A comienzos del año 1560, don García de Toledo, marqués de Villafranca, escribe a Antoine Perrenot de Granvela, obispo de Arras, uno de los hombres fuertes de la monarquía universal de Felipe II.
Por aquellos entonces, Granvela era presidente del Consejo de Estado en Flandes. El marqués, sabedor de los sofisticados gustos artísticos del obispo, le pide que escoja maestros adecuados para que le hagan una serie de tapices con temas de El Bosco, a imagen de la que ya tenía Granvela.
El prelado, en carta fechada el 20 de mayo de 1560 en Amberes, le responde, entre otras cosas, que la iconografía del Bosco podía causar escándalo en España y que incluso podría sufrir persecución por la Inquisición, particularmente por escenas tales como el carro de heno y el Paraíso y el Infierno. Una cosa eran los cuadros oficiales del Bosco, pintados mucho tiempo atrás, y otra, muy diferente, eran las adaptaciones actuales, pues «según andan las cosas», dice Granvela, si se hicieran de nuevo tales disparates «soy cierto de que no se le consentiría».
Entendido el mensaje, escribe el marqués, «… no había caído en ello cuando escribí a vs. suplicándole la mandase hacer, y pues hay este inconveniente (…) será bien dexarlo por agora».
Entonces, como ahora. Cambian los tiempos, los escenarios, las gentes, pero hay algo que no cambia nunca: la condición humana.
En la imagen, detalle de Las tentaciones de San Antonio Abad, copia de El Bosco perteneciente a las Colecciones Reales y conservada, actualmente, en el Museo del Prado.
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