La tenacidad de Álvar Núñez Cabeza de Vaca es sorprendente. ¿De dónde le viene? ¿De su temperamento, del instinto de supervivencia, del espíritu propio de aquel tiempo? En ocasiones, se le describe con un solo trazo, y hay quien se permite el lujo de dudar de sus hazañas, pero su peripecia, por inverosímil que parezca, es propia de un personaje con tantos recursos como entendimiento.
En ese variado repertorio de pasiones que caracteriza a los conquistadores, Cabeza de Vaca (1488/1490-1559) ocupa un espacio particular, tanto por la singularidad de sus escritos como por lo admirable de su hazaña. Y es que, como saben, no sólo recorrió el norte de México, sino que antes también se adentró en los territorios que hoy conocemos como Alabama, Arizona, Florida, Luisiana, Misisipi, Nuevo México y Texas. Su empuje inicial ‒la búsqueda de gloria y riquezas‒ deriva en una odisea extraordinaria, que le convierte en un conquistador atípico. Hablamos de un explorador que se enfrenta a los desmanes de otros españoles, que soporta tribulaciones terribles y que describe cuanto ve de la forma en que lo haría un historiador o un etnólogo.
El punto de partida de sus Naufragios es bien conocido: la expedición de Pánfilo de Narváez (1527) y la sucesión interminable de desgracias que, rumbo a la Florida, malogró de forma trágica ese proyecto. Al final, nos encontraremos a Cabeza de Vaca haciendo ruta junto a otros tres supervivientes: Alonso del Castillo, Andrés Dorantes y el africano Estebanico.
La lista de desdichas a las que tuvo que sobreponerse es tremenda. Capturado por los indígenas, soportó durante años la esclavitud, y mientras tanto, aprendió los secretos del chamanismo. Esos conocimientos se convirtieron en un salvoconducto, que luego permitiría a los cuatro regresar con vida a Nueva España. «Por increíble que parezca a las gentes de nuestro siglo ‒escriben Eloísa Gómez-Lucena y Rubén Caba en la introducción‒, Cabeza de Vaca, Dorantes y Estebanico vagaron, a lo largo de ocho años, desde la costa texana hasta la del Pacífico mexicano. En gran parte del recorrido los seguían miles de indígenas que los veneraban como sanadores, hombres veraces y generosos». Esa simpatía se debía al hecho de que, a diferencia de otros españoles, «Cabeza de Vaca y sus tres compañeros, que venían de donde sale el sol, sanaban a los enfermos, estaban desnudos y no tenían codicia».
La edición realizada aquí por Gómez-Lucena y Caba es ejemplar en todos sus aspectos. No sólo conocen a fondo la ruta seguida por Cabeza de Vaca. Su minuciosa investigación también les permite ofrecernos un extraordinario aparato crítico, impecable tanto en su vertiente antropológica como en su aspecto histórico.
Por otro lado, y quizá sea esto lo más importante, ambos saben transmitirnos la admiración por una figura prodigiosa de nuestro pasado. Y es que, como bien dicen, «Álvar Núñez Cabeza de Vaca fue un epígono del ideal caballeresco medieval. En hombres como él, soñadores de quimeras y sufridores de lo real, pudo inspirarse Cervantes para dar vida a su don Quijote».
Sinopsis
Este es el relato de las desventuras de los primeros españoles que exploraron el sur de los actuales Estados Unidos y el norte de México. Aquí no se leerán conquistas ni hallazgos de riquezas, sino la tenaz resistencia, a lo largo de ocho años, contra los huracanes, las hambrunas, las enfermedades y los combates con los nativos. Cuando el temporal arrojó la barca de Cabeza de Vaca a la isla texana de Mal Hado (hoy, Galveston), se enteró del canibalismo entre españoles y, al poco tiempo, una tribu los esclavizó a él y a sus tres compañeros: Castillo, Dorantes y Estebanico. Se trata de un viaje real. Los cuatro españoles vagaron, tras huir de los indios esclavistas, desde la costa texana hasta la del Pacífico mexicano, en una caminata de más de tres mil kilómetros. Los seguía una multitud de indígenas que los veneraban como sanadores, hombres veraces y generosos. Los antropólogos actuales han confirmado las observaciones de Cabeza de Vaca sobre territorios y tribus.
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