de traductor de inglés y japonés en el Instituto Militar de Idiomas. Trabajó como maestro e intérprete en Kansk, en el extremo oriental de la Unión Soviética. Tras ser desmovilizado en 1955 regresó a Moscú, donde empezó a colaborar en revistas y editoriales soviéticas. Fue entonces cuando comenzó su carrera literaria, que se desarrollaría habitualmente a cuatro manos con su hermano Borís. Falleció en Moscú en 1991.

Borís Natánovich Strugatski nació en 1931 en Leningrado. Mientras Arkadi atravesaba el cerco de Leningrado (cuando el padre de ambos falleció), la salud endeble de Borís lo obligó a quedarse en la ciudad junto a su madre. Tras la guerra estudió astronomía en la Universidad de Leningrado, y después de licenciarse en 1956 entró a trabajar como matemático computacional en el observatorio de Púlkovo, cerca de su ciudad natal. Falleció en San Petersburgo en el 2012.

La narrativa de los hermanos Strugatski, que tiene a WellsVerne y Doyle en sus orígenes, enseguida evoluciona de la ciencia ficción de estructura clásica y ánimo eminentemente didáctico, muy en boga en los cincuenta, a un estilo elegante y sobrio, heredero de la vanguardia literaria que se desarrolló en la Edad de Plata rusa (entre cuyos autores más destacados se encuentran Bulgákov, Zamiatin y Pilniak) y

plagado de elementos simbólicos que beben de la rica tradición rusa. El papel del hombre a la hora de decidir su futuro, y las contradicciones y sinsentidos del poder establecido, son algunos de los ejes temáticos de sus obras, que tuvieron que labrar entre líneas para sortear la censura del régimen. Consagrados como los autores de ciencia ficción más importantes del país, sus títulos, traducidos a decenas de idiomas, se reeditan continuamente en todo el mundo.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Ediciones Gigamesh. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.