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Ricardo Darín: «Siempre me he sentido una mosca blanca en todos los ambientes»

Madrid, 25 de noviembre de 2002.- El carismático actor argentino, protagonista de Nueve reinas (2000), de Fabián Bielinsky, y El hijo de la novia (2001), de Juan José Campanella, nos ha visitado para promocionar su nueva película: Kamchatka, de Marcelo Piñeyro. Más allá del hilo autobiográfico que sigue en la siguiente entrevista, Darín vuelve una y otra vez a este largometraje, que coincide con la llegada a España de la obra teatral que protagoniza.

A ojos de los españoles, hay quien dice ver en ti a un representante sentimental del argentino medio.

Quizá sea el reflejo de lo que significó José Sacristán en Argentina. Pero no es cierto. Es un saco que me queda demasiado holgado.

La fortuna te acompaña.

Crecí en el barrio del Once y soy hijo de un matrimonio de actores, buenos aunque sin suerte. En todo caso, quizá la poca fortuna de mis padres propicie que me hayan llegado todas estas oportunidades por acumulación de karmas.

¿Eres individualista o te identificas con algún colectivo?

Volviendo a esa idea de la representatividad, hay un concepto que arrastro desde que tengo uso de razón. Se trata de un concepto que ahora observo con algo más de claridad, y es que nunca me sentí muy identificado con lo que le pasa a todo el mundo. Por eso, cuando digo algo, lo digo en función de mi persona, sin apoyarme en grupo alguno. Resumiendo: siempre me he sentido una mosca blanca en todos los ambientes.

¿A qué se debe?

Es fruto de la educación que recibí –una enseñanza que no sabría describir con exactitud– y que me libró de toda suerte de fanatismos, fueran éstos religiosos, políticos o deportivos. De ahí que evite los actos multitudinarios. El hombre-masa, en números inabordables, siempre me causa una sensación arrolladora. Por eso prefiero considerarme un artesano y no un artista, porque este último es un término demasiado enfático. Y por encima de todo ello, mi temperamento no puede ser representativo cuando el sentimiento generalizado se aleja tanto del optimismo.

¿Pierdes alguna vez ese optimismo?

A pesar de las circunstancias, deseo no apartarme del sentido del humor y trato de mantener el espíritu lo más elevado posible.

¿Cómo te sientes cuando vuelves la vista atrás en tu trayectoria, y recuerdas esa primera etapa en la cual protagonizaste aquellos musicales que dirigió Aristarain, La playa del amor y La discoteca del amor?

Al margen de la valoración crítica o la popularidad de películas tan lejanas en el tiempo, creo que el único elemento que tienen en común con el cine que hago ahora es la pasión que volqué en ellas.

Lo repito, eres un hombre de suerte.

En un mundo plagado de injusticias, tengo la obligación de reconocerme como un afortunado. Pero nunca tomé mi trabajo como algo sencillo. Me produjo una gran felicidad el hecho de que Juan José Campanella pensara en mí al escribir en 1983 El mismo amor, la misma lluvia, cuyo protagonista no es el prototipo con el cual podían identificarme los directores. En este caso, hablo de un personaje con grandes contradicciones, desorientado, que comete errores. En suma, representativo de una mayoría de argentinos que hemos tenido que reestructurar nuestros principios de acuerdo con los giros de la vida. Ocasiones como las que me ha facilitado Campanella no sólo implican una carga emotiva muy grande, sino además un compromiso y un mayor interés por los personajes.

En consecuencia, procuro involucrarme en la tarea con un esfuerzo arduo. También con una responsabilidad que es inseparable de esta profesión, y que intento demostrar ante todos los proyectos que se me plantean, bien sean éstos una opera prima o bien el discurso de un creador veterano.

Imagino que, al rodar Kamchatka, pudiste recordar emociones que experimentaste durante las fechas terribles en que se sitúa la película.

Por razones fáciles de entender, esta huella a la hora de encarnar a mi personaje es muy distinta a la que siente mi compañera Cecilia Roth, quien tuvo que exiliarse de Argentina junto a su familia. Ese no es mi caso, pero el dolor o la injusticia son sensaciones compartidas por quienes tuvieron que irse y por muchos de los que permanecieron en Argentina, conscientes de lo que estaba pasando.

