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«El mundo de Krypton» (1987), de John Byrne y Mike Mignola

El de los superhéroes es un género bastardo: toma elementos propios de la mitología clásica, del relato de aventuras, de la fantasía, la ciencia-ficción y el folletín y los adereza, según los casos, con gotas de humor, terror o intriga para crear algo diferente que absorbe y participa de todo lo anterior ajustándolo a sus propios objetivos y esquemas. Es un género versátil, con infinidad de variantes y abundante en obras de interés. Y aunque en su gran mayoría no pueden ser calificados como ciencia ficción pura, sí hay algunos títulos vinculados con los superhéroes que tienen cabida dentro de este espacio. Uno de ellos está relacionado nada menos que con el primer y más grande superhéroe: Superman.

Superman fue una creación de dos entusiastas jóvenes, Jerry Siegel y Joe Shuster. Durante años, ambos intentaron una y otra vez vender su idea a varios editores. Nadie la quiso. Pero casi inmediatamente tras su estreno en la cabecera Action Comics, en 1938, el Hombre de Acero se convirtió en un fenómeno mundial que convenció a los antaño incrédulos para inundar el mercado de comic-books protagonizados por héroes justicieros ataviados de colorida indumentaria.

La ciencia-ficción ya hacía tiempo que formaba parte de la cultura popular gracias a las revistas pulp, ya estuvieran éstas especializadas en el género o no. El comic comenzó a dejarse influir por aquellas publicaciones desde los años treinta, tomando de ellas contenidos, esquemas y tópicos. Desde sus comienzos, los superhéroes no fueron una excepción: inventos maravillosos, viajes en el tiempo, seres alienígenas o robots fueron pronto recursos habituales para sus guionistas. Los mismos Jerry Siegel y Joe Shuster eran aficionados al género y por ello decidieron convertir a Superman en un alienígena para explicar sus fenomenales poderes. En Superman nº 1 (1939), mencionaron por primera vez el planeta Krypton, mundo natal del superhéroe.

La leyenda de Superman, setenta y cinco años después de su nacimiento, ha pasado a formar parte de la cultura popular del siglo: nacido en un planeta que se encuentra próximo a explotar, Krypton, es enviado por sus padres a la Tierra a bordo de una nave cuando todavía es un bebé. Encontrado por los Kent, unos humildes granjeros de Kansas, recibe la educación de un humano y decide utilizar sus poderes –derivados de la improbable combinación de su fisiología kryptoniana y la luz amarilla de nuestro Sol– en la defensa del Bien, adoptando la identidad secreta del apocado periodista Clark Kent.

Superman gozaría de una salud editorial envidiable desde su presentación y en el curso de su carrera se enfrentaría a variopintas amenazas extraterrestres y robóticas que respondían a tópicos ya bien asentados de la ciencia-ficción. Por supuesto de vez en cuando se retomaba el planeta Krypton: la media docena de kryptonitas diferentes (pedazos de mineral de su planeta, cada una con efectos diferentes sobre el héroe), la historia de la ciudad embotellada de Kandor y su robo por parte de Brainiac; la invención de la Zona Fantasma por el padre de Superman, Jor-El; la destrucción de la luna de Krypton, Wegthor por el diabólico Jax-Ur antes de ser apresado; o la historia de amor entre Jor-El y Lara Lor-Van son algunos ejemplos. La mayoría de todas estas adiciones se debieron a Jerry Siegel, quien las fue introduciendo en los cómics de Superman durante la breve etapa en la que volvió a trabajar para DC en los años sesenta. Pero, curiosamente, ningún guionista sintió la inclinación de profundizar realmente en la historia del extinto Krypton. No hay de qué sorprenderse. En aquellos años los comics de Superman consistían en historias autoconclusivas sin trascendencia alguna cuyo único objetivo era proporcionar entretenimiento a un público mayoritariamente infantil y que no eran tomadas en serio ni por sus propios autores.

Pero a finales de los sesenta las cosas comenzaron a cambiar, y mucho. DC había revitalizado el género superheróico a mediados de la década anterior reviviendo sus antiguos personajes de los cuarenta con nuevas identidades, uniformes y orígenes, insertándolos dentro de parámetros claramente deudores de la ciencia-ficción (extraterrestres que otorgaban poderosas armas en forma de anillo o que venían a la Tierra en misión policial, sueros que otorgaban supervelocidad, detectives marcianos…). Las ideas podían ser novedosas pero, en el fondo, los guiones no cambiaron demasiado: los héroes seguían siendo perfectas figuras de autoridad de virtud inmaculada e imbatibles en la lucha con villanos extravagantemente malvados y megalomaniacos y sus vidas privadas eran planas y estáticas. Las colecciones no tardaron en estancarse en esquemas conservadores y repetitivos.

