Cuando este barítono genovés debutó con 20 años en Roma en 1936, los más llamativos representantes italianos de su cuerda eran, entre veteranos en activo, coetáneos y sucesores, integrando una falange extraordinaria: Carlo Galeffi, Armando Borgioli, Giuseppe Valdengo, Carlo Tagliabue, Enzo Mascherini, Gino Bechi, Sesto Bruscantini, Aldo Protti, Rolando Panerai, Ettore Bastianini, Renato Capecchi, Gian Giacomo Guelfi, Anselmo Colzani, Piero Cappuccilli, Renato Bruson… Taddei, de inmediato, se hizo notar y pornto destacó.
Pero su más directa referencia por personalidad artística fue Tito Gobbi. Taddei (nacido en 1916) y Gobbi (de 1913) fueron dos supremos cantantes-actores, los mejores de su generación. Y, posiblemente, de todos los tiempos. Taddei ganaba a Gobbi por su colorido vocal, inequívocamente encuadrado en su cuerda.
El repertorio de Taddei fue generosísimo, acorde con la dilatada actividad realizada. Partes dramáticas, cómicas o de medio carácter. Sobre todo en óperas patrias aunque no se olvidaría del repertorio francés, ruso y alemán, en la mayoría de los casos, usos de la época, cantado en italiano. De Mozart a Puccini y los veristas, con especial incidencia desde luego en quien más beneficiaría a su cuerda vocal: Verdi.
En 2003 se despediría Taddei de los escenarios en la misma Roma que viera su debut, seis décadas atrás, como Benoit de Bohème. Aún viviría siete años más sin alejarse del canto ya que se dedicó a la enseñanza. Si no existiera el caso Plácido Domingo Taddei sería el cantante moderno más longevo de su profesión.
Taddei fue un cantante muy activo y admirado en nuestro país, en las temporadas de Barcelona y Madrid pero especialmente en las de Bilbao y Oviedo donde era muy querido.
El disco elegido para representarlo (Giuseppe Taddei – The Darling Of Italy, Membran Music Ltd., Fabfour, 2011), aunque no dé testimonio de dos personajes muy asociados a su personalidad (Simon Boccanegra y Scarpia), refleja en bastante medida su currículo. Tampoco aparece su vertiginoso Macbeth; puede acudirse a su soberbia encarnación en estudio con Birgit Nilsson y Thomas Schippers (Decca, 1964).
Del Scarpia pucciniano ha dejado en vivo veladas memorables, al lado de Toscas como Tebaldi, Gencer, Stella, Crespin y Caballé, así como una lectura de estudio dirigida por Karajan con Leontyne Price y Giuseppe di Stefano.
Con Callas nunca cantó Scapia, pues era Gobbi su compañero habitual; sí fue Germont de La Traviata varias veces y Amonasro de Aida en México 1951, donde en su dúo del Nilo orecen un modelo de inusitado valor dramático.
Del Boccanera verdiano dejó una lectura en vivo de 1966 en la gira de la Scala a Múnich. Hay que añadir que, tanto Scarpia como Boccanegra, el barítono los ofreció en las ya citadas presencias españolas. Un privilegio para el aficionado patrio que tuvo oportunidad de disfrutarlas.
El disco seleccionado, es un álbum de cuatro cedés, basado primordialmente (hay otras fuentes) en grabaciones de la radio italiana realizadas entre 1947 y 1949. El barítono grabó también para sellos discográficos de difusión internacional como Decca, Deutsche Grammophon, EMI, Philips. Bajo batutas como las de Schippers, Karajan, Giulini, Karl Böhm, Serafin y hasta el más joven James Levine. Dejando en imágenes alguno de sus personajes, en especial el de Falstaff, en la RAI de 1956 con selectísima compañía: Rosanna Carteri, Anna Moffo, Fedora Barbieri, Luigi Alva, bajo dirección de Tullio Serafin. Escénicamente, aumentado el valor de este precioso documento, fue dirigida por ese excepcional hombre de teatro llamado Herbert Graft.
