Montaña de luces es lo que significa el apellido Lichtenberg, cuyos aforismos, seleccionados y traducidos por Juan del Solar en 1990, volvieron a editarse en 2002.
El trabajo del traductor es autorizado, diáfano, preciso. El aparato de notas y la cronología, indispensables y útiles. Se conserva el nombre del libro —por llamarlo de alguna manera— dado por los editores alemanes, aunque no corresponde ni a la denominación original (Sudelbücher cuadernos de apuntes, de garrapateos por mejor decir) ni a la índole de los textos.
Hay algún que otro aforismo, pero sobre todo razonamientos instantáneos, paradojas, observaciones acerca de las ocurrencias del lenguaje (eso que los alemanes llaman Witz y que incluye el chiste pero no exclusivamente), greguerías, pequeñas escenas, referencias a personajes que no conocemos.
Entre Montaigne y Juan de Mairena, Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799), a fines del Setecientos, anuncia a Nietzsche y propone pensar a saltos, como un bailarín o un futbolista. Un herborizador en zigzag, según él mismo dice, que se confía en la lógica del azar y hasta en la lógica de la locura, de la excepción, nunca del genio, previendo la inmediata irrupción romántica.
Lichtenberg se nos antoja contemporáneo por varios motivos. Este pensamiento no sistemático, intermitente, discontinuo, hecho de iluminaciones momentáneas sin desarrollos, como si cada fragmento fuera un universo en miniatura y tuviera un autor particular, parece postmoderno. No lo es, porque Lichtenberg es un crítico de la modernidad sin dejar de ser moderno, un escéptico ilustrado que no reniega de ilustración aunque la compara con el fuego: nos calienta y nos permite guisar, pero puede quemarnos y destruirnos, como luego corroborarán Adorno y Horkheimer.
Progresamos hacia un punto óptimo, pero la distancia que nos se para de él es infinita. Nos valemos de palabras, mas son pobres, borgianamente pobres: nunca coinciden con las cosas, nombran géneros y la naturaleza nos propone individuos.
El sentimiento es perfecto pero mudo. El verbo es imperfecto y ya quisiera ser música o álgebra, pero no es capaz de serlo. Con todo, no podemos renunciar a él, porque es la única herramienta que nos permite dejar de dudar sobre la ambigua realidad, salir de nosotros mismos, compartir eso que, bien que mal, creemos que es el mundo. Lichtenberg tenia sus fobias y no las ocultaba: las mujeres, Goethe, Lavater, los vicios más evidentes de los alemanes, sus compatriotas.
Creía en el sentido común sin otorgarle el rango de filosofia. Un saber que no se sabe, no es filosófico. Fue un hombre de ciencia, teórico y práctico, que se permitió el bocadillo filosófico a rachas- Nos alcanzan sus aforismos. aunque no lo sean. Le agradecemos que haya sabido seguir a nuestro lado.
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