Como dato digno de destacar dentro del actual mundo lírico francés, es la abundante presencia de una cohorte de mezzosopranos, tan nutrida como para asegurar por diversidad instrumental la amplia oferta que ofrece el repertorio concebido para esa cuerda.
Dejando aparte algunas más veteranas, se destacan Marianne Crebassa, Karine Deshayes, Delphine Galou (en realidad y para mayor exactitud va de contralto), Sophie Koch, Clémentine Margaine, Stéphanie d’Oustrac, Chloé Briot, Judith Gauthier, Isabelle Druet, Julie Robard-Gendre…
Y Gaëlle Arquez, de nombre original y exótico gracias a esos dos puntitos de la diéresis que de inmediato, destacan en negro sobre blanco de un texto escrito. Siendo Arquez un apellido de origen vasco ostentado por una una originaria de Saintes en el occidente de Francia (Saintes pertenece a la Nueva Aquitania del País Vasco Francés), esas dos palabras parecerían ya destinarla a destacarse por encima de sus contemporáneas. Así lo viene siendo.
Sin haber cumplido los cuarenta años (es de 1983), ya ocupa un lugar importante entre su generación de intérpretes franceses, habiendo debutado en escenarios decisivos para el desarrollo de una carrera, como el Met neoyorkino, la Royal Opera londinense, la de Viena, el Real madrileño y, por supuesto, las principales escenas parisinas. Con numerosas apariciones en teatros de provincia de su patria, con especial incidencia en el Festival de Beaune. Forjándose caminos con repertorio de Monteverdi, Haendel o Mozart, pero con una especial incidencia en el de su tierra: a partir de los barrocos Lully y Rameau, el Gluck y el Rossini franceses, Offenbach, Massenet, Debussy, Gounod, hasta sacar del olvido Fervaal de Vincent d’Indy y participar en el estreno de Pigeons d’argile de Philippe Hurel.
Personajes en general que corresponden a una mezzo de preferencia lírica junto a otros un tanto ambiguas entre esta cuerda y la de soprano, dando un paso más al asumir un mayor compromiso vocal y dramático, meta ineludible para las cantantes de su cuerda, como es la Carmen de Bizet, propiciado por su favorecedor aspecto físico y sus destacadas condiciones actorales.
A partir de un debut discográfico con el Orlando furioso de Vivaldi (como Bradamante), en la selecta compañía de Modo Antico y Federico Maria Sardelli, la Deutsche Grammophon la propuso su primer recital en solitario, grabado en Burdeos en mayo de 2017, con la National Bordeaux Aquitaine y la experta concertación de Paul Daniel, quien consigue la doble condición asociada a estos proyectos: destacar la labor de la solista sin orillar la presencia de la orquesta.
Aunque en escena la Arquez haya cantado en plan mezzo coloratura a Rossini (Angelina y Rosina) y Bellini (Adalgisa), el disco está enteramente centrado en ópera francesa, un programa preparado bajo los consejos del conocido y veterano crítico André Tubeuf, autor entre varias obras de un trabajo hermoso sobre Maria Callas.
Recital donde se dan la mano papeles abordados en escena junto a otros novedosos en un recorrido temporal que va de Gluck a Wormser, con cuya cantata Clytemnestre (con la que el compositor consiguió en 1875 el apreciado Premio de Roma) remata el programa que, justamente, ha iniciado con la otra Clytemnestre, la de Gluck. Dos diferentes facetas canoras de la esposa de Agamenón (al que luego se “cargaría”), permitiéndola exhibir una buena cantidad de sentimientos y expresiones músico-dramáticas de diferente carácter.
Entre medias, la Arquez alterna el controlado dramatismo de Armide (otro Gluck) con el volcánico temperamento de la despechada Margared de Lalo (una especie de Eglantine-Weber y Ortrud-Wagner a la francesa) o la titubeante y atormentada Charlotte, resueltas siempre todas cpn propiedad contando como base decisiva, aparte del canto, de la utilización cristalina de su lengua materna.
Arquez parte de un material vocal de timbre muy hermoso, de textura clara, ancho y apropiado a su definición instrumental, de una impecable regularidad entre los tres registros, sin problemas para para resolver el programa elegido que incluye personajes de mezzo grave y central junto a algunos pensados pata una falcon. De tal manera que puede soportar el control y rebasar el examen de los más recalcitrantes fundamentalistas del canto que haberlos, haylos.
La claridad y la limpidez vocales se adaptan cómodamente a la juventud de algunos personajes seleccionados, mientras que para otros encuentra el colorido adecuado a esa otra edad o condiciones. Por otro lado, sabe centrarse con comodidad en los diversos estilos: del sobrio clasicismo gluckiano al romanticismo más exacerbado de Massenet, o del arrollador lirismo gudoniano al latente verismo bizetiano. Armide, Marguerite (la de Berlioz, cuyo D’ate flamme da nombre al registro), Sapho (la poetisa de Gounod) y Néris de Cherubini aparecen reflejadas, identificadas por esta voz tan atractiva y convenientemente manejada.
Resultan especialmente llamativa dos lecturas de contenidos opuestos, la del evocativo relato de Mignon Con nais-t le pays?, teñida de una elegante melancolía, y el fragmento de Carmen, una seguidilla (grabada el mismo año que asumía escénicamente el personaje), donde la gracia seductora, nada vulgar, puede recordar su magnífica interpretación brindada en el Festival de Bregenz en el desmelenado pero lleno de hallazgos montaje de Kasper Holten que puede disfrutarse en vídeo. Una Carmen de morena belleza, alta y de armoniosas formas, a más de tremendamente sexy. Mignon y Carmen, dos extremos: la timidez de la titiritera frente al desparpajo de la gitana. Ecco un artista!
El registro, en definitiva, confirma unas aptitudes que le sirve (o la servirán), siempre dentro del privilegiado repertorio patrio, para Dulcinée, Didon, Selika, Chimène, Béatrice…, partes algunas ambiguas entre las cuerdas femeninas de soprano y mezzo. Un amplio camino a transitar para tan dotada e inteligente intérprete.
Para lo anecdótico. Su excelente lectura del aria de Néris, con la sedosa y seductora presencia de Anne-Sophie Fremy al fagot, se encuadra entre una interpretación primeriza de la ópera de Cherubini como una de las sirvientas de Glauce en la Moneda de Bruselas (junto a la magnética Nadja Michael y Silvia Tro Santafé) y el deseo confesado por la cantante de algún día asumir, si la voz evoluciona por ese camino, el personaje titular de esa exigente obra, teniendo en cuenta que no sería la primera mezzosoprano en intentarlo: Rita Gorr, Grace Bumbry, Mary-Ellen Nessi. Un sueño o una ilusión que el paso de tiempo y su madurez como artista quizás le permitirán concretar.
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