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«Puerta al verano» (1956), de Robert A. Heinlein

Puerta al verano es una de las novelas más optimistas de Heinlein y una de las más sencillas de leer de toda su bibliografía. Y ello no sólo porque su extensión es inferior a la de sus principales y más conocidas obras, como Tropas del espacio, Forastero en tierra extraña o La luna es una cruel amante, sino porque temáticamente es menos ambiciosa. No se entienda esto con una acepción negativa o denigratoria, porque el propósito de la novela está perfectamente conseguido: un relato entretenido de lectura rápida y sin pretensiones.

La acción comienza en 1970, varios años después del final del conflicto nuclear que se conoció como la Guerra de las Seis Semanas (recordemos que cuando se escribió este libro la década de los setenta era un auténtico e incierto futuro). Dan Davis es un joven inventor de éxito cuya más genial creación es un autómata doméstico para limpieza llamado «Chica de alquiler». Él es el cerebro técnico de una pequeña pero floreciente empresa cuya propiedad comparte con su viejo amigo Miles Gentry, encargado del aspecto financiero, y su bella secretaria Belle Darkin, comprometida con Davis y a la que, como regalo de bodas, ha cedido parte de las acciones de la compañía. Los otros dos seres que completan su vida son un temperamental gato llamado Petronio el Árbitro, y la hijastra de Miles, Frederica (Ricky), de once años de edad y hacia la que siente una especial afinidad. Davis acaba de terminar el diseño de una máquina aún mejor, un autómata multiuso al que bautiza Frank Flexible y que va a suponer toda una revolución… ¿Puede pedir más?

Naturalmente, las cosas no solo no mejoran sino que toda su vida se colapsa. Miles y Belle le traicionan, casándose y echándole de la compañía con la fuerza conjunta de sus votos, roban sus patentes e incluso espantan a su gato. Cuando Davis intenta defenderse exponiendo los trapos sucios del pasado de Belle, ésta lo droga y lo lleva a un establecimiento de criogenización, lugares en los que el cliente puede contratar periodos de sueño con los que viajar al futuro. De esta forma, Dan se despierta tres décadas después, en el año 2000, para encontrarse en la ruina financiera y en un mundo que no conoce.

Pero no solo no se desanima sino que emprende su nueva vida con un inusitado vigor: pasa cierto tiempo adaptándose –lo que le da oportunidad a Heinlein de describir algunos de los cambios operados en el mundo durante ese intervalo–, poniéndose al día en ingeniería y consiguiendo trabajo antes de tratar de averiguar los paraderos de Miles y Belle para vengarse y de Ricky para encontrar algo de esperanza en su vida. Lo que acaba descubriendo es sorprendente y le empujará a encontrar una forma de regresar a 1970 con el fin de modificar la corriente temporal y enderezar así su futuro/presente/pasado.

Heinlein serializó esta novela entre octubre y diciembre de 1956, en la revista Fantasy and Science Fiction, publicándose en volumen un año después. Pertenece a lo que se conoce como su periodo intermedio, en el que compaginaba la escritura de novelas adultas con otras orientadas al público juvenil. Este libro en concreto, publicado casi al mismo tiempo que Estrella doble (ganadora del premio Hugo y una de las más interesantes de su bibliografía que comentaremos en otra entrada) tiene una extensión relativamente corta y aunque su estilo es ligero, no pretendía dirigirse a un lector joven: su protagonista es un adulto que debe enfrentarse a problemas de adultos (si bien, hay ciertos elementos, como la historia de amor entre Davis y Ricky, tratadas de una forma poco convincente y casi infantil. Volveré sobre ello más adelante).

Como es habitual en los libros escritos en aquel periodo, las predicciones que hace Puerta al verano para el año 2000 nos resultan hoy, como poco, extrañas. Al fin y al cabo, en aquella época en la que las máquinas más sofisticadas todavía funcionaban con tubos de vacío y transistores, resultaba prácticamente imposible imaginar de lo que serían capaces los circuitos integrados. Esa es la razón de que prácticamente ningún escritor previera la actual ubicuidad de los ordenadores. De todas formas, Heinlein era un hombre muy inteligente y con conocimientos técnicos y sus suposiciones no carecen totalmente de sentido. Incluso de vez en cuando acierta. Por ejemplo, describe un artefacto muy parecido a nuestros cajeros automáticos, y una de las invenciones de Davis, Drafting Dan, recuerda a los programas de diseño por ordenador como el AutoCAD. Pero claro, al mismo tiempo, nos dice que la gente sigue acudiendo a las bibliotecas para consultar datos, utilizando máquinas de escribir y poniendo pañales de tela a los bebés. La imagen de un robot alimentado por tubos de vacío y transistores cambiando pañales de tela a un infante es muy representativa de hasta qué punto la ciencia-ficción puede equivocarse de pleno sin llegar a imaginar el tópico coche volador.

