En 2020, en la capital del estado norteamericano de Virginia, se anunció la retirada del monumento al general Robert Lee, jefe de las tropas confederales en la guerra civil del siglo XIX, es decir cabeza del partido esclavista. Por las mismas fechas, en otras localidades del Sur se iba haciendo lo mismo, pues hay unos 700 monumentos similares en la lista respectiva.
Este desplazamiento de estatuas y pedestales del aire libre público a la penumbra encerrada de los depósitos ya va haciendo historia. De algún modo, se remonta a la antigüedad, cuando los iconoclastas destruían imágenes juzgadas como sacras porque ellos las consideraban indeseables fetiches de la idolatría. Sin ir tan lejos, hemos visto el retiro de esculturas memoriosas de la conquista de América. Pizarro en Lima y Colón en Buenos Aires, por ejemplo. La acusación era el exterminio de los llamados pueblos originales. Colón puede ser recordado por esclavista y mercader de especias pero raramente de homicida grupal o genocida, ya que buscaba mano de obra y no cadáveres. Por otra parte, su monumento porteño es un regalo a la Argentina de la colectividad italiana, es decir de los inmigrantes que arraigaron en el país y celebraron el Centenario de 1910.
Los procesos de la historia tienen su zona oscura, violenta y criminal. Plantean problemas a nuestra conciencia histórica. Por ejemplo: ¿consideramos deplorable la conquista de América por los españoles pero estamos ufanos de las literaturas escritas en español americano, la lengua impuesta por los «despiadados conquistadores» a sangre y fuego? Los teólogos de la liberación ¿ven con simpatía la religión de los «exterminadores»? Los socialistas del siglo XXI, cubanos y venezolanos ¿consideran autóctonas de América las teorías de Marx y Engels?
Un juicio rasante de las civilizaciones a partir de sus miserias daría al traste con ellas. Si se trata de la esclavitud ¿deberíamos prohibir las obras de Aristóteles, uno de los maestros de Occidente, por entender que, para él, era algo natural, que la sociedad es un cuerpo que necesita cabeza, brazos y piernas? Felipe II, que cuenta con un suntuoso mausoleo en El Escorial y una módica estatua en Madrid, donde da nombre a una calle, alguna vez presenció autos de fe donde ardían personas vivas. ¿Reciclaríamos su monasterio por ser un monumento a la intolerancia religiosa?
Estas piedras, estos mármoles, estos bronces son emblemas de nuestra historia. No se trata de que honremos al general Lee, que fue un racista hoy incompatible con nuestra cultura humanista, igualitaria y liberal. Se trata de que es inútil negar su presencia en nuestro pasado. Sin Colón, un negrero y un tratante, no existiría América, no seríamos americanos quienes lo somos, no tendríamos los versos de Neruda, las novelas de García Márquez ni los murales de Rivera, correctos hombres de las izquierdas continentales. No se me ocurriría suprimir el nombre de Neruda en un lugar de Madrid por argumentar que escribió una oda de homenaje a Stalin, el sanguinario dictador soviético, así como no quemaría los libros de Ezra Pound por ser racista y partidario del dictador Mussolini. Forman parte de mi historia como lector, agradezco su existencia en mi memoria, me hago cargo de sus luces y sus sombras.
Imagen superior: estatua ecuestre de Robert Edward Lee en Charlottesville, Virginia.
Copyright del artículo © Blas Matamoro. Reservados todos los derechos.