Marvel Comics, mientras tanto, ganaba terreno ofreciendo héroes y aventuras más complejos a lectores, hijos del baby boom de los cincuenta, cuya edad media iba en aumento y cuyos gustos y exigencias se hacían cada vez más sofisticados. A DC no le quedó más remedio que contratar nuevos creadores con nuevas ideas. Fue el inicio de una renovación que culminó en 1985 con Crisis en Tierras Infinitas, la miniserie que puso fin al multiverso DC, un borrón y cuenta nueva a partir del cual redefinir todos los héroes de la casa en un tono más acorde con los tiempos. El primero de ellos, como casi cincuenta años antes, fue Superman.

Cuando se anunció que la responsabilidad de la renovación del Hombre de Acero recaería en John Byrne, uno de los más cotizados y competentes autores de superhéroes hasta entonces en la nómina de Marvel Comics, la noticia mereció atención mundial. Byrne supo conciliar la tradición con la necesidad de cambio. Conservó casi todo lo que había hecho grande al personaje y eliminó aquellos rasgos más vetustos que lo lastraban. Superman dejó de ser invencible; Clark Kent pasó de ser un individuo patético y tímido a convertirse en un desenvuelto periodista de éxito; Lex Luthor abandonó su papel de villano de pacotilla para pasar a ocupar el despacho de un industrial millonario… Byrne redefinió con habilidad la faceta humana de Superman / Clark Kent en las colecciones regulares de Superman y Action Comics antes de dirigir su atención al entorno del héroe en tres miniseries que trataban de profundizar en aquellos personajes que, de un modo indirecto, habían jugado un papel clave en su vida: World of KryptonWorld of Smallville y World of Metropolis.

La primera y mejor de ellas, su título lo deja claro, nos acerca a la faceta alienígena del personaje, a sus orígenes remotos. En Crisis en Tierras Infinitas se había establecido que Superman sería el único superviviente de Krypton, sin excepciones. Esto significaba que no habría Supergirl, ni la ciudad de Kandor ni la Zona Fantasma… Era el momento ideal de reinventar aquel mundo. En las primeras páginas del número inicial del nuevo Superman (Man of Steel nº 1, 1986), Byrne nos había presentado un Krypton aséptico, frío y distante, una versión quizá algo más elegante del mundo que Richard Donner mostró en la película de 1978 pero con el mismo espíritu. Los kryptonianos viven innumerables años, pero aislados los unos de los otros y reduciendo el contacto personal al mínimo necesario. Los niños son concebidos en matrices genéticas sin que exista la más mínima interacción entre los padres. Cuando Jor–El envía a su hijo a la Tierra, éste no sólo escapa de la muerte, sino de una vida carente de alegría y amor.

Pero no siempre fue así. En El mundo de Krypton Byrne nos cuenta el doloroso tránsito que llevó a sus habitantes de una fértil utopía de vida eterna a un planeta cansado, estéril e indiferente. La historia comienza miles de años antes de la destrucción de Krypton, con una escena de júbilo y fiesta en la que el joven Van-L, un antepasado de Kal-El / Superman, celebra su próximo paso a la madurez. El grave accidente que sufre su amada Vana nos desvela el oscuro secreto que, como toda utopía, esconde este mundo aparentemente perfecto. Los kriptonianos han conseguido una sociedad ideal: estable, pacífica, ordenada y de alto desarrollo tecnológico. Sus vidas son casi perpetuas gracias a un banco de clones: al nacer se crían tres clones sin mente de cada kryptoniano, conservándolos en animación suspendida con el fin de utilizarlos como almacenes de órganos y tejidos para el individuo principal. Pero no todos son felices.

Desde el comienzo, hubo un movimiento que se opuso con firmeza a la clonación arguyendo la inmoralidad que suponía sacrificar a tantos para asegurar el bienestar de tan pocos, que los clones eran seres humanos de pleno derecho. La liberación de los clones supondría el fin de la juventud eterna y el retorno de la enfermedad, el envejecimiento y la muerte, lo que obviamente no están dispuestos a admitir muchos de los kryptonianos. Se suceden los disturbios y la violencia degenera en guerra abierta cuando se descubre la liberación ilegal de un clon que ha desarrollado inteligencia y alma. Cuando Kandor es aniquilado por una explosión nuclear provocada por un grupo anti–clon radical, ya no hay marcha atrás.

En el segundo episodio, vemos un Krypton sumido desde hace siglos en una sangrienta y devastadora guerra. El planeta está arrasado, ya nada queda del paraíso que una vez fue. Pero los kryptonianos siguen disfrutando de larguísimas vidas, eso sí, recurriendo a otros medios –como el cibernético– no tan perfectos ni elegantes. Van–L ha estado luchando desde el principio en el interior de un gran robot de combate, flotando en un núcleo de líquido amniótico desde el que, inmune al envejecimiento, controla cibernéticamente al coloso metálico. Embarcado en la búsqueda de aliados contra un grupo terrorista que aspira a la eliminación de toda vida, sus recuerdos nos van mostrando en forma de flashbacks retazos de su pasado y el desarrollo tanto de la guerra como de su drama personal.

