A diferencia de otras películas de culto que parecen una carta sin firmar, El año pasado en Marienbad reparte su autoría en dos frentes: la puesta en escena de Alain Resnais y el guion de Alain Robbe-Grillet.
Cruzar ambas dimensiones, la literaria y la audiovisual, es uno de los muchos ejercicios que Hilario J. Rodríguez pone en práctica en este libro, donde, además de una lectura grata e inteligente, el lector hallará diversos puntos de acceso a este largometraje que lleva décadas intrigando a la audiencia.
Ganadora del León de Oro en la Mostra de Venecia, la cinta de Resnais no solo desconcertó en su época a críticos y espectadores, sino que también marcó un antes y un después en el cine como arte conceptual. En sus 94 minutos de duración, esta obra inclasificable despliega una narrativa onírica y fraccionada, que sigue resonando como un eco en ese cajón de sastre al que llamamos ‘cine de autor’.
Desde sus primeras imágenes, Marienbad se posiciona como una pieza que elude categorizaciones fáciles. Filmado en un elegante blanco y negro, el filme nos transporta a los pasillos interminables y jardines geométricos de un hotel lujoso donde la arquitectura parece subsumir a los personajes en su grandeza. Aquí, Resnais crea un espacio fuera del tiempo, un «no-lugar» donde la realidad, los recuerdos y la imaginación se entremezclan sin una jerarquía clara. Es significativo que, como el propio director admitió, Marienbad no exista más que como una ilusión. En realidad, el título es un gancho que sugiere un lugar que nunca visitamos, como una metáfora perfecta a la hora de expresar la naturaleza esquiva de la memoria.
Si hablamos de sus valores de producción, esta es una obra muy ambiciosa con respecto a bastantes títulos de la Nueva Ola francesa. «Para rodar El año pasado en Marienbad -escribe Rodríguez– no se necesitó un equipo pequeño, sino uno bastante numeroso, sobre todo por el desafio técnico que implicaba. Tampoco hubo espacio para la improvisación, como habría sucedido en una película de Jean-Luc Godard o François Truffaut. Y mucho menos se produjo en la película de Resnais un borrado entre la ficción y el documental. Incluso los actores que intervinieron en ella, aunque provenientes muchos de ellos del mundo del teatro, eran profesionales con cierta experiencia y no amateurs«.
La ambigüedad como esencia
Insiste el autor en que La invención de Morel, deBioy Casares fue el texto que inspiró a Alain Robbe-Grillet, por más que este «lo negase en varias entrevistas posteriores al estreno de la película». En todo caso, «en su primer borrador del guion para la película de Alain Resnais algunos de los personajes tenían nombres hispanos, había situaciones similares y el escenario de la historia era una isla, como en la novela».
La trama, si es que puede llamarse así, sigue a un hombre (X, interpretado por Giorgio Albertazzi) que intenta convencer a una mujer (A, encarnada por Delphine Seyrig) de que ambos tuvieron una relación amorosa el año anterior en aquel mismo lugar. Ella, sin embargo, parece no recordar nada o niega deliberadamente el encuentro.
La premisa, aunque simple en su superficie, se descompone en un relato fragmentado donde las líneas entre el pasado y el presente se difuminan, dando lugar a una estructura circular que se asemeja más a un poema visual que a un relato tradicional.
Como acertadamente señala Rodríguez en su libro, «la estructura de las imágenes en El año pasado en Marienbad es algo así como la arquitectura del cerebro de la memoria; y cuanto sucede dentro de esa arquitectura son sus pensamientos, sus recuerdos, su sustancia».
Uno de los aspectos más fascinantes de la película es su resistencia a ofrecer respuestas definitivas. Todo en el filme parece diseñado para sembrar dudas: ¿ocurrieron realmente los eventos que X describe? ¿Son los recuerdos de A reprimidos o fabricados? ¿O acaso todo es un sueño compartido por los protagonistas? Esta ambigüedad es tanto el núcleo (y el punto más atractive) del filme como la fuente de esa polarización crítica que aún genera.
El guion amplifica esta incertidumbre. La narrativa no está interesada en el desarrollo lineal, sino en la repetición y la variación, como si intentara capturar ese flujo discontinuo y oscilante de la memoria. Las palabras, como las imágenes, producen un efecto hipnótico que recuerda la música serial, una influencia directa sobre la inquietante banda sonora del filme, compuesta por Francis Seyrig (hermano de Delphine).
Una estética de lo eterno
En lo visual, la película es un triunfo del diseño y la composición. La fotografía de Sacha Vierny convierte cada plano en una obra de arte, con un rigor que subraya la artificialidad del entorno.
Así, los personajes parecen piezas de ajedrez en un tablero cuidadosamente organizado, lo que refuerza la sensación de que todo lo que vemos es, en última instancia, un artificio. Este enfoque estético se ve acentuado por los opulentos trajes de Coco Chanel, que dotan a Delphine Seyrig de una elegancia intemporal y etérea.
Influencia y legado
La atinada interpretación de Hilario J. Rodríguez nos recuerda que Marienbad es mucho más que un guiño entre cinéfilos y adictos a las salas de arte y ensayo. Al fin y al cabo, es imposible hablar de esta cinta sin mencionar su impacto en otros cineastas, empezando por Bergman, Fellini, Peter Greenaway y Marguerite Duras. A los más jóvenes, les interesará saber que también esta fantasía de Resnais influyó en Christopher Nolan, cuyo Origen (2010) comparte con Marienbad esa exploración de múltiples capas del subconsciente. Incluso Stanley Kubrick parece haber canalizado la atmósfera inquietante y laberíntica de esta obra maestra en El resplandor (1980).
Más allá del cine, la película de Resnais ha inspirado desde desfiles de moda hasta videoclips, consolidándose como un ícono cultural en toda regla.
Por todo ello, y sobre todo teniendo en cuenta que hablamos de una obra tan exigente para el público no iniciado, el análisis que nos propone este poderoso libro de Hilario J. Rodríguez acaba siendo una estupenda guía para no perdernos en un laberinto barroco de infinitas posibilidades.
Al concluir la lectura, eso sí, nos queda una certeza: Marienbad no es solo un filme; es un enigma, una provocación y, en última instancia, un testimonio del poder del cine para capturar lo intangible: el tiempo, la memoria y los sueños.
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