¿Qué es ser agnóstico? es un libro de Enrique Tierno Galván (1918-1986) publicado por primera vez en 1975. El conocido político e intelectual analiza en esta obra, de una forma muy clara y precisa, qué significa ser agnóstico y cuáles son las características de la persona que adopta esta postura.
Es cierto que del creyente y del ateo se ha hablado mucho, pero el agnosticismo ha sido siempre silenciado, como si éste no existiera dentro de las distintas posiciones con respecto a la creencia en Dios. Tierno Galván, consciente de esta circunstancia, dedica su ensayo a este punto de vista, tan marcado por estereotipos y tan desconocido.
Comienza señalando que es importante diferenciar entre el ateo y el agnóstico. «Ser agnóstico ‒escribe‒ no es ser ateo. La diferencia es tanta, que incluso el verbo ser cobra diferente valor en uno y otro caso. Ocurre algo parecido a lo que sucede cuando se dice que se es rico o se dice que se es pobre. Ser pobre refiere el verbo a algo profundo que atañe a la condición global de la persona».
Del ateo señala que es aquel que niega a Dios, pero lo niega en tanto que no quiere que exista. Decir “no existe Dios” es negar y rechazar a Dios. Por tanto, ateo es quien «niega la existencia de Dios, permanentemente comprometido con la hipótesis de la posibilidad de la existencia de Dios. Esto es lo que se quiere decir cuando se dice: ‘Yo soy ateo’: yo soy un hombre que necesita de la posibilidad de la existencia de Dios para que mi negación sea una negación que se afirma como una actitud global. Si no fuera así, no se diría: ‘Yo soy ateo’, sino: ‘Yo pienso que Dios no puede existir'».
En otras palabras: para Tierno Galván, el ateo debe estar estrechamente ligado a Dios, justamente porque afirma su ausencia.
El agnóstico, por el contrario, nada tiene que ver con Dios, porque no quiere ligarse a esta ausencia necesaria, propia del ateo. El agnóstico es aquel que no echa de menos al Creador, y no lo echa de menos porque no tiene necesidad de buscar una significación a la finitud (Recordemos que a partir de ella nace la necesidad de lo trascendente, tanto para el ateo como para el creyente).
El agnóstico está perfectamente instalado en la finitud, y por lo tanto, no echa de menos lo que hay más allá de ésta. «Que el agnóstico ‒escribe‒ viva tranquilo en la finitud no quiere decir que no le alcancen y admita todos los problemas que tienen sentido y significado en lo finito. Lo que no admite el agnóstico como objeto de conocimiento (…) es una divinidad que trascienda el mundo, entendiendo por mundo la finitud».
Y es que el agnóstico no necesita a Dios. Pero que no necesite a Dios no significa que lo niegue, sino que no admite su existencia real.
«En el orden psíquico ‒señala‒ la inmensa mayoría de los humanos necesitan algo más o algo además del Dios trascendente. Dios no basta, ya que no es referencia absoluta bastante. En el orden objetivo universal, si se admite un Dios creador perfecto del que la creatura diga desde la conciencia de la verdad ‘Dios no es suficiente’, este Dios no tiene justificación. (…) A los agnósticos nos bastaría la demostración de que el Dios trascendente es suficiente de modo universal para aceptar su existencia. Pero la suficiencia de Dios respecto del mundo se ofrece al hombre rarísimas veces y a costa de un largo entrenamiento de mutilación de las condiciones propias del ser humano. Para que Dios fuera suficiente habría que destruir al mundo. Me refiero al Dios tercera substancia. No hay salida. Dios es el mundo. Sólo en ese sentido es suficiente. De aquí que no sea cierto que los agnósticos hayamos perdido lo absoluto. No es cierto. Nuestro absoluto es el todo de lo que tenemos. (…) Lo definitivo es lo último. Dios se ha concebido siempre como lo último. La cuestión está en saber si lo último está en el mundo o fuera del mundo. (…) Pero esto no significa que no exista Dios. Significa que Dios está en el mundo. (…) Dios es lo último. La referencia definitiva. La mayor dificultad parece que está en aceptar que esta referencia no tiene sentido en cuanto que aceptar que necesitamos una referencia definitiva no tiene sentido. Quienes admiten un Dios trascendente, puestos en el camino del absurdo, le imaginan con sentido y le hacen razonable y voluntarioso. (…) No nos atrevemos, los agnósticos, a negar al Dios trascendente, pero sí nos atrevemos a preguntar: ¿qué quiere decir que no sea indemne ante la razón?».
El agnóstico no tiene fe, ni pretende tenerla, porque vive con total serenidad la finitud y no busca una dirección exterior a los acontecimientos del mundo. Así pues, Tierno Galván señala que la única pregunta metafísica posible para el agnóstico es la pregunta por la finitud. No ocurre así con el creyente y el ateo, que continuamente deben referirse la trascendencia. El absoluto metafísico del agnosticismo es todo lo que tiene que ver con lo finito.
Pero, con todo ello, la cuestión no queda resuelta. A medida que el lector avance por las páginas del libro, podrá ir comprobando cómo el agnosticismo se va articulando con cuestiones fundamentales, tales como la propuesta de una restitución de la vida que verse en la finitud. Esto implicará la determinación de una nueva comprensión del hombre y del mundo –un punto en el que Tierno Galván terminará por hacer aportaciones cosmológicas– basado en la racionalidad y alejado de todo misterio.
Bajo estas consideraciones, Tierno Galván hace un análisis de las propuestas filosóficas de pensadores como Descartes o Kant, y también pone en cuestión la teología católica. En este sentido, la exposición de qué es ser agnóstico termina con una defensa del humanismo agnóstico como el único posible.
En esta obra, el lector no sólo encontrará una explicación rigurosa y concisa sobre el agnosticismo, sino que también hallará el afán de recuperar un mundo comprendido desde la finitud, donde el hombre se halle en el centro del escenario.
Porque, tal y como señala Enrique Tierno Galván «cualquier explicación o utilización de lo que hay que se fundamente en un ser trascendente es contradictoria con lo que somos y engendra miedo y pesar, pues lo ajeno absoluto y perfecto divide al hombre y le pone contra sí mismo». El agnosticismo será, pues, lo más propio del hombre.
Copyright del artículo © Paula Sánchez Romero. Reservados todos los derechos.