El tercer episodio nos lleva mil años en el futuro para presentarnos a Jor–El, el padre del que se convertirá en Superman. Miembro de una sociedad fría, sin emociones y que rehúye cualquier contacto social, vive recluido en su torre obsesionado con videos históricos sobre la guerra de los clones. Es en estos videos donde se nos informa del destino de Van–L y el final de aquel conflicto que selló el destino de Krypton. El cuarto episodio es el relato que Superman hace a Lois Lane de los últimos días de su planeta, los esfuerzos de su padre por averiguar el origen de la catástrofe y su rebeldía final: robar la matriz genética de su hijo para enviarla a la Tierra y afrontar su trágico destino en compañía de la mujer a la que siempre ha admirado a distancia, Lara.

Byrne recurre en Mundo de Krypton a dos grandes tópicos del género (la falsedad de las utopías ylas consecuencias de un mal uso de la tecnología) para tejer una sólida historia narrada con un uso inteligente de las elipsis y los flashbacks, lo que permite condensar una acción que abarca siglos en tan solo cuatro episodios además de evitar una narración estrictamente lineal sin confundir al lector. Consigue además esquivar el enfoque épico y maniqueo propio de los superhéroes. Porque no hay aquí héroes. Los personajes nos pueden caer mejor o peor, pero nadie está totalmente en posesión de la razón ni del todo equivocado: los partidarios de la liberación de clones acaban utilizando métodos despiadados y asesinos, mientras que sus oponentes, más moderados al principio, no están dispuestos a cambiar su actitud en el litigio si ello supone ser juzgados como asesinos por las generaciones futuras. Y unos y otros pierden cualquier legitimidad moral al embarcarse en una guerra fratricida que acaba con todo lo que pretendían defender. La propia tecnología que fue considerada un logro maravilloso guarda en sí la semilla de la discordia y la destrucción.

También destaca Byrne por su habilidad a la hora de crear personajes entrañables, como esos robots mayordomos preocupados por la salud mental de su amor Jor-El. O el propio Jor–El, rebelde e incómodo con la sociedad en la que ha nacido, enamorado de una mujer con la que jamás ha tenido contacto y por la que está dispuesto a saltarse reglas y tradiciones; un idealista y soñador en un mundo horripilantemente pragmático en el que han sido desterradas las emociones más básicas.

La dramática historia de Krypton y su caída en desgracia fue interpretada gráficamente por un primerizo Mike Mignola en una etapa en la que aún no había desarrollado el elegante estilo tenebrista que le haría famoso en Hellboy . En la primera parte, con el fin de retratar la sofisticada civilización kryptoniana en su momento más glorioso, adopta un estilo reminiscente del de los grandes autores clásicos de Flash Gordon, como Al Williamson o Alex Raymond, aunque su éxito es solo parcial. Mignola no es un dibujante cuyo talento resida en el diseño de ambientes o maquinaria futuristas o en la expresividad facial y gestual de sus personajes, pero siempre ha sido hábil a la hora de disimular sus carencias. En esta ocasión consigue que la atención del lector recaiga más en aquello que sí se le da bien: las equilibradas y bellas composiciones de viñeta y página.

Mundo de Krypton tuvo un epílogo, también dibujado por Mignola, en la colección regular de Superman. En ese episodio, el personaje viaja hasta los restos de Krypton para establecer contacto con su legado alienígena impulsado por el sentimiento –muy humano– de conocer sus orígenes y lo que podría haber sido el destino de los kryptonianos de haber escapado al apocalipsis y llegado a la Tierra liderados por Jor-el. Su visión de la mentalidad kryptoniana no puede ser más desesperanzadora. Aunque fue concebido – nacido quizá no sea la palabra más adecuada ya que no había en Krypton proceso biológico que se ajuste a ese fenómeno– en el seno de otra cultura, Byrne nos deja claro que Superman fue educado y criado por Jonathan y Martha Kent y eso es lo que ha hecho de él un humano y no un alienígena.

Esa es la gran paradoja del personaje: que un extraterrestre pueda ser el máximo exponente de lo que debería ser la raza humana, un humano que, sin embargo, no es uno de nosotros puesto que el sentimiento de último superviviente de Krypton, de heredero de una gran cultura a la que ni siquiera conoce realmente, forma parte de su ser más íntimo. Como él mismo afirma, el mejor regalo que le hizo su padre Jor-El no fueron sus poderes, sino su humanidad.

El mundo de Krypton es parte del Universo de Superman, sí, pero también constituye una sólida historia de ciencia-ficción que puede disfrutarse independientemente y que anima a reflexionar sobre temas relevantes: la clonación y sus límites éticos, la obcecación y el fanatismo, las consecuencias medioambientales de la guerra y la estupidez humanas, la herencia que dejaremos a las generaciones venideras y el elogio de las emociones que nos hacen humanos. Da igual que Byrne insista en llamar Krypton a ese planeta. Bien podría ser el futuro del nuestro.

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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".