Asimismo hay acceso a otra obra filmada por la RAI: L’elisir d’amore. Y de otro Falstaff filmado por Sony en una función de Salzburgo con la regia de Karajan y un Taddei de 64 años aún en forma y con tanta acumulada experiencia.
De estos cuatro discos, el primero está dedicado a Mozart: Leporello y Don Giovanni, Figaro y Papageno. Para un cuadro más completo de Taddei como cantante mozartiano se incluyen fragmentos cantados en vivo junto a otros del sello EMI añadidos a las aludidas ejecuciones radiadas.
El protagonista titular del mozartiano Don Giovanni, curiosamente, no dispone de una aria de las características (extensión, aliento, dificultades) de las que disfrutan sus compañeros. Tiene dos pequeñas intervenciones solistas que, en plano expresivo, se sitúan en extremos: una, la canción que destina a la sirvienta de Donna Elvira (Deh, vieni alla finestra), da noticia de su talento de seducción femenina (aunque Da Ponte en su libreto no le permita lograr intenciones); la otra, dirigida a los invitados a su fiesta palaciega (Finch’han dal vino), refleja su carácter más exterior y alocado, el del vividor impenitente. Taddei deja de lado esta e interpreta con un continuo uso de ña mezzavoce la otra: es difícil hallar una lectura tan arrebatadora de tan sencilla página, donde cada palabra adquiere un significado especial merced al énfasis del solista. Un artista en su doble tarea: la musical y la expresiva, en perfecta intercomunicación.
Este Don Juan encuentra luego su reflejo en un Leporello, el personaje de la obra más “italiano”. Inevitable aquí observar que, cuando Taddei canta al lado de otros solistas (la lectura es la de 1959 para EMI con el gran Carlo Maria Giulini) centra en el oyente la atención. Por sus medios perfectamente encuadrados en su cuerda y por su dicción translúcida aunque twnga al lado a un Giovanni de gran clase (Eberhard Wächter).
De 1959 es también la grabación para EMI de Las bodas de Fígaro donde Taddei es el intérprete soñado del reivindicativo criado de los Almaviva. Se incluyen sus tres páginas solistas para que se pueda apreciar el distinto tono que pone el genovés en cada una de ellas pletórico vocalmente. Se añade el primer duettino con Susanna (una encantadora Anna Moffo) y el Signori, di fuori son giá i sonatori, perteneciente a una edición de la Scala de 1947 donde Taddei se ve dirigido por Karajan y disfrutando de la colabora de la espléndida Maria Cebotari, soprano muerta sin haber cumplido los 40 años pero con tiempo para dejar un legado discográfico suficiente para dar cuenta de su hermosa voz y su talento.
El retrato mozartiano de Taddei se redondea con un Papageno en italiano en la RAI romana de 1953. Chocante escuchar la obra así, pero de inmediato superado el obstáculo por la gracia y frescura contagiosas del intérprete y por quienes le acompañan: Elisabeth Schwarzkopf, Nicolai Gedda y, de nuevo, Herbert von Karajan, batuta bastante presente en la carrera del barítono.
Pese a sus valores como traductor del mundo mozartiano, Taddei es asociable con mayor propiedad al gran repertorio baritonal italiano.
La selección de Rigoletto (CD 4) es suficientemente completa para testimoniar la capacidad de Taddei para el complejo bufón verdiano. El padre amoroso, el cortesano despreciado, el vengativo hombre y el ser humano culposo y atormentado aparecen claramente expresado por este artista imponente, describiendo un Rigoletto donde el personaje aparece claramente diferenciado en su lado público y en el privado. Su monólogo Pari siamo es un es aprovechado en su plena exhibición de distintos estados anímicos. De la angustiosa situación creada por el anatema de Monterone a su repentina ternura (Ma in un altro uomo qui mi cangio, de una suprema belleza) por el inmediato reencuentro con su hija. Taddei literalmente borda tal magnífica narración verdiana.
El dúo sucesivo con Gilda es un dechado de virtudes canoras y dramáticas, pero la guinda de la selección llega con la gran escena de Rigoletto y los despiadados cortesanos. Un clásico.