Esta película juega mágicamente con los tiempos y abre una puerta hacia otro lugar. Una puerta que nos permite mirar hacia el futuro porque está encarada desde el corazón de un niño. Y es que, aun dentro del drama, la esperanza es la categoría en torno a la cual se construye, sin fisuras, este personaje.

En Kamchatka se narra la historia de unos padres que intentan proteger a sus hijos de la persecución que se cierne sobre ellos en 1976, durante la dictadura militar. ¿Qué lección se puede extraer de la película?

La metáfora implícita en este relato es aplicable a la actualidad argentina. Me importa en particular esta idea: la resistencia es fundamental. Hay que resistir incluso en el contexto ínfimo, porque tenemos la obligación de hacerlo y porque la crisis que hoy nos abruma no es sólo económica.

Cierto es que el colapso es financiero, pero también está claro que esa circunstancia adversa tiene razones más antiguas y profundas. De otro modo, no sería posible entre nosotros un fenómeno tan penoso e injustificable como la desnutrición infantil. A mi modo de ver, la única explicación posible para un drama de calibre semejante es la degradación moral, social, ética y cultural. Y aun así, cuesta admitir que un país con posibilidades ilimitadas tenga que encarar finalmente este infortunio.

Tal vez entre las figuras más respetadas en ese trance se sitúen los profesionales de la cultura. Pese a los graves problemas que surgen cada día, los argentinos continúan abarrotando los teatros y apreciando la labor de los artistas.

Hablando de teatro, estás disfrutando de un éxito importante con Art, de Yasmina Reza, la obra que interpretas desde 1998 junto a Óscar Martínez y Germán Palacios.

En esta obra se aborda un asunto esencial, la tolerancia, que guarda relación con todo lo que estamos hablando.

El público español es muy receptivo con los actores y realizadores argentinos.

Es muy generoso. Nuestro cine está pasando por un momento colosal y eso ha sido bien apreciado acá. Gracias a la buena recepción en España de películas como El faro del sur, de Eduardo Mignona, Nueve reinas, de Fabián Bielinsky, y El hijo de la novia, de Campanella, también yo he recibido ofertas para rodar con directores españoles.

La verdad es que me apena no responder como merece a esta demanda. Pero tengo una convicción que procuraré explicar… Entiendo que otros compañeros hayan decidido trasladarse de forma permanente. Es inoportuno generalizar: cada circunstancia es particular y necesita un análisis aislado. No obstante, tengo la certeza de que, si bien son muchas las cosas que le van mal a la Argentina, ésta todavía no ha muerto.

Así, pues, no es un lugar del que convenga salir huyendo porque la desolación sea absoluta. Es cierto que el país está gravemente herido, pero sus posibilidades de recuperación dependerán de que alguno de nosotros siga dentro. Honestamente, creo que si alguien tiene la posibilidad de continuar trabajando allá, como es mi caso, es importante que se quede y prosiga su labor, porque esto es lo que hará posible que mejore el futuro.

Por supuesto, no todo el mundo tiene las mismas posibilidades en la Argentina de hoy. Es comprensible que un desempleado de cuarenta años, con un par de chicos a su cargo y sin un horizonte cercano de progreso, tenga que abrirse camino allá donde se le presente la oportunidad. Y qué mejor opción para él que intentarlo en España, donde siempre hemos sido tan bien recibidos.

Art se va a representar en España. ¿Qué significa para tí esta gira teatral por nuestro país?

Sí, uno de los proyectos que me ilusionan es la representación de nuestro montaje de Art en los escenarios españoles. Aparte de amigos míos, mis compañeros Óscar Martínez y Germán Palacios son dos actores excelentes, muy prestigiosos, cuyo respaldo a esta gira es completo. De paso, un intercambio cultural más no nos vendrá mal y servirá para estrechar lazos con el público español. Esa hospitalidad que ahora disfrutamos ya se demuestra desde hace tiempo a través del cine, que continúa siendo un instrumento idóneo para que Argentina y España sigan comunicándose.

Publiqué la primera versión de este artículo en la revista ‘Cuadernos Hispanoamericanos’. Copyright © Guzmán Urrero, 2002. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.