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‘Parque Jurásico’, una dosis de acción para un paleontólogo inquieto

José Ignacio Canudo (Zaragoza, 1960) se doctoró con una tesis sobre microorganismos y más tarde cambió radicalmente de tercio para dedicarse a rastrear, descubrir y estudiar restos de dinosaurios. Hoy cree que en su elección tuvo que ver la lectura de Parque Jurásico, el libro de Michael Crichton en el que se basó la película de Steven Spielberg. El paleontólogo de la Universidad de Zaragoza, autor del siguiente artículo, confiesa que, cada vez que encuentra un fósil, salta, grita y se siente un poco parte de la novela.

Las sensaciones que produce un libro son el resultado del propio libro y, sin duda, de la situación del lector. Puede pasar desapercibido, como uno más, o producir una profunda huella. Un buen ejemplo fue para mí Parque Jurásico, la famosa novela de Michael Crichton que ha generado una de las sagas más famosas del cine.

A comienzo de la década de los noventa, acababa de defender mi tesis sobre foraminíferos planctónicos fósiles, un grupo de organismos microscópicos de gran interés para la geología, pero un poco carente de acción para un paleontólogo inquieto. Era el momento del cambio, mi línea de investigación debía modificarse por completo. Los vertebrados fósiles siempre me habían interesado, pero hasta ese momento solo los había abordado en colaboración con otros investigadores.

En ese escenario, aparecieron los dinosaurios. Aragón es un territorio con grandes afloramientos de sedimentos continentales del Mesozoico, los lugares adecuados para encontrar representantes en este grupo. En nuestro país no existía tradición de investigar dinosaurios. En términos ecológicos, se trataba de un nicho por ocupar… y en eso llegó Parque Jurásico.

Desde chico siempre fui un enamorado de la ciencia ficción, y todo lo que llegaba a mis manos lo devoraba con fruición. El punto de inflexión de una buena historia de este género es que el lector se lo crea. Se trata de crear un marco científico que sea creíble. Para mí, ese es el gran acierto de la obra de Michael Crichton: la novela parte de una genialidad, como es la de recuperar material genético de mosquitos atrapados en ámbar para revivir algunas especies de dinosaurios.

Hay imprecisiones, como que el ámbar de donde se obtiene no es de la época de los dinosaurios, o que los animales actuales usados como base para reconstruir el genoma de dinosaurio no son los más adecuados. Todo esto queda para la ficción y no es lo importante. El lector queda enganchado con la imagen de un mosquito picando a un Tyrannosaurus rex, poco después atrapado en una masa viscosa de resina, para, millones de años después, recuperar su valiosa carga de ADN. Me quedé fascinado por la historia, y me la creí, a sabiendas de que nunca podía ser cierta.

Enganchado en su lectura –prácticamente lo leí de corrido–, fui entrando en el mundo de aventuras de la Isla Nublar. El libro está escrito con un lenguaje muy cinematográfico. Los capítulos parecen pensados para rodar una película, como luego sucedió. Una de las escenas que recuerdo como si la estuviera leyendo ahora –y han pasado 20 años–, es cuando un ejemplar de Tyrannosaurus intenta llegar con su larga lengua a los intrépidos protagonistas escondidos en una pequeña cavidad. Aún siento el olor y la humedad de este trozo de músculo. Muchas de estas escenas han sido llevadas al cine en la saga Parque Jurásico, pero otras solo las hemos podido disfrutar los lectores del libro.

Es difícil saber si esta lectura fue el empujón definitivo para el inicio de mi investigación en dinosaurios, pero sin duda algo tuvo que ver. En la actualidad el grupo Aragosaurus de la Universidad de Zaragoza, que coordino junto a la profesora Gloria Cuenca, es uno de los más dinámicos de nuestro país. Hemos encontrado, excavado y descrito casi una docena de nuevos dinosaurios en España y la Patagonia argentina, además de pequeños mamíferos, cocodrilos, tiburones y todos los demás vertebrados que vivieron en el Mesozoico.

La investigación en dinosaurios tiene una parte importante aventurera, sobre todo cuando se trabaja en parajes deshabitados como es el desierto patagónico. Encontrar fósiles de estos titanes es una de las mayores satisfacciones que he obtenido en mi trabajo de paleontólogo. Una de las preguntas que surgen en las conferencias es cómo se encuentran y ahí es donde aparece el espíritu “Indiana Jones”. Afortunadamente no me ha tocado pelear con ningún nazi, ni con una peligrosa tribu desconocida, pero sí pasar muchas horas andando por el desierto con el martillo de geólogo, agua y un poco de fruta.

Los fósiles de dinosaurios son difíciles de encontrar, y cuando lo haces suelen ser pequeñas astillas que dan la pista de una carcasa enterrada para excavar. El momento de encontrar por primera vez los restos de un dinosaurio que lleva enterrado más de 100 millones de años es algo mágico. Cada vez que sucede me emociono, y, ahora que nadie nos escucha, suelo saltar y gritar. Luego vendrá la tediosa búsqueda de fondos, la excavación, la preparación, el estudio y la publicación en una revista científica. A partir de ese momento comienza la divulgación. En definitiva, es sentirse un poquito de Parque Jurásico.

En el tintero se me quedaba una última reflexión sobre este libro. La imagen tradicional de los dinosaurios antes de la década de 1990 era de animales pesados, poco inteligentes, y así se reflejaba en las reconstrucciones. Los trabajos de algunos paleontólogos como John Ostrom nos presentaron un escenario muy diferente.

Ostrom fue el descubridor de Deinonychus, un pariente cercano de Velociraptor, una de las estrellas de Parque Jurásico. Propuso que eran animales ágiles y dinámicos, lo que uno esperaría en un predador activo. Esta idea fue bien llevada por parte de Crichton en la novela y de Spielberg en su saga cinematográfica. El descubrimiento de los dinosaurios como animales activos, con sus necesidades, con sus comportamientos estructurados, en definitiva, como animales que han poblado la tierra como los actuales. La única diferencia es que se han extinguido.

José Ignacio Canudo es el coordinador del equipo de investigación de Vertebrados del Mesozoico y Cuaternario de la Universidad de Zaragoza (Grupo Aragosaurus).Junto a su equipo investiga dinosaurios y mamíferos de la Península Ibérica y Patagonia.

Foto: Olmo Calvo | SINC

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