“Había buscado una casa decentemente hechizada durante toda su vida” (La guarida / The Haunting of Hill House, de Shirley Jackson)
He empezado a leer esta ¿célebre? novela de Shirley Jackson, en su traducción castellana. Quizá más adelante pueda hacer una comparativa con La mansión infernal, de Richard Matheson.
Si algún cuentista anglosajón me ha influido en los últimos años, es Shirley Jackson. Sus cuentos incluidos en La lotería. Aventuras del amante diablo fueron para mí una revelación hace un lustro y un camino a seguir en las distancias cortas. Las primeras páginas de este otro libro, La guarida, me confirman ahora que Jackson es una escritora portentosa. Pero incluso en sus novelas (Siempre hemos vivido en el castillo es la única que yo había leído hasta ahora), por su concisión, por su estructura en pequeñas unidades compactas, uno adivina que ella es, ante todo, una maestra del relato breve.
No he leído otro autor estadounidense de género que me parezca tan buen escritor como Jackson. Estilísticamente, la juraría superior a clásicos como Richard Matheson o Robert A. Heinlein ‒y eso que toda mi trayectoria adulta podría ser explicada ateniéndose exclusivamente al efecto que en mi espíritu infantil produjo la lectura de Soy leyenda, El increíble hombre menguante y Tropas del espacio‒. Shirley Jackson posee una intuición, una inquietud por la obra como estética pura de las que, creo, carecen ellos. La eficacia narrativa del escritor de género se traduce, en el caso de la Jackson, en virtuosismo artístico.
Cada noche leo un capítulo de La guarida. Como con los escritores que me gustan (Cortázar, Robert E. Howard, Ignacio Aldecoa), la paladeo largamente, la integro en mi ser. Luego, duermo con una placidez que ningún escalofrío traspasa.
La literatura de Shirley Jackson reconforta mis noches.
Copyright del artículo © Hernán Migoya. Previamente publicado en Comicsario, un blog para la fenecida editorial Glénat España. Reservados todos los derechos.