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«Oceanografía», de Mircea Eliade

Mircea Eliade (1907-1986) es conocido, sobre todo, por sus estudios sobre el fenómeno religioso –la llamada hierología– y la historia comparada de las religiones. Son libros escritos en francés. Aparte, ha dejado una obra en rumano, su lengua materna, entre ellos una colección de artículos juveniles que reunió en 1934, con apenas 27 años, bajo el título de Oceanografía. Ahora podemos leer su traducción al español, debida a Joaquín Garrigós (Hermida, Madrid, 2020). El trabajo del traductor es de excelente factura, es decir que puede leerse como un texto original, tal si Eliade lo hubiese escrito en nuestra lengua.

Oceanografía es una licencia poética que, para el joven escritor, implica observación y crítica de la vida cotidiana. Así es que comenta desde las costumbres sexuales a la moda masculina, desde la masonería a la novela policiaca, desde la educación intelectual de las mujeres al culto epocal por la juventud. Examinar estos puntos de vista no es mi tarea, pero sí alguna observación sobre el imaginario europeo de su tiempo, el que un rumano llamaría interbélico.

Eliade es tensionado por los embates de la posguerra, sin saber que se trata también de una preguerra que acabará con la demolición de Europa y, de paso, de su lugar en la geopolítica mundial. Ante todo, su obsesión por la muerte y su doblez en el trato: morimos para ser nada o para empezar nuestra verdadera vida, la vigilia del ser respecto al cual la vida terrenal es una ilusión. Esto podría explicar la vocación de Eliade por el estudio de las religiones y su adhesión a los fascismos. La admisión de la nada conduce al nihilismo y de él se sale por medio de la contemplación que admite la plenitud del vacío o por todo lo contrario: la instalación de un fundamento sólido a la existencia en forma del Estado totalitario.

La tarea del intelectual no es para nuestro autor el pensamiento sino la comprensión, es decir actuar en la presencia. Estamos vivos porque estamos presentes en el tiempo, que tratamos de dominar mientras se nos escapa y lo perdemos (asunto proustiano si lo hay). Esto nos lleva a producir cultura o sea memoria. Pero, a la vez, a salirnos de la vida, dejando de lado la presencia y ocupándonos del pasado histórico y los proyectos de futuro. La vida no se piensa, se vive, así lo ha enseñado Bergson, con lo cual se produce un hiato y un conflicto entre vida y cultura, algo que seduce a Eliade y lo conduce hacia la tensión sin resiliencia –en el sentido biológico de la palabra– entre razón y vitalidad. De los libros sugeridos por la posguerra, recuerdo uno muy sintomático debido a Ludwig Klages, El espíritu como adversario del alma (1929) que expone largamente la historia de este enfrentamiento: la interioridad del alma con su vivencia inefable y su inmanencia personal, ante las realizaciones del espíritu, la ciencia y la historia, que son de todos y de nadie en particular. El espíritu había hecho trizas sus ilusiones civilizadas y el alma reclamaba sus derechos a enviscarse en sus intimidades.

En este punto cabe retratar al joven Eliade como ensayista. En efecto, el ensayo es un género poético distinto del tratado y la monografía porque responde a la vida como divagación y no como orden, y al azar como proponente y no a la razón como legisladora universal. Resulta familiar a ese mundo de posguerra, sin correlación ni armonía. La historia es conflicto, drama sin solución. A él corresponde más bien la tragedia, con su estática fatalidad. No conoce ni dice verdades, es verdadera en sí misma, inefablemente veraz.

En su madurez de estudioso, Eliade hallará en la dupla mito/historia una respuesta al problema. El mito es repetición intemporal y la historia es pasajera temporalidad. El Tiempo Fuerte y los tiempos débiles, las eras históricas. Curiosamente, su historia comparad de las religiones, que es su texto más sistemático y extenso, quedó inconcluso a su muerte, cuando a la descripción del cristianismo, religión dramática e histórica si la hay, protagonizada por el Hijo Unigénito del Dios Único, que es crucificado por la historia y resucitado en el mito del cuerpo glorioso. Eliade seguía preguntándose por la herida nativa del hombre, que lo define, nos define como angustiados por la historia y armonizados por el mito.

Copyright del artículo © Blas Matamoro. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")

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