Todos sabemos que no estalló una guerra nuclear en los sesenta (aunque la crisis de los misiles de Cuba en 1962 nos acercó bastante a ello) que obligara a trasladar la capital de Estados Unidos a Denver; tampoco Inglaterra se ha convertido en una provincia de Canadá ni se está aún medianamente cerca de la colonización planetaria o de la criogenización. Por supuesto, y esto lo he repetido incontables veces en este blog, nadie debería abordar ninguna obra de ciencia-ficción (literaria, gráfica o audiovisual) pensando que su calidad depende de su capacidad para ofrecer predicciones certeras. El razonamiento que se debe realizar es el inverso: esas predicciones no nos informan tanto sobre el futuro (en este caso nuestro presente), como de la forma en que entonces se veía ese futuro.

Y el futuro que veía Heinlein era, en general, brillante. Gracias al ingenio humano, el mundo sería algo mejor: «Atrás» es para casos de apuro; el futuro es mejor que el pasado; a pesar de los lloraduelos, los románticos y los antiintelectuales, el mundo se hace cada vez mejor porque la mente humana, aplicándose, lo mejora. Con manos… con herramientas… con intuición, ciencia e ingeniería. La mayor parte de ésos que quitan importancia a todo son incapaces de clavar un clavo y de utilizar la regla de cálculo. Me gustaría invitarles a la jaula del regla de cálculo. Me gustaría (…) devolverlos al siglo XII y dejarles que lo disfrutasen». Está claro que para Davis, igual que para Heinlein, la Puerta al Verano del título es la puerta al Futuro, un futuro optimista, un mundo mejor.

Ese optimista futuro que nunca existió imaginado por Heinlein para esta novela no era el habitual en sus ficciones juveniles de la época, con muchachos abandonando una distópica Tierra para colonizar otros planetas; o el imaginado como línea temporal de fondo para sus relatos de la Historia del futuro, llena de altibajos, avances, retrocesos y turbulencias. Aquí, se mencionan transbordadores que hacen la ruta a la Luna, sí, pero los únicos viajes que hay en este libro no son espaciales, sino temporales. Es más, Puerta al verano no sólo no es una épica espacial sino una historia firmemente anclada en la Tierra, una Tierra a la que le va muy bien. El progreso es real, las cosas han mejorado. Y los robots que inventa Dan son ingenios domésticos que hacen la vida más fácil.

Responsable de ese progreso es la figura del ingeniero, auténtico héroe del imaginario popular norteamericano desde que Edison, mejor propagandista de sí mismo que inventor, consiguiera que la figura del ingeniero autodidacta y emprendedor alcanzara el rango de auténtico ídolo. En una sociedad capitalista en continuo progreso tecnológico que desde finales del siglo XIX era capaz de ofrecer un continuo río de sorprendentes novedades generando en el proceso incalculables cantidades de dinero, no puede sorprender que la ciencia-ficción se hiciera eco de tal tendencia. Durante su época pulp, las revistas especializadas abundaban en historias protagonizadas por geniales inventores que cambiaban la faz del mundo, lo salvaban de amenazas alienígenas o viajaban a lejanos planetas a bordo de naves construidas por ellos mismos.

El propio Heinlein era ingeniero y no tuvo reparos en abrazar ese enfoque laudatorio en muchos de sus relatos, como ya vimos en varios de los incluidos en su Historia del futuro. Pero también era un defensor del individualismo que desconfiaba de las instituciones gubernamentales (con la posible excepción del Ejército); y esa ideología se filtró, también, a no pocos de sus protagonistas, entre ellos el de Puerta al verano . Dan Davis es, ya lo hemos dicho, ingeniero, pero también un hombre hecho a sí mismo que no le debe nada a nadie. Son su ingenio, confianza en sí mismo, inteligencia, capacidad para el duro trabajo y pasión por lo que hace los que le permiten no sólo triunfar en su propio tiempo, sino reproducir tal éxito en el futuro aún partiendo de la total indigencia financiera.

Esta filosofía política (que cobraría cada vez más fuerza a medida que Heinlein envejecía) resulta crucial para entender al autor. Asimov, por ejemplo, fue un escritor ético, Heinlein lo fue político. Ambas posturas obedecían claramente a sus respectivas ideologías, que en el caso del segundo se formaron en la arena política norteamericana. En 1938, se presentó –sin éxito– para ocupar un cargo en la asamblea de California por el Partido Demócrata y mantenía contactos con un grupo radical de izquierdas (para el estándar americano) llamado EPIC. Más adelante, su afiliación política dio un giro total hacia un libertarismo militarista, propio de la derecha más reaccionaria.