Hay que dar, sin embargo, asimismo un relieve merecido por el resto de sus compañeros: Lina Pagliughi angelical Gilda frente a la oscuridad tenebrosa del Sparafucile de Giulio Neri y el refinado Duque de Ferruccio Tagliavini. En el foso un eficaz Angelo Questa en la radio de Turín de 1954.
De Verdi, Taddei cantó la totalidad de la obra que por entonces se programaba, incluyendo rarezas para la época como el barón Kelbar de Un giorno di regno o Rolando de La battaglia di Legnano.
En el CD 3 aparecen inevitablemente fragmentos de Falstaff y de su inmenso Yago de Otello. El Credo es donde el genial texto de Boito ofrece la filosofía existencia que motiva al inteligente y pérfido alférez chipriota. Un relato donde partes recitadas y melódicas dan cuenta precisa de ello. Aquí hay que cantar y sobre todo fraseas intencionadamente. Es lo que Taddei hace de tal manera que es difícil que pueda mejorarse, obligando al oyente a escuchar una agobiante atención que le ocasionará múltiples disfrutes.
Con Falstaff, ocurre lo mismo pero en clima más distendido. En el monólogo L’onore predomina el recitativo poniendo en bandeja terreno apropiado para un seguro dominador del fraseo. Pero se suma a esta declaración de intereses vitales el imponente dúo con la comadre Quickly. Una escena sin desperdicio. Se necesitaría un tratado extenso para señalar los aciertos del artista quien no encuentra otro rival en esta situación, uno de los momentos mejores de una obra llena de muchos otros. que Tito Gobbi. Taddei aquí está convenientemente acompañado por la contralto Amalia Pini.
Este cedé se completa con un rico arco de fisonomías musicales: Nelusko, Scindia, Herodes y Wolfram. O sea, el petulante hindú de L’Africana de Meyerbeer, el agresivo pero enamorado ministro de Le roi de Lahore y el libidinoso Herode de Herodiade (las dos de Massenet) además del noble y algo cándido caballero wagneriano de Tannhäuser. Todos cantados en italiano. Por supuesto que Taddei caracteriza a cada uno de los cuatro, con colores mediterráneos, pero es preciso destacar la ejecución de la llamada “canción de la estrella” del meistersinger wagneriano. Pese al sonido menos lípido que en los demás cortes, la poesía con la que impregna la vespertina mañana es de una extraordinaria a la vez que viril dulzura. Exhibiendo una anchura del centro-grave y una suavidad de sonidos en el resto de la gama realmente fascinantes.
El CD 2 probablemente es el que mayor atención despierta en escucharlo por incluir un repertorio más asociado al cantante. Repertorio italiano del Ochocientos y primer Novecientos, lo que es decir Rossini, Donizetti, Puccini y Giordano. Falta Bellini que tampoco tiene demasiados papeles relevantes escrotos su cuerda y de quien apenas cantó Puritani.
De Rossini, dos extremos: Fígaro y Tell, dos personajes opuestos, dos escrituras vocales diferentes. La cavatina del primero está pletórica de vitalidad, gracia e intenciones y cuando llega a la agilidad final la oz responde frenética a esas exigencias. Tímbricamente la voz suena más clara como le corresponde al personaje. Las medias voces intercaladas enriquecen el discurso y respeta la escritura original de los tres “la la la” al no dar tercera en nota aguda.
Todos estos recursos lo repite Taddei en el dúo con Almavia (un más que digno Luigi Infantino). De nuevo con matices infalibles y un juego vocal que combina la voz plena, sorprendentemente rica con la suavidad de la media voz y con una ligereza inmaculada. Genial.
Como contraste, el aria de Guglielmo Tell (Resta inmobile, en italiano), Taddei cambia intensamente de modales. La voz es ahora de colores más oscuros, dialogando con el chelo de manera con semejante sonido. El intérprete desgrana la emocionante melodía transmitiendo esa angustia que siente el padre ante el desafío de traspasar con la flecha la manzana situada en la cabeza de su hijo Jemmy. En las últimas frases la emoción paterna se desborda. Magistral.
