Contaba Truffaut: “Sentía una imperiosa necesidad de meterme de lleno en las películas, cosa que lograba acercándome más y más a la pantalla para abstraerme de la sala.”
A mí me pasa lo mismo, incluso cuando veo una película o una serie en la televisión. Aunque puedo lograr esa concentración en un ambiente ruidoso, porque no voy al cine como a una misa, me “salgo” de la película si me hacen comentarios, lo que me molesta mucho (más que los comentarios, me molesta el hecho de que me moleste). Supongo que sucede porque un comentario activa la parte razonadora del cerebro, lo que probablemente colisiona con la parte más emocional o no reflexiva que solemos activar al ver una película.
Nota en 2013: Habría que puntualizar que no es que uno se entregue de manera emocional a una película y deje de reflexionar. Al contrario, durante la proyección de una película no dejamos de hacer hipótesis, que generalmente mantenemos en su carácter privado, lo que nos permite continuar sumergidos en la película mientras otras hipótesis, sensaciones e ideas sustituyen a las anteriores. Pero el hecho de que alguien comente algo sí que pone en funcionamiento otras actividades cerebrales, relacionadas con la necesidad de responder o no al comentario, de hacerlo con un gruñido o con una respuesta que nos obliga a pensar, o simplemente decidir ignorar el comentario, a pesar de que lo hemos escuchado, lo que implica fingir a propósito que no hemos percibido lo que sí hemos percibido. Cualquiera de estas decisiones interrumpe el flujo contemplativo. Algo parecido a lo que se expresa en mi poema preferido de Bai Juyi.
En el año 832, el poeta chino Bai Juyi (Po’ Chui) reparó una parte desocupada del monasterio Hsiang-shan, en Lung-mên y se llamó a sí mismo el eremita de Hsiang-shan. Creo que allí escribió este poema:
Descansando solo en el templo Hsien Yu
La grulla de la playa permanecía
sobre las escalinatas.
Desde el estanque se veía brillar la luna
a través de una puerta abierta.
Encantado con el lugar
me quedé allí
dos noches sin moverme para nada,
contento de poder hallar
un lugar tan tranquilo;
satisfecho de que ningún acompañante
me incordiara.
Desde entonces he disfrutado
de esta soledad
y he decidido no venir nunca acompañado
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