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«París que duerme» («Paris qui dort», 1923), de René Clair

Esta breve, entretenida y ligera fábula moral es un ejemplo temprano de ciencia-ficción cinematográfica del género postapocalíptico: un puñado de supervivientes deambulando por una gran ciudad desierta cuyos habitantes han quedado petrificados. Sin embargo, lejos de suscitar en el espectador sentimientos de miedo o tensión, la película es una celebración de la ciudad como ente individual, de la sensación de libertad absoluta y, también, de la última tecnología entonces disponible: el avión y el automóvil eran entonces símbolos de modernidad y adelanto tecnológico y la Torre Eiffel mantenía su prestigio como icono del progreso y la genialidad francesa. Pero, sobre todo, París que duerme es una encrucijada temprana en la historia del cine, un punto de encuentro entre el realismo de los hermanos Lumière, el sentido de la maravilla propio de Georges Méliès y las efervescentes comedias de Mack Sennett.

Un guardia del turno de noche en la Torre Eiffel despierta una mañana para descubrir que todo Paris se ha sumido en un profundo sueño. Rápidamente desciende de la Torre y pasea por la ciudad asombrado ante lo que ven sus ojos: calles vacías, edificios abandonados, parques de inquietante tranquilidad… Encuentra a otras cinco personas que acaban de descender de un avión que no ha sido afectado por el extraño fenómeno. No tardan en darse cuenta de que la ausencia de gente equivale a la ausencia de reglas: pueden hacer lo que les venga en gana sin asumir la responsabilidad por sus actos. Así, deambulan por la ciudad robando pequeños artículos de la gente que ha quedado congelada por las calles en extrañas y cómicas posturas, una chaqueta de una mujer dormida en un restaurante o botellas de vino de las manos del inmóvil camarero.

Como si fueran niños, se cogen de la mano y bailan y corren en círculos, subiendo luego a lo alto de la Torre Eiffel para disfrutar de las maravillosas vistas. Pero la ilusión que otorga esa libertad conseguida sin esfuerzo y sin responsabilidad no tarda en convertirse en aburrimiento primero y en enfrentamientos, rivalidades, celos y peleas después. Afortunadamente, el descenso al salvajismo y anarquía es interrumpido por un mensaje de radio enviado al exterior por una joven (Myla Seller). La causa del sueño de los parisienses (un rayo diseñado por un científico loco interpretado por Charles Martinelli) es por fin descubierta y solucionada tan pronto como el director ha dejado clara su moraleja: una nueva sociedad, con nuevas oportunidades, en la que los individuos disfrutan de total libertad, no es necesariamente mejor que el sistema al que ha sustituido, regido por estrictas reglas, leyes y convenciones sociales.

Después de que el científico haya sido obligado a poner el mundo en marcha de nuevo, restaurando así el antiguo orden, vemos al guardia y la joven conspirando para dormir otra vez a la ciudad y robar dinero, pero su plan no sale adelante y son arrestados. La libertad sin límites, una vez saboreada, es difícil de olvidar.

Estructurada en torno a una serie de dualidades (utopía/distopia, movimiento/estatismo, cinematografía/fotografía), la historia no cae en el esnobismo y el mensaje sociopolítico (anarquía versus sociedad capitalista) se mantiene a raya gracias a los gags comicos. Pero más que su ingenua y conservadora moralina, lo verdaderamente interesante de la película es su apartado visual. René Clair (nombre artístico del ex-periodista y actor René Chomette) consigue captar la geometría de los edificios, los espacios urbanos y las formas de sus parques y calles vacías de tal forma que parece un mundo fantástico, un embrujo, a mitad de camino entre la realidad y el sueño, entre paraíso y escenario postapocalíptico.

Cuenta la leyenda que Clair escribió la historia llevado por el sopor del opio una noche de noviembre de 1922. Trasladar al celuloide sus alucinaciones fue mucho más difícil: aunque el rodaje duró 22 días, éstos se repartieron en un periodo de cuatro meses, dilación provocada por problemas económicos y la propia bisoñez de Clair en la técnica cinematográfica (París que duerme fue su debut en el cine).

La película avanza a buen ritmo y los efectos visuales se utilizan de forma imaginativa dentro de las lógicas limitaciones de la tecnología de la época. Los impresionantes planos de los Campos Elíseos sin un alma no se consiguieron a base de trucos de cámara, sino rodando al amanecer de un día de verano de 1923. La modificación del paso de cámara, un truco conocido desde el siglo anterior, le sirvió para experimentar con la sensación de movimiento y ritmo a base de fotogramas congelados, cámara lenta o rápida. Particularmente destacables son las pioneras escenas de animación en las que se explica por qué el guardia y los pasajeros del avión evitaron caer bajo los efectos del rayo paralizador.

París que duerme acumula ya noventa años a sus espaldas. Sin embargo, el tiempo no la ha convertido en una reliquia indigesta. Los vestidos de las damas y los trajes y sombreros de sus personajes, su amanerada técnica interpretativa, aquellos coches pioneros, los policías con intimidantes mostachos… todo ello no hace sino aumentar su interés y encanto. Aunque sólo sea por motivos históricos, por tratarse de una de las grandes películas de la época muda del cine y, sobre todo, por haber capturado un momento de la Ciudad de la Luz que una vez fue real, pero que hoy ya sólo puede contemplarse en el celuloide, la película ya merece un visionado.

Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".