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El saber en la América virreinal

El último espacio verde que vieron mis ojos antes de que nos confinaran fueron las arboledas que rodean a la Complutense en su extremo norte. Fue también el primero al que volví, casi ochenta días después. Y volví todas las mañanas, durante semanas. Descubrí que había un jardín medicinal y un jardín secreto que, quizás, sólo así yo entendía. Volví a herborizar, como tres décadas antes había hecho, cuando era una estudiante de Farmacia. Fotografié hojas, flores, árboles, praderas… y me paré a pensar: ¿será una señal que me está mandando el destino?

Saqué viejos libros. Volví sobre apuntes y libretas de hace diez, quince años. Empecé a bucear en mi propia memoria. Y descubrí, sorprendida, lo mucho que han significado las plantas en mi actividad como historiadora de la ciencia. Pero apenas si he publicado un par de artículos académicos sobre el tema. Después de años revolviendo legajos en el sevillano Archivo de Indias; después de haberme desplazado hasta Londres siguiendo la pista a los míticos herbarios misioneros guaraníes; después de haber pasado meses leyendo la monumental Historia de las Plantas de Bernardo Cienfuegos en la Sala Cervantes de la Biblioteca Nacional; después de haber perseguido la pista de un médico complutense autor del primer tratado botánico del Incanato, tratado perdido en las aguas del Caribe y cuya copia sigo sin encontrar… después de tantas y tantas historias acumuladas, pienso que, a veces, el árbol no nos deja ver el bosque. Nos empeñamos en creer que nuestra vida es sólo una cuando, en realidad, son muchas, múltiples y variadas.

No guardo mi primer trabajo sobre materia médica americana, aquel que escribí sobre la hoja de coca. Intento rescatar mis investigaciones, reconstruirlas a partir de los recuerdos que me quedan, treinta años después. Y me encuentro con este dato, maravilloso: el virrey Francisco de Toledo mandó recoger todo el conocimiento posible sobre los Incas. Para ello, hizo llamar a los quipukamayoc, esto es, a los administradores del Imperio Inca, únicos capacitados para descifrar los enigmáticos quipus, los sofisticados instrumentos de información donde se almacenaban todos los datos de la civilización andina.

Y pienso: no creo que exista otro Imperio como el Hispánico, interesado por acumular todo el saber de los pueblos que conquistó. Un conocimiento que, evidentemente, se utilizó en beneficio propio pero que, merced a la labor administradora de los oficiales reales, ha permanecido intacto hasta hoy, en archivos y bibliotecas a ambos lados del Atlántico.

Y, como lo pienso, lo digo y lo escribo.

En la imagen, una de las más fastuosas portadas dedicadas a un producto americano, el chocolate. Estudio realizado por Antonio de León Pinelo, que pasó toda su vida perdido entre los papeles que se conservaban en la Casa de la Contratación sevillana, codiciado archivo que todos los europeos de su tiempo habrían querido pisar.

Copyright del artículo © Mar Rey Bueno. Reservados todos los derechos.

Mar Rey Bueno

Mar Rey Bueno es doctora en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid. Realizó su tesis doctoral sobre terapéutica en la corte de los Austrias, trabajo que mereció el Premio Extraordinario de Doctorado.
Especializada en aspectos alquímicos, supersticiosos y terapéuticos en la España de la Edad Moderna, es autora de numerosos artículos, editados en publicaciones españolas e internacionales. Entre sus libros, figuran "El Hechizado. Medicina , alquimia y superstición en la corte de Carlos II" (1998), "Los amantes del arte sagrado" (2000), "Los señores del fuego. Destiladores y espagíricos en la corte de los Austrias" (2002), "Alquimia, el gran secreto" (2002), "Las plantas mágicas" (2002), "Magos y Reyes" (2004), "Quijote mágico. Los mundos encantados de un caballero hechizado" (2005), "Los libros malditos" (2005), "Inferno. Historia de una biblioteca maldita" (2007), "Historia de las hierbas mágicas y medicinales" (2008) y "Evas alquímicas" (2017).