Semejante cambio debió de resultarle embarazoso hasta el punto de enterrar su propia juventud izquierdista, cuya historia sólo fue descubierta por Thomas Perry en la década de los noventa del pasado siglo y revelada al gran público por Thomas Disch en su libro The Dreams our Stuff is Made Of, donde resumía la orientación de la obra de posguerra de Heinlein de una forma tan concisa como descarnada: «El principal objetivo de la ciencia-ficción de Heinlein durante la Guerra Fría fue la defensa de la perpetuación y crecimiento del complejo militar-industrial… Se manifestó contra las restricciones a los ensayos nucleares en 1956. En una Convención Mundial de Ciencia-ficción en 1961, defendió la construcción de refugios contra bombardeos y la desregulación en la posesión de armas. Fue un halcón en los años de Vietnam… Estas posturas y otras más extremas, pueden inferirse fácilmente de la ciencia-ficción que escribió en ese periodo».

Pero volvamos a la novela que nos ocupa. Como relato cuya base es el viaje en el tiempo, Puerta al verano incluye nada menos que dos modalidades clásicas del mismo y ambas creadas por H.G. Wells más de medio siglo antes. Cuando Davis se somete a la criogenización para despertar treinta años más tarde, sigue los pasos del protagonista de Cuando el durmiente despierta, novela que Heinlein reconoce como homenaje al mencionarla en su relato: «Claro que había leído Cuando el durmiente despierta, de H. G. Wells, no sólo cuando las compañías de seguros comenzaron a regalar ejemplares, sino antes, cuando no era más que una novela clásica; sabía de lo que eran capaces el interés compuesto y la plusvalía de las acciones . Ya avanzado el relato, Davis se las arregla para regresar al pasado utilizando una máquina del tiempo experimental, ingenio que, también, fue utilizado por primera vez por el mencionado Wells en La máquina del tiempo.

La prosa de Heinlein no es particularmente preciosista –se nota que está escrita con rapidez–, pero sí frecuentemente aguda y eficaz a la hora de sumergir al lector en su mundo de ficción y guiarle por los vericuetos del viaje temporal y sus paradojas. El relato está narrado en primera persona por Davis, lo que permite entender mejor sus pensamientos, reflexiones y sentimientos, a menudo expresados con no poco cinismo. Además, y a diferencia de obras suyas posteriores, más complejas y reconocidas, no encontraremos aquí largos párrafos a cargo de alguno de sus pedantes héroes pontificando sobre lo humano y lo divino, lo que agiliza mucho su lectura.

Quizá lo que más chirría y estorba en esta novela es la forzada y retorcida historia de amor que se introduce de forma un tanto forzada. El traidor «amigo» de Dan, Miles, tenía una hijastra llamada Ricky que en el momento de comenzar la acción, 1970, tenía once años. Desde que la niña era pequeña, Dan se había sentido y actuado como si fuera su propia familia, una especie de tío. Cuando se ve involuntariamente «trasladado» al futuro, se encuentra obsesionado con la muchacha que sólo conoció siendo niña, fantaseando con la maravillosa mujer en que se habrá convertido en ese futuro pero incapaz de averiguar su paradero. Así que cuando se las arregla para regresar al pasado, una de las cosas que hace es disponer los acontecimientos para que ambos acaben juntos veinte años después.

Independientemente de lo disparatada –incluso para una historia de paradojas temporales– que resulta la resolución de ese embrollo narrativo, desde el punto de vista emocional y psicológico hay algo perturbador en esa fijación de un adulto por una niña veinte años más joven que él. Heinlein nunca tuvo miedo a pisar terrenos morales movedizos y políticamente incorrectos, pero no parece que su intención sea aquí la de crear polémica habida cuenta del tono festivo y ligero del libro. Es posible que, aunque esa situación de pedofilia disfrazada de amor platónico hoy nos parezca rayana en lo enfermizo, en la época –y especialmente si el lector era joven– resultara simplemente entrañable.

Puerta al verano es una lectura rápida y entretenida sobre cuya sustancia y coherencia (sobre todo en lo referente a los viajes temporales) conviene no detenerse a reflexionar si se quiere disfrutar de la aventura. No se encuentra entre los títulos realmente imprescindibles del maestro Heinlein y acumula varias flaquezas; pero también es cierto que muchos críticos lo consideran uno de los mejores y más ingeniosos relatos sobre los viajes en el tiempo y un testimonio fresco y afectuoso del tipo de ciencia-ficción algo ingenua y optimista propia de los cincuenta que ha cautivado desde entonces a generaciones de lectores.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".

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