La capacidad, las posibilidades cómicas de Taddei son las propias de un intérprete italiano. Cantantes que parecen “genéticamente” cualificados para sacarle el jugo a este tan peninsular género.
Ya demostrada esta disposición con Rossini le llega ahora volver a lucirla con Donizetti, con la arrasadora entrada escénica de Dulcamara en L’elisir d’amore.
Aquí la cantante tiene de todo para exhibir recursos. Distintas formas de canto a partir de una dicción clarísima. Taddei está en su jugo; no hace falta tener a mano el libreto `para comprenderlo palaba a palabra, sílaba a sílaba, con matices siempre tan sorprendentes que parece imposible que puedan existir otros mejores. Renato Capecchi hace también de esta página un momento memorable de su personalidad.
A continuación el dúo de este embaucador pero querible Dulcamara con Nemorino (impecable Luigi Alva) confirma que la relación personaje e intérprete era perfecta. Donizetti al cuadrado.
Dentro de la misma línea los dos fragmentos del Gianni Schicchi pucciniano demuestran que por entonces sólo Gobbi podía ser comparado, igual que en el caso de Falstaff, con el barítono genovés. En el disco se oyen los más representativos pasajes para poder calibrar la esencia de la interpretación.
Marcello en La Bohème no tiene una página solista como sí la tienen Mimì, Rodolfo, Musetta y Colline. Solo al inicio de acto IV dispone una destacable parrafada en el dúo con el tenor. Por ello forma parte de la selección junto al principio de la obra y el cuarteto del acto III. Es de observas como frasean Taddei y Ferruccio Tagiavini (Rodolfo): verdaderos orfebres de texto y las notas puccinianas. Los fragmentos proceden de un registro completo de la RAI de Turín de 1952 dirigida por un competente Fernando Previtali. Se escucha también las voces de deliciosa Mimi de Rosanna Carteri, una de las mejores para disfrutar, y la Musetta certera de Elvira Ramella. Una grabación que, sin duda, emocionó a toda una generación. Es de la misma década en que se realizaron otras lecturas discográficas: para Decca, dos Renata Tebaldi, una con Giacinto Prandelli (1951), otra con Carlo Bergonzi (1959), además de las dos de EMI con Victoria de los Angeles y Jussi Bjoerling y Maria Callas co Giuseppe di Stefano (ambas de 1956). Excelente cosecha, pues, en la que la editada por Cetra (la de Taddei) ocupa un estacado lugar.
De Puccini Taddei añade el aria de Jack Rance en La fanciulla del West, oportunidad para dejar bien aclarada la personalidad del sheriff.
José (hoy sería Josep) María Colomer Pujol durante decenios comentaba en los descansos las representaciones del Gran Teatro del Liceo que Radio Nacional de España tenía a bien transmitir a todo el territorio nacional. Muchos aficionados, entre ellos el que escribe, siguieron sus doctos comentarios, siempre centrados en lo positivo, y en consecuencia pudieron de ellos haber aprendido no poco. Decía de Taddei que si su registro agudo fuera un poco más desahogado sería indudablemente el barítono mejor de su generación. Sí, a veces alguna nota aguda es un poco forzada o la redondez tímbrica pierde algo de valor. Ello se evidencia a lo largo de este documentado recital, incluido el fragmento de Carlo Gérard en Andrea Chénier de Giordano. En Nemico della patria se goza de una lectura de manual. Es tal la penetración psicológica realizada en torno a este revolucionario arrepentido que cualquier reproche de índole vocal sería entre estúpido, malintencionado e inútil.
De esta gran ópera de Giordano existe una versión en imágenes, de donde proviene el audio también, dirigida por Mario Landi. Para terminar: Enrico Stinchelli, autor del precioso y documentado Stelle della lirica, no dudaba en afirmar que Taddei fue el más grande barítono que haya existido.
Estar de acuerdo o no con este juicio depende de cada lector.
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