Algunas personas me suelen plantear sus dudas sobre el momento preciso en que el ilusionismo se contempló como un espectáculo y se consideró un arte escénico. No hubo un momento preciso, claro. Realmente en épocas muy distintas ‒Grecia, Roma, el fin del Imperio, La Edad Media, el Renacimiento‒ nos topamos con múltiples testimonios y evidencias de que, al menos, a una parte de la sociedad lo veía como un espectáculo fruto del arte e ingenio de quien lo practicaba. Por ejemplo: San Agustín en el siglo IV.
Poco después de que el cristianismo se convirtiera en la religión del Imperio Romano (380), Agustín de Hipona (354-430) publica una interesante reflexión sobre los «prestigiadores» que manifiestan un conocimiento y cuyos espectáculos considera una piedra de toque para quienes persiguen la comprensión de los fenómenos.
«Más nada hay tan admirable y hermoso como la verdad, a que aspira, según confesión propia, todo espectador, tomando tantas precauciones para no engañarse y lisonjeándose de ello cuando conoce y penetra algo con una mirada más sagaz que los demás. A los mismos prestigiadores, cuyo arte consiste en embaucar, los miran con mucha diligencia y cautela; y si son engañados, celebran con gusto la habilidad del embaucador, ya que no la propia en descubrir su embuste».
Incluso un espectáculo concebido para el deleite, de naturaleza sutilmente capciosa, puede conducir a la verdad.
«Si el prestigiador no supiera o no pareciera saber por qué medios engaña al espectador, tendremos cuidado de no aplaudir la ignorancia que compartimos. Pero si alguien en la asamblea ha descubierto su secreto, se considerará más digno de elogio que el prestigiador, porque no pudo engañarle ni hacerle caer en el error. Y si la mayoría lo ha descubierto, el prestigiador no parecerá digno de alabanza…Por lo tanto, en todas partes, la palma está reservada para el conocimiento, para el artificio y para la comprensión de la verdad,..» [Agustín de Hipona: Obras Completas, «De la curiosidad a la contemplación de la verdad» en De la verdadera religión (390), Capítulo XLIX, Tomo 4, pág. 187. Biblioteca de Autores cristianos, Traducción Victorino Capánoga].
A Agustín de Hipona no le cabe la menor duda de que la maestría en el embaucamiento de los prestigiadores es un espectáculo y un arte escénico. Pero un siglo después la «magia para el deleite y la diversión» que había logrado abrirse camino en los teatros de la Antigüedad y constituirse como una manifestación escénica específica, se ve afectada por la disolución del Imperio de Occidente . Las invasiones germánicas provocan el declive de las ciudades y, como consecuencia del éxodo de la población al campo, la desaparición de los teatros desprovistos de público.
Sin duda parte de las nuevas clases emergentes cristianas anatemizan los espectáculos que consideran paganos y origen de pecado. Pero si se prohibían era porque se continuaban celebrando.
Imagen superior: Pompeya. Hostería de la calle de Mercurio: Jugadores
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