El 28 de enero de 1859, en la prestigiosa Neue Zeitschrift für Musik de Leipzig fundada por Schumann en 1834, se publicaba el artículo de seis páginas Pauline Viardot-García von Franz Liszt [Pauline Viardot-García de Franz Liszt], como una extensa laudatio del egregio pianista hacia su antigua alumna, convertida en una de las personalidades artísticas más relevantes del momento.
Comenzaba Liszt con las bondades de la educación cosmopolita de la dama…
«con su temperamento español, su educación francesa y sus simpatías alemanas, combina las peculiaridades de varias nacionalidades de tal manera que uno no puede atribuir a ninguna tierra en particular un derecho exclusivo sobre ella, sino que más bien podría llamar al arte su patria de su libre elección y amor (…) No es sólo una cantante notable, cuya formación musical sería un adorno para cualquier maestro y cuyo genio de coloratura está a la par del de su interpretación; es una de las mujeres más encantadoras e intelectuales, con una educación literaria que no es ajena a las ciencias, y que, unida a un conocimiento profundo de muchas lenguas vivas y algunas muertas, ha ganado el interés constante y la más ferviente amistad de toda una serie de celebridades literarias y artísticas, como el orientalista Renan, el historiador Henri Martin, el italiano Manin, G. Sand, Ary Scheffer, Eugène Delacroix, Chorley, de Musset, Rossini, Meyerbeer, Gounod, los dos condes Wielhorski, Chopin, Adelaide Rembel, Adelaide Ristori, entre muchos otros» (p. 3).
…recalcando también su destreza en el piano, tal vez, ignorada frente a las extraordinarias dotes vocales y actorales de la dama, tan admiradas en la escena de su tiempo…
«Como excelente pianista, que domina la lectura de partituras a primera vista de los acompañamientos más difíciles mejor que muchos virtuosos de concierto, conoce bien las creaciones de los grandes maestros, su estilo y sus medios de expresión, y, por lo tanto, sabe cómo superar la precisión y exactitud de la orquesta con oídos de director, así como las numerosas y reales ornamentaciones con que dota las actuaciones que ofrece al público, poniéndolas completamente en concordancia con ese estilo» (p. 3).
Imagen superior: Pauline Viardot-García, en Berlín, 1860, y Liszt, en 1869.
Incluso, en el campo de la composición, tradicionalmente reservado al hombre, Liszt tenía en gran aprecio a la dama, en especial, por su relación con Chopin, que había muerto hacía ya casi diez años, en el otoño de 1849:
«compone con un sentido de gran delicadeza, que se expresa en armonías sutiles que más de un compositor conocido podría envidiar, y que nos lleva a lamentar que haya escrito tan poco, así como a esperar que desarrolle este talento, cuyos intentos hasta ahora han mostrado una cercana afinidad con Chopin. No podemos dejar de mencionar, entre las canciones que ha publicado en dos álbumes, dedicados a Meyerbeer y Berlioz, La cagna espagnola (sic), En mer y, también, Luciole, que atraen por su grácil originalidad y delicado sentimiento» (p. 3).
Imagen superior: Pauline Viardot, ‘Caña’. | Houghton Library. Harvard University
«Desde el inicio de su carrera, Pauline Viardot ha elevado su nombre a la categoría de aquellos creadores artísticos que no obtienen del público un reconocimiento temporal, caracterizado por el gusto del momento, sino que lo transforman en un evento decisivo y duradero a través de obras completas, fruto de una profunda interiorización combinada con una afortunada evolución» (p. 1).
Liszt había escrito la más extensa alabanza a la polifacética artista…, pero tan enardecida alabanza no surgió de la nada, sino de la necesidad de reparar un agravio por el que el legendario pianista hubo de sentirse culpable pocas semanas antes. Y es que, invitada a la corte de Weimar, donde el famoso compositor desempeñaba el puesto de Kapellmeister desde 1849, Pauline Viardot-García cantaría allí dos de sus más emblemáticos papeles líricos, entre el 19 y el 22 de diciembre de 1858, la Rosina del Il barbiere di Siviglia de Rossini y la Norma de Bellini.
Imagen superior: Rossini, Una voce poco fa.
Por entonces, la corte ducal de Weimar había acogido el estreno de una ópera del protegido de Liszt, Peter Cornelius, Der Barber von Bagdad, dirigida por el propio compositor, que causó un gran escándalo a causa de la ligereza de tal ópera buffa en comparación con la densidad de la ópera alemana de la ópera. Precisamente, Weimar había acogido el estreno de Lohengrin en 1850, ante la ausencia de un Wagner proscrito por la justicia.
