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Sébastien Châteillon y la libertad de conciencia en el siglo XVI

El 27 de octubre de 1553 los calvinistas ejecutan al aragonés Miguel Servet en Ginebra. Pocos meses después, un tal Martinus Bellius reacciona a la muerte de Servet publicando De haerectis an sint persequendi, ataque frontal a la tesis según la cual los herejes deben ser ejecutados:

“Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre. Cuando los ginebrinos ejecutaron a Servet, no defendieron una doctrina, mataron a un ser humano; no se hace profesión de fe quemando a un hombre, sino haciéndose quemar por ella. Buscar y decir la verdad, tal y como se piensa, no puede ser nunca un delito. A nadie se le debe obligar a creer. La conciencia es libre”.

Martinus Bellius era, en realidad, el seudónimo bajo el que se escondía Sébastien Châteillon, humanista, biblista, y teólogo cristiano reformado francés. Atacando la ejecución de Servet se enfrentaba, directamente, a Calvino: tuvo que abandonar Ginebra, desplazándose a Basilea, donde al principio sufrió pobreza extrema hasta que consiguió ser nombrado profesor en su universidad. Châtellion fue el primer pensador moderno de la Reforma protestante, precursor de figuras tan conocidas como Spinoza y Descartes.

Un año después de que Servet ardiera vivo en las hogueras calvinistas, el siciliano Giovanni di Bologna, rector de la Universidad de Lovaina, se reunía con un grupo de estudiantes españoles. Bologna se había pronunciado abiertamente contra las traducciones de la Biblia en lengua vernácula. En concreto, había criticado la abierta toma de posición a favor de esas traducciones que había hecho uno de aquellos españoles, el valenciano Fadrique Furió Ceriol. Furió había hecho suyo buena parte del espiritualismo y antiintelectualismo de Châtellion, llegando a afirmar que las Sagradas Escrituras no sólo podían ser entendidas por los simples e iletrados, sino que eran éstos precisamente quienes podían comprender su contenido con mayor congruencia y perfección que los así llamados “teólogos de profesión”.

Los apóstoles, defendía Furió, se convirtieron en grandes teólogos no por su aprendizaje en teología, lenguas u otras disciplinas, pues no tuvieron ninguno, sino porque gracias a su fe fueron iluminados y enseñados por Dios. De ese mismo modo, puede también una mujer anciana sin letras ni formación alguna alcanzar quizá un conocimiento más exacto de la teología que muchos de los admirados teólogos. Así lo escribió en su obra Bononia, siue libris sacris in uernaculam linguam conuertendis (1556), que motivó su encarcelamiento por parte de la Inquisición de Lovaina. Cárcel de la que salió merced a la protección que hicieron de él Carlos I y Margarita de Parma, regente de los Países Bajos, nombrándolo preceptor del futuro Felipe II.

Parafraseando a Borges, no me enorgullecen los libros que he escrito, sino los que he leído. Y me enorgullece, de qué manera, haber contado con el magisterio brillante del más grande de nuestros estudiosos, el inconmensurable Carlos Gilly, experto en tantas materias que parece un insulto resaltar alguna sobre las demás. Esta calurosa tarde de julio la he disfrutado, y cuánto, leyendo uno de sus más recientes trabajos: “El influjo de Sébastien Castellion sobre los heterodoxos españoles del siglo XVI” (2018).

Cuánto agradecería que nuestros intelectuales divulgadores, en lugar de contarnos siempre la misma historia de hogueras inquisitoriales e intransigencia religiosa, se dedicasen, de una vez por todas, a rendir el merecido homenaje a nuestros heterodoxos de la Edad Moderna. Gilly ya hizo el trabajo por todos nosotros hace cuarenta años, rastreando archivos por media Europa. ¿Cuánto vamos a tardar en reconocérselo?

Copyright del artículo © Mar Rey Bueno. Reservados todos los derechos.

Mar Rey Bueno

Mar Rey Bueno es doctora en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid. Realizó su tesis doctoral sobre terapéutica en la corte de los Austrias, trabajo que mereció el Premio Extraordinario de Doctorado.
Especializada en aspectos alquímicos, supersticiosos y terapéuticos en la España de la Edad Moderna, es autora de numerosos artículos, editados en publicaciones españolas e internacionales. Entre sus libros, figuran "El Hechizado. Medicina , alquimia y superstición en la corte de Carlos II" (1998), "Los amantes del arte sagrado" (2000), "Los señores del fuego. Destiladores y espagíricos en la corte de los Austrias" (2002), "Alquimia, el gran secreto" (2002), "Las plantas mágicas" (2002), "Magos y Reyes" (2004), "Quijote mágico. Los mundos encantados de un caballero hechizado" (2005), "Los libros malditos" (2005), "Inferno. Historia de una biblioteca maldita" (2007), "Historia de las hierbas mágicas y medicinales" (2008) y "Evas alquímicas" (2017).