A causa de la adversa reacción del público y las autoridades, Liszt abandonaba su cargo airado y Pauline Viardot, que había comprometido su presencia hasta el Año Nuevo con interpretaciones de la Azucena de Il trovatore de Verdi y la Desdémona del Otello de Rossini, regresaba a París la misma noche de Nochebuena, agraviada por una circunstancia ajena a su rendimiento artístico, con incertezza e disperazione:
Viernes [24 de diciembre de 1858]
«[Que faut il faire? (¿Qué hacemos?)] ¿Y cómo lo hacemos? Esto es lo que me pregunto, pero no encuentro una respuesta completamente satisfactoria: deme un consejo y nunca volveremos a hablar de ello. El señor Dingelstedt aún no ha dado señales de vida, probablemente, esté esperando que le envíe la respuesta de mi marido. ¿Debo irme, siguiendo su ejemplo, a la manera francesa? ¿Debería escribirle? No me gustaría dar la impresión de ser una prima donna de estilo dramático y, por otro lado, el papel del pavo no está en mi repertorio (…) El cajero acaba de llegar del teatro con 140 Thlr. [táleros] para las dos representaciones. En cualquier caso, me voy esta noche. Si el intendente y el tribunal hubieran sido amables, les habría cantado el Trovatore el domingo»,
Pauline Viardot a Franz Liszt
Orlando Figes en Los europeos (2020) habla de una equivalencia de 6000 francos por 1600 táleros en 1854, de lo que se puede deducir que la gran diva había cobrado una miseria por las dos representaciones habidas, cuando había iniciado su carrera lírica en Londres, veinte años antes, con un contrato de 36.000 francos por seis representaciones durante la temporada de 1838.
Sin duda, Liszt hubo de sentirse culpable de la espantada de la dama, cuya carrera lírica se encontraba por entonces en la recta final (se retiraría en 1863), y decidió entonces encargar un regalo que, frente al innegable poder del dinero en plena era burguesa, trascendería a la posteridad como uno de los primeros alegatos a favor de una mujer compositora en el medio musical más prestigioso de la época, la Neue Zeitschrift für Musik, donde habría de explicar de manera elegante la huida de Weimar:
«Por lo tanto, habríamos aplaudido a madame Viardot en cualquier papel con el que hubiera querido obsequiarnos, y sentimos un casi doloroso pesar por el hecho de que circunstancias adversas e imprevistas nos privaran del placer de admirarla como Azucena en El Trovador de Verdi, al que ya había accedido [a cantar] a petición de Sus Altezas Reales el Gran Duque y la Gran Duquesa. También la extrañamos en el concierto de Año Nuevo, en el que nos había prometido el tercer acto de Desdémona, que tantas veces nos ha entusiasmado y deleitado, y que habríamos querido escuchar de nuevo de ella» (p. 6).
Pocos días después de la publicación del texto (¡de seis hojas!), que la sorprendía de gira por Inglaterra –donde se cobraban los cachés más elevados de la época–, la halagada dama escribía una carta de agradecimiento con su gracejo hispánico habitual por tan inesperado regalo navideño:
«En mitad de las nieblas negras de Newcastle,
17 de feb[rero] de [18]59
Mi muy querido maestro,
acabo de recibir la [Neue] Zeitschritf für Musik y, sin tardanza, necesito un momento para agradecer de todo corazón el magnífico regalo que ha tenido a bien hacerme. Estoy muy orgullosa y profundamente conmovida. La artista agradece al poeta y la mujer agradece al amigo. Jamás, desde el inicio de mi carrera, he leído nada sobre mí que me haya causado tanto placer, que me haya comunicado un nuevo impulso de entusiasmo serio como el que experimento. Ah, por qué no estoy yo ahora en Alemania, en lugar de estar en Inglaterra, donde hago un trabajo poco limpio, à sfogarsi [para desahogarse], como se dice en Italia. Figúrese que, desde el 24 de enero he cantado en veinticuatro conciertos, todos en ciudades diferentes y todas las tardes el mismo programa, ¡y qué programa! (…) De cualquier manera, lo que es seguro, en mi caso, es que, para entonces [5 de marzo, fin de la gira] me habré vuelto completamente estúpida. Me siento como una máquina de cantar –a las 8 de la tarde se acciona mi resorte y canto–, y todo el día pasa en un vagón de ferrocarril, donde me dejo caer en una esquina. Llegamos a una ciudad, se engrasa el resorte y a las ocho de la tarde…. el público inglés tiene la b…. ondad de decir: «¡¡Oh!! hermoso!!” –¡y ésta es mi vida!–».
Copyright © fe la grabación: Lucía Iglesias.
Copyright © de la traducción del alemán: María Victoria Claros
Copyright © del artículo: Marta Vela.